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Caleidoscopio: “Jugar con las reglas”

-Chango, necesito que me hagas un favor.

-Sí, decime, Eduardo.

-Margaux no va a poder tener las destilerías y las petroleras.

-No, de hecho las destilerías las tenés vos, la compra fue por las acciones de las dos petroleras.

-Yo se las vendí por eso, Chango. A mí me estaba cayendo la Ley Antimonopolio encima, en cambio ella puede solucionar ese problema.

-¿Cómo?

-A su manera. Me extraña que me lo preguntes. Lo que te quiero pedir es que la persuadas de que me deje algunas destilerías para que ella se evite el costo de esquivar la Ley.

Chango se sentó en los sillones de almohadones blancos de la terraza de la casa de Margaux a las orillas del mar, en Sitges, España. La mesa ratona, blanca y cuadrada, estaba sembrada de platitos con copetín y vino. La brisa que soplaba era cálida y Chango pensó que los anteojos negros hacían de Margaux una belleza más del lugar.

-No alcanzo a entender para qué me pide algunas destilerías.

-Por lo de la Ley Antim…

-Hablo en serio, Chango. No lo entiendo. Es más, creo que vos sí lo entendés y no me lo querés decir.

La conversación era salteada en el tiempo. Los silencios abundaban entre las frases de uno y las del otro. Eran parte de la charla el sonido de las copas en la mesa, los platitos percutidos levemente por los cubiertos, las brisas, el mar.

-Sí sabés por qué te lo pide, Margaux. ¿Por qué querés que te lo diga yo?

-Es que a veces me parece tan estúpido que me divierte escucharlo de la boca de otro. Si lo digo yo no tiene gracia, si lo decís vos algún día voy a poder decirte: “¿Te acordás esa tarde en Sitges que me viniste a comentar lo de las destilerías de Eduardo…?”, y nos vamos a morir de risa.

Chango contuvo la risa. ¡Era tan cierto!

-Eduardo quiere las destilerías para no quedar afuera de las reuniones de los petroleros, que le encantan.

-Es un milagro que Eduardo esté donde esté. Me devoré tantos pelotudos como él… No sé cómo todavía nadie se lo llevó puesto.

-Es por vos, Margaux.

-Sí… Lo sé.

El mar y el viento callaron y dejaron escuchar la guitarra de John Williams que sonaba bajito desde adentro de la casa. Margaux suspiró.

-Decile que le voy a dejar tres destilerías…, después me fijo bien, pero probablemente sean tres destilerías, pero con una condición. Que sea el presidente Ad Honorem de Mare Oleum.

-¿De Mare Oleum? Pero Mare Oleum es la empresa dueña de las petroleras. No entiendo, ¿le das las destilerías y lo ponés al frente de la compañía?

-Y te faltó el detalle “ad honorem”. Es que a veces me da un poco de rabia. La gente así de estúpida me inspira a hacerles daño, y con Eduardo… Bueno, otra vez le voy a dar el gusto, pero no va a ser gratuito.

-Bueno, si es ad honorem…

Margaux se rió.

-Va a tener lo que él quiere, va a ser la cara de la compañía, pero va a tener el yugo de que todos sepan que es gratis, que es un puesto político, que está ahí… de pedo –y se volvió a reír.

-A veces sos demasiado dura, Margaux.

-Oíme, ¿cuántos millones tiene el boludo este? ¡Hasta no sé si tiene más plata que yo! Y me viene con esta boludez, ¿sabés por qué? ¿Sabés por qué me pide esto y no se compra una compañía petrolera él? Porque sabe que la funde. Lo sabe. Lo sabe desde siempre, Chango, desde siempre.

-Chango, ¿me hablás en serio?

-Sí, Eduardo.

-Pero… ¡pero esto que me decís es humillante!

Chango callaba.

-Oíme, acepto la presidencia, pero que me pague nada, algo represent…

-Eduardo, no insistas. Ya sabés cómo son las cosas.

