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Amalgama

Nos amábamos demasiado. Pero no podíamos estar juntos. Quizá las relaciones son para aquellos que no son como nosotros, que pueden ser felices con una “estabilidad”, que no los abruma la monotonía.

No voy a negar que lo intentamos. Duramos, ¿Cuánto? ¿1, 2 años? Ya no lo recuerdo. Tuvimos nuestros altos y bajos, cosas para olvidar y otras para recordar y el amor. El amor que le tuve y le sigo teniendo.

Quedamos de acuerdo en no volver a intentar tener una relación. Porque nos amábamos con locura, pero no funcionamos juntos, y es una pena. La pasión, y la piel que tenemos cuando estamos juntos jamás la he sentido con nadie. Pero no. Hay cosas en las que no concordamos, cosas que más que unirnos, nos separan. Y es una mierda, una verdadera mierda.

Es de noche, estoy en mi casa, me llama y sabe que le voy a contestar.

Estoy sola, él no. Pero no dudamos de lo que vamos a hacer.

Siempre igual, me llama y ya no toca el timbre, porque aún conserva el juego de llaves de la que, hace un tiempo, también fue su casa.

Estoy en la cama acostada, solo con la ropa interior puesta y solo la luz del velador prendida.

Ya sé lo que está haciendo. Deja sus llaves arriba de la mesa del living, su campera en el respaldo de la silla, y saca del bolsillo un bombón con licor. Sube las escaleras tratando de no hacer ruido, pero yo sé perfectamente que está ahí.

Y cuando aparece por la puerta abierta y nuestros ojos se encuentran, recuerdo porqué seguimos haciendo este juego que hacemos cada tanto, porque puede que como pareja no funcionemos, pero en la cama nuestros cuerpos forman una amalgama perfecta.

Me acerco por la cama, el se asoma al borde y yo le agarro la camisa, y la empiezo a desprender, mientras que siento su piel, siento como nuestras fibras se activan, llego a su boca, a la cual me prendo con pasión, pero delicadeza, y lo como a besos, después me empuja despacio a la cama, donde nos trenzamos en un beso apasionado, mientras que nos vamos sacando la ropa.

Yo apago el velador, mientras que solo la luz de la luna nos ilumina, me subo arriba suyo y lo cabalgo. Mientras que, fuera de la cama, el mundo deja de importar.

Yo soy suya. Él es mío. Le besó sus cicatrices, él me besa los tatuajes, se prende profundo a mi placer y bailamos al unísono aquella pasión desbordante que nos incendia. Juntos nos incendiamos.

Hacemos el amor de una manera única, y después de llegar al orgasmo, yo primero y él poco tiempo después, nos quedamos abrazados viéndonos, besándonos la piel que ya nos hemos besado antes.

– No quiero que te vayas – le susurro al oído.

– Esta noche somos el uno del otro – me dice, y se para desnudo al borde la ventana por donde le asoma la luz ese dragón que tiene tatuado en toda la espalda.

– Te amo – le digo.

– Yo también – me responde, y se prende un cigarrillo, mientras que yo lo veo desde la cama.

De otro modo es imposible estar juntos. Posiblemente nadie se quiera más que los dos.

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