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Mi aterradora historia en Uspallata

Nunca me voy a olvidar de Uspallata. Y ya ahora ha pasado bastante tiempo de aquellos días que empezaron tan bien, pero terminaron tan mal. Terminaron con mi vida de ese entonces, y hoy después de mucho me animo a contarlos. Lo cuento porque es mi forma de liberarme de esto que me persigue en mi mente como a una nube de tormenta sobre mi cabeza. Es hora de que se vaya.

¡Cuán enamorada estaba de Gastón! Lo había conocido un día en un recital, donde él era el bajista de la banda soporte que tocaba antes de una famosa banda de rock. Nos enamoramos a primera vista, se podría decir, y lo que vino después fue una hermosa relación de solo dos años. Una relación que quedó trunca.

Nos gustaba salir mucho con la 4×4 a recorrer lugares. Aprovechábamos los findes largos para irnos a donde la ruta nos llevara, a la Laguna del Diamante, Villavicencio, varios parajes de Tupungato, Uspallata, el desierto (y los chivos) de Lavalle. Miles de lugares, rodeados de gente que nos contaba historias, nos transmitían conocimientos y nuevas experiencias. Fue la época más feliz de mi vida.

Un día que él y yo coincidimos con los días de vacaciones, decidimos a irnos unos días a Uspallata. Teníamos muchos lugares que amigos nos habían recomendado, para visitar, y nos quedamos en una cabaña a unos 10 minutos de la plaza, que era de un matrimonio porteño ya mayor, que habían vendido su casa y habían cumplido su sueño de vivir en Mendoza. Me pareció gente amable, buena onda, que no estaban interesados en ser molestos.

El primer día nos fuimos hasta el Cristo Redentor, y nos besamos en el mismo monumento. Nos sacamos fotos en el mirador del Aconcagua, hicimos el circuito de 2,5 km a pie que hay y nos pegamos la vuelta a la cabaña. Ese fue el único día normal.

Uno amigos nos habían contado que era muy lindo ir al Cerro Tunduqueral, con muchas pinturas rupestres y toda la cuestión, y decidimos dejarlo para el otro día. La que también nos llamaba muchísimo la atención era la antigua y en desuso ruta provincial 13, que une Uspallata con la ciudad, y consta de 90 kilómetros imposibles de hacer en vehículos sin 4×4, una vieja mina de talco abandonada y muchas historias y parajes interesantes. Escalar el cerro Uspallata también estaba en los planes.

Después de desayunar bien temprano, nos decidimos a ir al Tunduqueral. Las pinturas eran sencillamente increíbles. Pero recuerdo que cuando toque una me dio una sensación rara, como que me estaba dando la corriente. No dije nada porque me pareció una tontera, pero cuando íbamos subiendo vi una extraña bandada de unos pájaros negros que cuando les fui a sacar foto, desaparecieron tan rápido como aparecieron. Y era raro, porque en los otros cerros había cóndores, en este no. Y cuando llegamos hasta donde está permitido sentí de golpe como que todo el dolor del mundo me había invadido y por algo que todavía no se explicar, me largué a llorar.

Gastón me miró y se dio cuenta de que no era un invento mío, y me dijo que bajáramos de ahí inmediatamente, que volviésemos a las cabañas así nos relajábamos un poco.

Ya más tranquila, salimos a la noche a caminar por ahí cerca y nos quedamos un buen rato mirando el cielo. Uspallata tiene el mejor cielo que he visto en mi vida, un millón de estrellas y esa noche vi varias fugaces, y les pedí que pasáramos las vacaciones tranquilamente. Lamentablemente eso no se cumplió.

Al otro día, el tercero ya, nos decidimos a hacer parte de la ruta 13, queríamos llegar hasta la mina de talco. Llegando a la mina pinchamos una cubierta, lo cual me pareció rarísimo porque estaban casi nuevas todas. Sacamos un tornillo oxidado, como los que se usan para fijar los durmientes de las vías. De dónde salió, todavía no me lo explico, pero adentro de los restos de la mina, iluminados solo con la linterna del celular vi unos ojos que se prendieron, como los de los gatos y de pronto, para agregarle más dramatismo a la situación una bandada de murciélagos, que habíamos ignorado por completo, salió por entre nuestras cabezas. Y apurados corrimos los dos de la mano y sentimos gritos. Muchos gritos de personas que no éramos nosotros. No había nadie más. Estuvimos un rato hasta que él pudo cambiar la rueda y nos fuimos, ignorando el resto del camino.