-Chango, vos jugás para Margaux. No debí…

-¿No debiste haberme hecho el pedido? Entonces no me llames más, Eduardo. Hablá con otro. Y alguna vez, si tenés ganas, devolveme al menos el diez por ciento de todos los favores que te hice. Con el diez por ciento nomás creo que alcanzo a tener tu fortuna.

Por unos segundos callaron los dos.

-Muy bien. Decile que acepto. Aunque te repito que es muy humillante que me haga trabajar ad honorem. Insisto en que no es por la plata…

-Ya lo sé, Eduardo.

-Bueno, ¿y te dijo cuánto quería por las destilerías?

Chango se tentó, sabía que era una conversación de mierda.

-Sí, Eduardo. Margaux me dijo que a las destilerías te las regalaba.

-¿Cómo?

-Sí, ella cree que el pedido se lo hacés porque andás con problemas económicos.

-Pero… ¡Qué voy a andar con problemas económicos! ¡Yo tengo más plata que ella, Chango! ¡Yo puedo hacer lo que quiero! Y si le dije de comprarle las destilerías… ¡fue por ella, la reputísima madre que te parió!

-¿A mí?

-¡A ella! ¡A los dos, Chango!

-Bueno, Eduardo, estás nervioso. Cuando me confirmes que aceptás…

-Dale, terminemos con esto. Decile que sí, que acepto. Pero que me quedé muy caliente.

-Listo, ahora instrumento el traspaso de las destilerías. Ah… vas a tener que firmar vos. Sos el nuevo president…

Y Eduardo cortó.

*            *           *

Fran se alejó del gordo Santurián bastante confundido. ¿Cómo podía ser que Tin supiera el nombre y no se lo haya dicho, si él iba a ayudarlo a averiguarlo? ¿Qué le estaba pasando a Tin? Hacía tiempo que no lo encontraba. Pero ahora que el gordo le había dicho que ella se llamaba algo como Tita, y que Tin lo sabía, no tenía otra meta en su vida que encontrarlo.

Llegó a la puerta de la casa pero se detuvo. ¿Y si Tin estaba escondiéndose…? Era muy raro no encontrarlo ni en el colegio. Pero ¿por qué se escondería? Fran continuaba parado frente a la puerta. Si tocaba y le atendía la madre de Tin…, y si este realmente se estaba escondiendo, la mamá lo protegería. No sabía qué hacer, pero no tenía ninguna ansiedad ni apuro. Toda su atención estaba enfocada en Tin. Debía encontrarlo. No, no llamaría a la puerta. Mejor asegurarse de sorprenderlo.

A la hora y veinte minutos se abrió la puerta y Tin apareció.

-Hola, Tin.

Tin, sorprendido, casi atina a meterse nuevamente en su casa.

-¿Te estás escapando de mí?

-No, no… es que creí que me había olvidado una cosa. Pero no… me equivoqué, no me olvidé nada.

-Tin, ¿vos hablaste con la amiga de Clarita?

-No, ¿por qué?

-Porque me dijo el gordo que sabías como se llamaba.

-¡Mentira! ¿El gordo Santurián te dijo eso? ¡Mentira de él! Yo no las vi nunca.

-Y ¿por qué el gordo cree que sí?

-No sé… El gordo está loco, Fran.

-Tin, ¿estás seguro que no sabés el nombre de ella?

-¿El nombre…? Ah, el nombre… Bueno, el nombre… ¿para qué lo querés saber?

-¡Tin, me dijiste que me ibas a ayudar a saber el nombre de la amiga de Clarita, y ahora que lo sabés no me lo querés decir!

-¿Cuándo te dije…? Ah, sí… Sí. Sí, el nombre de ella lo sé…

-Y ¿cómo lo sabés, Tin?

Tin tenía en la cara una gran expresión de susto, de vulnerabilidad.

