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Aprendiendo a juzgar

Mañana de Martes de un día bastante caluroso de octubre.

Plena San Martín Sur.

Manejaba mi humilde auto buscando un lugar para estacionar, mirando a todos lados para registrar si no había algún paisano bondadoso que ya hubiera terminado sus trámites y estuviera sacando su vehículo.

Me encontré, al igual que Blockbuster y la Selección Argentina del 2002, con un estrepitoso fracaso.

Al no encontrar otra alternativa, me metí en una de las calles pedorras de los costados a ver si había un mísero espacio para meter a mi chiquitín, que por su falta de aire acondicionado y forma cuadrada, más que un auto, parecía un microondas.

Di con mi tierra prometida cuatro cuadras más tarde, encontrando un pequeño espacio que estaba entre dos garajes, y que gracias a las dimensiones mínimas de mi auto, pude ingresar.

Salí del mismo. Comprobé que tuviera todo lo necesario en mis bolsillos. Moví un poco mis pantalones en un movimiento danzarino para verificar si tenía caldo en los huevos. Así era, efectivamente.

Cerré la puerta, pensando que estaba solo. Aunque después comprobé que no era así, al ver que una figura negra se despegó del árbol que tenía a 5 metros y me dijo algo.

Era un hombre grande, moreno, con mucha cara de fulero. Su imagen acercándose me genero bastante desconfianza.

-Amego, ¿le puedo cuidar el auto?— Dijo el morocho.

-Bueno… — Respondí yo, displicentemente.

-Perfecto, ¿no quiere que se lo lavemó?

La verdad que el coche por afuera era un asco y no le hubiera venido mal un enjuage. Igual me negué en un principio.

-No hace falta capo— Dije, muy groseramente, mientras me daba media vuelta y me disponía a ir por la vereda.

-Por favor maestro son solo unos pesitó

-Bue, lávalo— Rematé violentamente mientras ya estaba dado vuelta y yéndome.

Deje la escena, y me dispuse a volver a la calle San Martín donde estaba el complejo de salud al cual debía concurrir, y en el que, a pedido del médico que me atendía, era necesario que me pusiera una inyección.

Camine unos cuantos pasos, pensando con un poco de molestia en que a la vuelta iba a tener que pagarle al vago que cuida los autos. También pensé en la sopa Quick que tenía dando vueltas en el bóxer y como me molestaba el calor de esta época .

Pasando la cuadra y media, entre esos pensamientos, no me di cuenta que me venían persiguiendo 3 flacos desde atrás.

Mire disimuladamente detrás mío y noté que sus apariencias no eran para nada alentadoras.

Me puse nervioso, y me percaté de que todavía me quedaba un tramo importante hasta la San Martín y que no había nadie alrededor más que ellos 3. Pensé en hacer la gran Usain Bolt y correr a todo lo que daba, pero me abstuve. Nunca fui rápido, y era obvio que en 2 patadas me iban a alcanzar. Al huir tenía las mismas probabilidades de éxito que un bypass coronario hecho por Michael Fox.

-¡Eh vos! —gritó uno de ellos.

Aceleraron el ritmo de su caminata hacia mí.

Estaba convencido de que me iban a robar, y vaya a saber qué más.

Pensé en mi billetera, pensé en el chip de mi celular, pensé en mis documentos, y por alguna extraña razón también pensé en mi culo. ¿Qué quieren que les diga? podían robarme amablemente o dejarme con la cintura rota y tirado medio muerto en el zanjón de los ciruelos. Las opciones eran infinitas, pero ninguna favorable para mí.

-Maestro —Dijo otro.

“Ya está” pensé. “Date vuelta y que sea lo que Dios quiera”.

Me di vuelta. Los miré.

-Sí, ¿Qué pasó?

-Maestro, se te cayeron las llaves en la cuadra pasada.

Me paso mi llavero. No disimulé mi cara de sorpresa.

-Gracias viejo —suspiré –pensé que me querían robar

Se rieron.

-¡No maestro! ¿Tanta cara de chorro tenemos? —Dijo uno mientras se reía

-No, no, para nada—Mentí. Por su pinta, realmente pensaba que eran capaces de robarme.

Me confundí mal.

Charlamos un rato más. Resultaron ser unos tipazos. Y me salvaron de dormir en la calle. Los salude cordialmente y pensé en que rápido les había hecho la cruz, y que me apure un poco en caracterizarlos como posibles chorros.

Seguí mi camino y llegué a mi destino. Después de un par de trámites, pase a que me inyectaran.

Me hicieron pasar a una habitación chiquita y me sentaron enfrente de una mesa, vino una chica con aspecto de tímida, cabellos enrulados, y cara de no haber dormido en días.

Me dijo que ella era la que me iba a hacer el inyectable.

Saco todas las boludeces necesarias para ponerme la inyección y demostró ser bastante torpe para hacer algo tan simple como poner las cosas en su lugar.

Me puse un poco ansioso, la verdad es que no soy un fanático de las puntas como Wanda Nara, pero en ese momento me hubiera gustado serlo para no tenerle miedo a la terrible punta de esa jeringa.

Mostré mi brazo y la mina empezó a frotar el alcohol suavemente. Era algo parecido a cuando les acariciaban el pelo a los franceses de la revolución antes de degollarlos.

