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Caleidoscopio: «Correr sin parar»

Fran estaba incómodo. Muy incómodo. No debe haber peor cosa para un hombre que no poder explicar lo que le pasa. Pero es que era inexplicable. Y no le gustó tener que decirle a Cami que sí se quería casar pero que necesitaba postergar el casamiento, no por no estar seguro, sino porque estaba pasando un pésimo momento y quería disfrutar de su boda. Pero Cami supo que le mintió, y accedió sin discusiones y ningún convencimiento. Accedió a todo lo que dijo para escuchar lo que Fran debía decir al final, pero no dijo nada. Él también hubiera querido escuchar qué tenía él para decir al final, pero nada.

-El doctor ya lo atiende.

Y en esa pintura estática y muda, como el médico y el enfermo de Fildes, ella tendió la mano con un papelito. “Tal vez quieras hablarlo con un psicólogo… bah, no sé, pero por las dudas, este es bueno”. En su voz todo era desolación e incertidumbre.

-Pase.

* * *

En la cocina se escuchaba un cucharón contra la olla, pasos y una radio. Cada tanto un silbido despreocupado, por momentos una frase, un pensamiento desbordado de su madre que no tenía que ver con nada de la cocina ni con algo que a él le interesase. El pasillo en penumbras reflejaba el vano de la puerta de la cocina, y cada tanto se eclipsaba por el paso de su madre de un punto hacia el otro. Tenía que ser en el momento preciso, se iba acercando sin zapatos hacia la puerta de la cocina. Pasó la sombra, pero no se animó. Tuvo que volver a esperar a que a su mamá se le ocurra volver a cruzar. Esperó. El aroma de un arroz riquísimo le aflojaba un poco las rodillas, se moría de ganas de entrar corriendo y probarlo. Pero esperó. Sabía que su madre, cuando no podía avanzar con la comida, se sentaba en la mesa de madera y se ponía a leer. Pero estaba en pleno trabajo. Cruzó la sombra y de inmediato cruzó Fran. Llegó a la puerta, lentamente giró el picaporte, abrió, cerró, y listo. El pueblo era suyo.

A las ocho el pueblo aún no moría, pero había muy poca gente. Las calles sin luces se regaban con los focos de las ventanas de las casas que pintaban las veredas de distintos colores. Las puertas de algunas casas estaban abiertas y todo se llenaba del aroma de la carne asada, de guisos de verdura, ajo fuerte por un lado, arroz con leche por el otro, y alguna vez podía encontrar a alguno de sus amigos en la misma aventura que él. Pero la escapada de la tarde era un asunto solitario. Era el momento en que soñaba con ser grande, o ser otro, o ser tractorista, o camionero, y se acercaba al camión del vecino, o al tractor de la otra cuadra, y lo miraba de cerca, le tocaba las ruedas inmensas… Esta vez tenía otra expedición en mente. Y no tenía tanto el sabor de la aventura, sino el de alimentar el grito doloroso que le pellizcaba punzantemente el pecho. Unos metros antes de llegar a la casa de los Ferrari se detuvo. Le daba mucho miedo de que saliera Ferrari y lo descubriese merodeando su casa. Pero volvió a caminar hacia la casa aunque más lento. La ventana estaba abierta, ¡y la re putísima! Pero en realidad era mejor, más arriesgado pero mejor, porque tal vez le podría escuchar la voz a ella.

Entre las plantas del balcón francés de la alta ventana del estar de los Ferrari Fran sumergió su cara. Sabía que era invisible para ellos pero igual estaba inquieto. Desde la calle cualquiera que pasara lo vería espiando, y su mamá lo mataría en cuestión de segundos. Don Tomás Ferrari estaba sentado en el sillón con la radio prendida y el ambiente estaba cargado de un humo… del humo del cigarrillo de don Tomás…, de vapor… vapor de la cocina, la puerta de la cocina estaba abierta…, qué fea casa, pensó. Nunca le gustó lo de Ferrari, parecía que odiaran su casa. Ese cuadrito colgado en la pared de atrás del sillón siempre tenía el vidrio manchado de no sé qué. El trapito del apoyabrazo del sillón tenía varios colores de manchas asquerosas, la radio era un aburrimiento absoluto… ¿cómo podían tener a ella, la chica más linda del mundo en un lugar como ese? Por la puerta que daba para adentro de la casa vio, de refilón, que una luz se prendía y el ruido de pasos y risas femeninas se acercaba. Ahí venía. Empezó a haber más ruido, pero ruido por todas partes, en la casa, en la calle… pasó Clara Ferrari por la puerta sin entrar al estar, y atrás pasó ella pero apenas la pude ver. Corrían… iban a… ¡a la puerta de calle! ¡Que estaba abierta! Fran giró y vio un auto parado frente a la entrada de la casa y gente adentro que lo estaba mirando. Primer impulso de cualquier chico: correr.

