La tranquilidad de la Cuarta Sección solo se veía turbada por algún que otro incidente aislado (como aquel en que el “Negro” Fernández le rajo la cara a trompadas al amante de su esposa, cuando lo encontró en su propia cama un día que volvió antes del trabajo, porque la torrencial lluvia paro los camiones que realizaban la recolección de Residuos, o ese otro, donde dos viejas vecinas terminaron a los escobazos para dirimir el problema de quien era la dueña del amor de Antônio Fagundes, galán de la telenovela “Terra Nostra” que hacia furor por ese entonces en la pantalla de Canal 7) a los que la gente común le resta importancia. Así era “La Cuarta”, un lugar ya vacío de esperanzas que supo llenarse de emprendedores jóvenes, españoles e italianos, a mitad del siglo XX. Allí mismo cincuenta años después Edmundo Reyes pasaba tranquilo sus días sentado en aquel inmortal banco que había visto como subían y caían gobiernos y presidentes, como la inflación se comía los sueldos y los otrora empleados estatales, se habrían paso como incipientes comerciantes en los rubros más diversos. Allí la población parecía no renovarse y todos pensaban que algún día en un futuro no muy lejano, esa pintoresca zona de la Capital se volvería un pueblo fantasma.
Discutiendo con la vida lo encontré a Edmundo Reyes ese día, por la apariencia que daba, parecía que iba perdiendo tal discusión, pero con Edmundo nunca se sabe, a veces parece que va a morir ahí sentado en ese banco y otras parece que va a conquistar el mundo desde ese caballo de madera.
-Hola Don Edmundo ¿como esta?
-Pibe, no te había visto…bien, ba lo que se puede decir “bien” a mi edad, con los achaques propios de la vejez y para colmo con este maldito frio que no se va, los huesos cada vez me duelen mas.
-¿puedo preguntarle algo Don Edmundo, de curioso no más?
-Si pibe pregunta.
-¿Qué es lo que observa tanto tiempo sentado en ese banco mirando la calle? ¿No le resulta monótono el paisaje?
-Edmundo Reyes rió estrepitosamente -¿Queres saber que miro pibe? La belleza del mundo, la belleza que pasa delante de los ojos de todos y nadie le presta atención, la belleza que todos omiten, la que se esconde en la caída de una hoja, en el paso de las nubes o en la luz de la luna. Esa belleza que este mundo atolondrado no está preparado para ver, aunque pensándolo bien, tampoco quiere ver.
–No veo que belleza pueda tener una hoja que se cae, si al fin y al cabo se cae por que está muerta.
-No entendes pibe, pero no te pongas mal, a tu edad yo era igual. Yo te hablo de la belleza de lo simple, vos fíjate pibe que cada vez buscan hacer las cosas más complejas para que parezcan bellas, ¿podes creerlo? Como si algo simple no pudiese ser bello, mira te voy a contar una anécdota.
Allá por el año 76´me fui a visitar a unos parientes a Cuba por que acá las cosas eran medio complicadas para gente como yo. Bueno lo importante es que en el viaje de ida me encontré con otro argentino un tal Mario, que casualmente iba para allá, por que no sé qué problema había tenido y se tuvo que rajar de donde estaba.
La cuestión es que este tipo, Mario, me hablaba maravillas de Cuba, que no hay pobreza, que no hay delincuencia, que hay libertad, que el pueblo gobierna y no sé cuántas cosas hermosas más, casi, te digo, como si me estuviera hablando del paraíso terrenal. La cosa es que llegue a Cuba y ¿sabes lo que encontré pibe? Un pueblo sumido en la miseria más aberrante, donde no podías ni afeitarte porque no habían cuchillas, ni lavarte tranquilo porque el jabón era un lujo de pocos y la libertad era una libertad direccionada con un solo fin y hacia una sola persona, se era libre si se hablaba en la dirección correcta y del hombre correcto, si hablabas para el otro lado eras boleta. A pesar de todo eso ¿sabes que fue lo que más me impacto pibe? Que la gente era feliz, si así como te lo cuento, feliz, la gente reía en las calles y en los cafés donde no había ni café para vender, en los bares y en las casas se bailaba hasta el amanecer.
Sabes que conclusión saco de todo esto pibe, que estos Yanquis come patrias le hicieron un favor a los cubanos despojándolos de todo, porque al final después de perder todo lo material y superfluo, de vivir sin más que lo puesto, sin preocuparse por tener lo último en moda o tecnología, queda lo simple lo cotidiano, lo que pasa a los ojos de todos pero que nadie ve, lo que la naturaleza nos ofrece y nadie toma, tal vez porque nadie lo valora o porque nadie le encuentra un real valor y ahí, pibe, radica la belleza de la vida, en la sonrisa de los que la viven.
La teoría de Edmundo Reyes no dejaba lugar a la réplica pero si a la reflexión, por lo que decidí dejar a ese viejo guerrero sentado en su corcel para seguir mi rumbo, sin prestar atención más que a mis pensamientos que en ese momento se concentraban en las hojas que caían del árbol sombrilla que adornaba la entrada de la casa de Armenia Felluci.
También podés leer:
34 charlas con Edmundo Reyes – Parte 1