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El ataque de las cyborg milanesas mutantes

Cuando eres capaz de ver lo sutil, es fácil ganar

Capítulo 4: Sobre la medida en la disposición de los medios

El arte de la guerra, Tzun Tzu

Era verano, la ola de calor mas torrentosa que haya afectado al cono sur. 42° por las noches.

Todo empezó a la salida del túnel de la terminal de ómnibus.

Estaba dentro de una heladerita de telgopor, envuelta en una servilleta de papel reciclado. Era la única que quedaba, chorreando mayonesa con el cadáver de un tomate entre el pan y ella. La mujer que las vendía se quedó dormida a la sombra de un árbol y se olvidó la heladera al sol. En el interior los condimentos comenzaron a hervir mientras que la milanesa pulsaba y se retorcía.

Pasaron las horas y el sol cada vez estaba más fuerte.

Un senegalés llamado Abdoulaye, que vendía pulseras por el centro, se tomaba una cerveza tibia a unos metros de la señora y la heladera. Se acercó en punta de pies con intenciones non sanctas. Tenía hambre y un buen sanguche era la gloria; sigiloso levantó la tapa blanca mientras observaba a la mujer durmiendo. Al tacto buscó algo comestible pero lo que encontró no fue de su agrado.

Se escuchó un gruñido y Abdoulaye dejó escapar un grito que sacudió la siesta. Los que acudieron se encontraron con un espectáculo horroroso: El senegalés intentaba sacar la mano, pero algo se lo impedía. Salían chorros de sangre provenientes de la heladera mientras Abdoulaye era sacudido hasta que su brazo fue arrancado.

Un policía, el cabo Matías Aguilar de guardia en la terminal, se acercó y al ver lo que acaecía sacó sus 9 mm y vació su cargador, acribillando a la heladera de telgopor. Mientras algunos transeúntes ayudaban al moribundo Abdoulaye, el cabo se acercó cauteloso. Con la punta de la pistola levantó la tapa llena de agujeros, entonces del interior de la caja salió una abominación inimaginada: la milanesa había mutado, su ADN originario había cambiado sustancialmente. La conjunción del calor agobiante, la carne del caballo con que estaba hecha (criado con agua tóxica del canal Pescara) y las especias vencidas tres años antes habían generado la chispa de la vida; pero no una inocente y pura, sino una cruel y carnicera.

El pan rallado tenía la apariencia de escamas, un ojo con pupila de mayonesa parpadeaba en su centro, mientras que usaba como piernas un par de cartílagos; tenía una boca antropófaga plagada de dientes, chorreando saliva sanguinolenta; un par de tentáculos coronaban su cabeza.

El cabo Aguilar se detuvo estupefacto, pero el deber pudo más que su pavor y disparó nuevamente, Había vaciado el arma, entonces, sin otro recurso, tomó su teléfono celular y se lo arrojó atinándole al esperpento justo en sus fauces, éste sin más se tragó el aparato. Entonces algo aun más increíble ocurrió: la nanotecnología del aparato se asimiló con el incipiente organismo de la milanesa mutante, dándole una especie de inteligencia artificial.

Ante la llegada de refuerzos de la policía el ente se arrojó al canal Cacique Guaymallén, no sin antes decapitar al cabo Aguilar con la tapa de la heladera de telgopor. Las investigaciones posteriores concluyeron que la criatura había perecido ahogada.

La milanesa cyborg mutante pasó a la clandestinidad, por un tiempo se ocultó bajo puentes y en baldíos, saliendo sólo de noche para alimentarse de pericotes. Hasta que una noche encontró un local cerrado, llamado la Casa de la Milanesa; en forma subrepticia entró y contagió a otras milanesas de su cruel enfermedad, luego les insertó partes electrónicas de los aparatos que encontraba por ahí.

Desde las oscuridades las cyborg milanesas mutantes se expandieron exponencialmente,

Pronto se creó un ejército que tomó ciudad tras ciudad, no existía fuerza armada humana que pudiese resistir su embate. Pronto la civilización se vio cercada por estos seres abominables con inteligencia de celular y voracidad de oso después de la hibernación. Además parecían ser inmunes a cualquier clase de armamentos.

New York, París, Londres, Luzuriaga, Buenos Aires, todas las grandes ciudades iban sucumbiendo ante el avance irresoluto de las milanesas cyborg mutantes. Ante su capacidad innata para la batalla. las grandes potencias militares eran incipientes. Todo estaba perdido. El final estaba cerca. La raza humana iba a ser esclavizada.

La lucha era encarnizada en el último bastión de defensa en lo que otrora fuera el pasaje San Martín; las cosas no se veían bien, quedaban pocas municiones y estaban cercados. Los combatientes se iban despidiendo entre ellos y sacaban sus armas blancas para el ulterior combate.

El gran héroe de la gesta fue el soldado raso Enrique Rosi, quien tenía una gripe fenomenal. Por la imposibilidad de poder comprar antigripales, por la obvia falta de farmacias por el conflicto, hizo uso de algunos limones. En el fragor de la batalla se quedó sin balas entonces luchó con su bayoneta hasta que se rompió, perdido por perdido hizo uso de un medio limón que restregó en una cyborg milanesa mutante que intentaba morderle el cuello. El pequeño monstruo al sentir la acidez del cítrico tuvo una serie de convulsiones irrefrenables en un charco de líquido verde burbujeante para luego convertirse en una milanesa a la napolitana. El soldado raso Rosi prestó atención a este detalle no menor y se lo comunicó a su inmediato superior, después se hizo un sanguche con ella porque tenía hambre.

Se corrió la voz entre los defensores de cual era la solución. Millones de kilogramos de limones fueron repartidos entre los combatientes alrededor de la Tierra y la vanguardia de las fuerzas atacantes comenzó a replegarse.

La situación se invirtió, milagrosamente los humanos contraatacaron y acorralaron a las pocas milanesas cyborg mutantes que quedaban. Estas, con la disciplina del bushid?, iniciaron el viaje hacia el Paraíso de las Milanesas Guerreras, y atacaron en forma suicida. Fueron repelidas a puro limonazos: limones lanzallamas, limones tierra-aire, limones termonucleares y en racimo (prohibidos por la Convención de Ginebra); drones que arrojaban limones y limones láser, limones teledirigidos y limones kamikazes .

La respuesta siempre estuvo en el aderezo ideal de las milanesas: el limón, que convertía a las alimañas asesinas cibernéticas en pedazos de carne empanizada, con ajo, perejil y ají molido.

La Humanidad respiró, aliviada. La victoria fue nuestra, pero nunca más nos sentimos cómodos con una milanesa en la misma habitación.

 

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