Salió corriendo a cualquier lado, no importaba, y corrió sin parar, sin mirar para atrás, nada, corrió, corrió, llegó a la esquina, dobló, y volvió a correr. Se alejaba de su casa pero corría, hasta que llegó a la otra esquina exhausto y se detuvo. Apoyado contra un poste y doblado en dos trataba de respirar mirando hacia atrás para ver si alguien lo seguía. Nadie. Respiraba agitadamente, volvió a mirar, nadie lo seguía, fantaseó con que no lo hubieran visto, pero era imposible. Fantaseó con que no lo hubieran reconocido, y le pareció que sí… probablemente no lo habrían rec… “Teeet-teeet”, sonó una bocina al tiempo que el auto de la casa de los Ferrari lo saludaba con toda la gente que lo había visto espiando más Clara y ella. Todos reían. Fran se puso colorado, estuvo por bajar la mirada pero volvió a mirar. Entre las personas que se reían en el auto, ella era la única que lo miraba sin reír. Tampoco lo miraba triste, ni preocupada. Lo miraba tensa, como no pudiendo olvidar que ambos… tenían un secreto. Fran se irguió, se olvidó de las personas del auto, del pueblo, de Dios y de la Patria, y miró esos ojos que lo besaban de soslayo alejarse por la calle de tosca hacia la ruta. “¿Se estará yendo? ¿No… no la voy a volver a ver más…?”, se preguntó Francisco, y sus ojos en un segundo rebalsaron muda e incontrolablemente.

* * *

Se acomodó la pollera, giró y se miró en el espejo.

-¿Cómo me queda?

-Genial, Vero.

-Sí, Ceci. Me decís genial porque sos mi amiga. Decime la verdad, ¿cómo me queda?

-A ver, pará… ¿Por qué te importa tanto como te queda la pollera para ir a laburar?

Verónica se rió, se acomodó más la falda y se volvió a reír. Sus ojos verdes sobresalían hasta en las fotos blanco y negro. Su sonrisa era una barricada de nieve y sus mejillas le dibujaron dos guiones verticales custodios de aquella boca. Giró hacia Ceci y la cola de su pelo trazó una parábola serena en el aire.

-Hay un tipo… je…

-¡Contame, boluda!

Verónica se volvió a reír y salió de la escena del espejo en busca de su saco verde inglés.

-Hay un tipo en el laburo que lo conocí hace mil años. ¡Y me encanta! Siempre me gustó, pero bueno, éramos pendejos. Quiero demolerlo apenas me vea.

-¿Soltero?

-Sí, me parece que sí. Bah, no sé, pero va a tener que estarlo –agarró su cartera imitación piel de serpiente-. Va a desear estarlo.

Verónica se iba hasta la puerta.

-Pero ¿te habló? ¿Por qué estás tan segura de que va a querer hablar con vos?

Verónica giró con aire suficiente y la miró a Ceci con una sonrisa amplia de labios apretados.

-Porque lo acaban de ascender a la dirección general… y yo soy la que le tiene que dar la noticia. Su nueva secretaria.

* * *

Fran se sentó en su escritorio, recién llegado del psicólogo. La charla fue tan breve que se sentía un poco confundido. Después de preguntarle qué le pasaba y luego mirarlo a Fran en silencio sin poder explicarlo, el psicólogo le dijo que dejara decantar lo que sentía y que vuelva cuando tenga una sensación más concreta de lo que le pasaba… o cuando reviente. Ni le quiso cobrar la consulta. Nunca estuve tan pelotudo, pensó. Prendió la computadora, dejó el celular sobre el escritorio, los puchos, la agenda, se quitó el saco y se dejó caer sobre la silla. No tenía ganas de hacer nada. ¿Y si voy a la dirección y presento mi renuncia? ¿Qué pasaría? Lo debería hacer ahora, antes de cualquier posible ascenso, si es que me ascienden. Sí, tengo que hacerlo hoy. Pero Cami se muere…

Desde su oficina Fran escuchó la puerta de la recepción abrirse. La voz era la de Diana, la recepcionista.

-Sí, ¿a quién busca?

-Estoy buscando a Francisco Martínez.

-¿De parte?

-Vengo de parte de la dirección de la empresa.

(Continuará…)

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