-Ya has hecho esto antes ¿No? —Dije, tratando de mantener la compostura

-Sí, un par de veces, igual estoy aprendiendo— Me dijo ella.

-Ah…. ¿tenes algún título que trabajas acá?

-Estoy por recibirme de enfermera, pero hice un curso para hacer inyecciones aparte.

-¿y aprendiste algo? —Dije en tono de chiste

-Muy poco —dijo ella, seriamente.

Me puse un poquitín nervioso. La mina realmente tenía toda la apariencia de ser la reencarnación de Jack el Destripador. Respire hondo y me dije a mi mismo que con algo de suerte quizá solo perdía un brazo y no mi vida completa.

Empecé a pensar en toda mi historia, como los flashback de las películas, pensé en mi infancia, en mis amigos, en mis papas, en todo lo que me quedaba por vivir, en el día que me recibiera de la facultad, en la familia que podría tener, el gran consultorio en el que iba a trabajar…

¡Era injusto que alguien como yo se muriera tan joven!

¡Nunca tuve una esposa!

¡Nunca tuve un hijo a quien querer!

 

¡Nunca tuve uno de esos perros chiquitos e histéricos que compran todas las familias cuando ya están podridos de ellos mismos!

¡Nunca….

-Listo.

-¿Qué?

-Listo. Ya te puse la inyección. Ya te podes ir.

Me sorprendí por dos cosas. Primero, porque interrumpió mi mónologo interno, y segundo, porque no sentí nada. Nada. O ella tenía las manos bendecidas por todos los dioses habidos y por haber o yo tenía el brazo derecho de Daniel Scioli.

-Me la pusiste re bien— Dije.

Ella me miró para ver si me daba cuenta de que lo que acababa de decir había sonado terriblemente mal.

-Quise decir que me la clavaste re bien

El mensaje no mejoro. Ella lo hizo notar con su cara.

Me despedí en la incomodidad de la situación y salí hacia afuera del lugar.

Volví caminando a mi auto, con la gracia y vagancia que lo hace Lionel Messi en los partidos importantes, ya más tranquilo, sin tener ningún tipo de percance en el camino

Llegue y lo vi al morocho turbio de vuelta, que se me acercó y me dijo con su acento característico:

-Señor, usté estuvo una hora, pero como no tengo lapicera para anotar los boletos estos de estacionamiento le voy a cobrar lo que usté quiera darme.

Lo mire, y pensé un poco en todo lo que me había pasado esa mañana.

Busque en mis bolsillos, saqué 10 mangos y una lapicera.

-Toma flaco— Le di el billete y la lapicera –Medio que trate mal cuando me iba, y se nota que has estado toda la noche y la mañana acá. Quédate con la lapicera, así podes marcar los ticket.

-Gracias jefe, es muy complicado estar acá ¿usté vió?, laburando todo el día para mantener a la familia de uno

Asentí.

-Que tengas un buen día y usa la plata bien.

-Obvio que si jefe, va todo para la familia.

Pensé mientras me subía al auto si eso era verdad. Podría ser que fuera mentira, que se lo gastara todo en drogas, tatuajes, o huevos Kínder.

Pero la verdad, no era mi problema. No era mi trabajo discriminarlo por lo que hacía o dejaba de hacer. Mi auto todavía tenía cuatro ruedas cuando llegué. El cumplió con su deber y punto.

Mientras me iba en el coche terminando con el viajecito pedorro mañanero, pensaba en cómo había basado todo en prejuicios esa madrugada.

Pensé en los chabones que me “querían robar” pero terminaron siendo excelentes personas y que por poco no salí corriendo a todo pulmón por la imagen que tenían, pensé también en la “cuasi carnicera” que me iba a “amputar el brazo” pero termino haciendo un trabajo excelente con la inyección, y por último pensé en el flaco “vago y holgazán” que me cuido el auto y como lo trate mal cuando me baje solo porque no me caía bien de cara.

No sé si necesitas un talento o habilidad especial para ser inyectable, o para ser cuidacoche, pero mi pequeña lección de ese día fue darme cuenta que no cualquiera es un buen juez de vida.

Muchos como yo, de los “juzgadores sin título”, tendemos a prejuiciar por la cara, por el aspecto, por el leguaje y por demás cosas superficiales. Quizá porque alguien me robo cuando era chico, quizá porque alguien le erro a mi vena cuando me quiso sacar sangre alguna vez, quizá porque algunas veces me crucé con un par de cuidacoches con boca de albañiles y alma de boxeadores. Y me acuerdo de sus caras, y toda la gente que me crucé esa mañana me las hicieron recordar.

Pero no son ellos. No son las mismas personas. Sin embargo, yo mire sospechosamente a todas.

Más allá de esa sospechas, creo que fueron aciertos haber confiado en ellas a pesar de lo dubitativo de cada situación.

La verdad que ahora, después de un tiempo de reflexión, me doy cuenta que no es una lección para nada pequeña.

No cualquiera sabe cómo y que criticar.

No cualquiera es un “juzgador con título”.

Igual, es importante decir que cuando llegue a mi casa me acordé que el trapito me tenía que lavar el auto y no lo hizo.

Y bueno…

Supongo que 2 de 3 aciertos no está tan mal.

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