-No sé… Mamá. Mamá lo dijo una vez, y yo lo escuché.

-¿Tu mamá? Y ¿qué dijo de ella?

-No, no, que se llamaba así. Nada más.

-Y ¿cómo se llama?

-¿Ella?

-¡Sí, Tin, ella!

*            *           *

La plaza San Martín de Buenos Aires estaba sembrada de pilares con obras de arte diversas y paneles con pinturas y fotografías. Había tres cubos grandes que soportaban instalaciones artísticas y en el centro de las obras una mesa circular con algunos mozos en el centro repartía el ágape. Entre la gente común que se detenía a mirar, varios personajes de sobrios trajes caminaban mirando los trabajos. Una importante marquesina también circular sobre la mesa del copetín rezaba “Brewster y el compromiso con el Arte Argentino” bordeada en su margen superior e inferior con banderas de varios países. Cami hablaba con dos personas cuando vio llegar las camionetas de los medios televisivos, se disculpó y fue al encuentro de los cameraman y productores que bajaban para acomodar el despliegue de los aparatos. “¿Qué es lo más relevante de la obra, Llorente?”, le preguntaron a Cami. “Ya le digo, espéreme un segundo”.

Cami lo encontró a Miguel hablando con una periodista de un medio brasilero que estaba casualmente por la ciudad y llevaba, no tan casualmente, un vestido ceñido a una cintura escultural, y con la cónsul yugoslava que disolvía todos los colores en el mortero de su mirada celeste.

-Miguel, perdoname que te moleste pero los de los canales me preguntan qué es lo más relevante de la muestra.

-Que filmen el centro de copetines, y a los embajadores que son los tres que están hablando allá.

-Pero… Miguel, no puedo decirles eso.

-¡Claro que no, Cami! Deciles que filmen cosas que estén ahí, donde está lo que tenemos que mostrar.

La cónsul yugoslava sonrió mostrando otro de sus encantos escondidos que parecían no terminar nunca de sorprender. Miguel la miró y sonrió también. Cami sintió un puñal en la espalda y sacó a relucir su caja de herramientas.

-Ay, Miguel, no sé cómo hacerlo, me da miedo. ¿Me ayudás…?

-Cami, tenés que ir y…

-Sí, Miguel, pero no sé…

-Disculpen –dijo Miguel con una sonrisa, y con la misma sonrisa la miró a Cami-, dale, vamos.

La tarde fue pasando, Miguel la llevó a Cami a cada grupo de invitados haciéndola mostrarse, hablando de lo que “había” que hablar, intercambiando proyectos y tarjetas, prometiendo, proyectando, arreglando los futuros pasos de “Brewster y el Compromiso con el Arte Argentino”.  La muestra despidió al último invitado una hora y media después de lo que se suponía iba a terminar.

-¿Usaste toda la plata que Brewster te había dado para tu área, Cami?

-No, pero usé más de la mitad.

-Cami, ¿y vos estabas preocupada? ¡Mirá todo lo que tenías en tus manos! ¡Y lo que tenés aún!

-Pero, Miguel, a mí me parece que a Brewster esto les va a caer muy mal. No creo que esto los haga cambiar de opinión.

-Cami, Brewster ahora es lo que menos importa. Esta semana tenés que llamar a varios de los que te vieron hoy y seducirlos con la idea de exportar arte. Ni menciones a Brewster. Hablá de parte tuya. Cuando te echen de Brewster alguno va a quedar seducido por tu idea y la va a querer aprovechar. ¡Y qué mejor que hacerla de la mano de quien tuvo la idea!