Llegamos a la cabaña cuando estaba anocheciendo, y yo prácticamente estaba con un ataque de pánico terrible. Era todo muy raro, como si todo hubiese conspirado en nuestra contra para que no pudiésemos estar en paz. Fuimos a hablar con el matrimonio y apareció el hombre con una cara pálida terrible, y hablando muy raro nos dijo que fuésemos a la base del cerro Uspallata. Que mucha gente iba a peregrinar a aquellos lados y que hacía bien para el espíritu. Pero teníamos que ir de noche. Nos insistió tanto en ese punto que nos pareció raro, pero en el momento no le dimos la suficiente importancia. Cuán errados que estuvimos al hacerle caso.

Fuimos con la camioneta hasta la parte que empieza la ruta 13, y a las dos cuadras aproximadamente nace una calle de tierra (y en subida) que lleva a la base del cerro. Estacionamos en donde nace esa calle. Eran aproximadamente las 22. Nos besamos en la camioneta y sentí una sensación rara. Le dije que nos volviésemos a Mendoza, que ya no importaban las vacaciones, pero que quería salir de ahí. Él me insistió en que nos iba a hacer bien y le creí. Siempre que me decía que todo iba a estar bien, eso pasaba.

Empezamos a caminar y en un momento se perdió la salida a la ruta y solo nos iluminaban las estrellas, porque esa era una noche cerrada, sin luna. Y de pronto sentí una presencia, algo raro y mire y a lo lejos. Vi como si una persona se hubiese puesto una túnica negra, pero solo se veía la silueta, y cuando lo miré estaba blanco y solamente señaló lo mismo que estaba viendo yo y dijo «Es La Sombra, vámonos de acá, esto no es bueno», y empezamos a dar la vuelta casi corriendo y en una de esas me enganche con una piedra y me caí muy fuerte al piso, me levanté rápido y me di cuenta que no estaba. Empecé a gritar con todas mis fuerzas su nombre, y nada, no recibía respuesta ni ruidos de sus pisadas. Me frené en seco. Me volví loca de la desesperación y corriendo por donde habíamos venido traté de buscarlo, y solamente encontré su campera. Me acordé que en la camioneta teníamos una luz de emergencia y la fui a buscar, cuando la encontré seguí gritando y nunca hubo respuesta. Con la luz de emergencia lo busqué por todos lados y nada. Nunca apareció.

Me dormí no sé en qué punto y al otro día me desperté cuando el sol me dio en la cara. Abrí los ojos y tenía en el piso la luz de emergencia y en las manos su campera. Cuando vi a alguien que se me acercó le dije que por favor llamara a la policía que Gastón había desaparecido. No me quería ir de ahí, incluso teniendo la camioneta.

Vino gendarmería y me dijo que no era raro que gente desapareciera de ese lugar a la noche. Eso aumento más mi desesperación.

Encontraron su cuerpo dos días después a unos dos kilómetros de donde había desaparecido. Estaba chupado, como si se hubiese secado de golpe. La autopsia no dio señales de ayuda. Y cuando le conté al matrimonio lo que había pasado el hombre me juro por su vida que él nunca me había dicho que fuésemos al cerro. Que él estaba durmiendo en ese momento.

Y de eso ya ha pasado un tiempo y nada hasta el momento ha aparecido que eche un poco de luz al asunto. Supongo que esa sombra se lo llevo, y que también estaba en el cuerpo del hombre de la cabaña. No sé, he pensado y he llorado tanto en este tiempo. No le encuentro sentido, ni nada. Siento que he perdido la felicidad. Pero es hoy el día que me dicen Uspallata y ni aunque me paguen vuelvo. Ese lugar me robó al amor de mi vida. Nunca más volveré. Nunca más.

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