Miguel la abrazó a Cami con su sonrisa perpetua y se fue a ver cómo estaban desmontando las cosas. Cami se quedó de pie, en el abra de la plaza, frente al monumento del padre de la Patria. Algo le empezó a inquietar. Miguel no tenía baches. Nunca se quedaba en un callejón sin salida. ¿Para qué la necesitaba a ella? Trató de visualizarse para ver qué era lo que tenía, por qué cosas Camila Llorente podía representar algo de valor. La cuenta de Brewster podía ser un atractivo, por ejemplo, pero Miguel no tuvo ni iba a tener acceso a ese dinero. Ella, su cuerpo, el sexo, pero tampoco. La periodista y la cónsul habrían hecho fila para estar con él. ¿Por qué Miguel estaba a su lado resolviéndole los problemas? ¿Solo para exportar sus obras? ¿Nada más que por eso? Y si tenía tantas soluciones para todo, ¿por qué vivía en una casita sencilla? ¿Por qué no era millonario? ¿Por qué no estaba exportando ya sus obras al exterior? Lo miró de lejos moverse con la gente. Todos le sonreían, todos le hablaban bien, había carcajadas, chistes, y sin embargo estaban trabajando.

Cami sabía que ella no era una mujer muy especial. Se sabía muy linda, elegante, culta, pero no era de una gran inteligencia, ni tenía soluciones a problemas a los que Miguel se enfrentaba y resolvía casi sin esfuerzo. Y después de mucho tiempo sin hacerlo quiso recordarlo a Fran. Quiso recordar cómo la miraba, cómo era Fran con ella. ¿Qué le había visto Fran a ella? ¿Por qué un día empezó a actuar raro? ¿Por qué canceló dos veces el matrimonio? ¿Por qué, si ella lo amaba tanto…? ¿O no lo amaba tanto? Por un segundo pudo sentir lo que sentía ella cuando estaba con Fran. No tenía nada que ver con lo que sentía estando con Miguel. Pero sin embargo… aunque estaba muy bien con Miguel, ella sabía que en algún momento lo iba a dejar a Miguel y lo iba a buscar a Fran. Lo sabía, aunque ni siquiera le gustaba la idea, lo sentía como un karma, como algo que así debía ser. Los “Miguel Robles” no son recomendables. Los “Francisco Martínez” son más seguros, más est… ¿más estables?

-Ya está todo encaminado, Cami. Quedaron los del catering nomás. ¿Vamos yendo?

Cami lo miró a Miguel desde dentro de la nube de pensamientos en los que flotaba. Necesitaba verlo resolver algo, verlo actuar, sentía la necesidad de confirmar que no tenía baches, que estaba siempre listo.

-Miguel…

-Sí, Cami.

-¿Por qué crees que en Brewster no van a hacer algo contra mí? ¿Qué les voy a decir para que no quieran embarrarme?

-Cami, la vida es una lucha. Una pelea diaria por conseguir lo que queremos, y dentro de las reglas de juego. Salirse de las reglas es peligroso, y nunca resulta bien. Jugar con las reglas, pero con todas las reglas, muestra que sos un jugador de cuidado que presta atención a cada detalle sin salirse del juego. Si vos sentís que hicimos mal, te van a comer viva, pero decime ¿la plata que usaste para qué era? ¿No era para esto? ¿Este no era tu trabajo? Y si te anticiparon que te iban a echar, ¿no era previsible que hicieras algo? ¿O Brewster Internacional pretendía que te sientes en la máquina de café a llorar tu suerte?

Cami lo miraba con los ojos serenos, como si hubiese estado llorando a mares aunque sin los ojos hinchados.

-Esta misma filosofía es la que vamos a usar para resolver el tema “Fran”.

Si bien a Cami le sorprendió que hablara de “resolver el tema Fran” después de haber estado juntos en la cama, su expresión no cambió. Cada vez que estaba con Miguel tenía la misma sensación. La sensación de que estaba todo bien, de que estaba donde tenía que estar. Sin decir nada le cruzó el brazo por el de él, apoyó su cabeza en el hombro y se fueron caminando hasta la avenida Santa Fe en busca de un taxi.

(Continuará…)

Fuente de las imágenes:
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