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Caleidoscopio: “Una experimentada mujer”

Chango estaba a menos de diez metros de la puerta del hotel Residenza Vaticana cuando vio salir a la mujer de la foto que le había mandado Eduardo Cortés. Se detuvo sorprendido y al segundo se relajó y sonrió; qué fácil va a ser esto…, pensó.

Aceleró el paso para alcanzarla ignorando las miradas femeninas que se le pegaban al torso como abrojos en las medias. Su porte, su mirada verde claro, su sonrisa contenida por dos hoyuelos y su mandíbula marcada, entre otras cosas, le habían enseñado que las mujeres podrán amar por mil motivos, podrán llenarse la boca hablando del interior de las personas, del atractivo masculino, del contenido intelectual, del cerebro, pero que cuando las encontraba solas ninguna se resistía a esas características físicas por las cuales nunca había hecho absolutamente nada.  Caminaba más ligero que ella hasta que se le puso al lado y la miró de costado sin titubeos.

Una donna italiana bella come una donna argentina! Che cosa strana …

Vero lo miró sin cambiar la expresión.

-Otro argentino que copia levantes de internet –disparó Verónica sin emoción alguna.

Chango estaba preparado para cualquier respuesta. Sabía que las mujeres cuando tienen algo intenso en su mente difícilmente consiguen distraerse de ello, pero le sorprendió no encontrar en su rostro una mínima expresión de sorpresa ante sus facciones físicas. Tenía comprobado con cientos de mujeres que todas, sin excepción, tenían al menos un mínimo gesto en las cejas, o en sus ojos, una expresión casi imperceptible de admiración al verlo. Eso lo confundió un poco, pero hay egos que necesitan de mucho más que eso para empezar a pensar que el objetivo se aleja.

-Veo que estoy frente a una experimentada mujer en cuanto a lo que relac…

Pero Vero dobló en la esquina con una actitud real, o perfectamente actuada, de cómo si estuviese caminando sola. A Chango no le gustó eso. No recordaba que una mujer le sea realmente indiferente, y sabía que ella no lo estaba siendo sino que actuaba con mucha convicción, y aceleró el paso, ya que Verónica caminaba sin pausa y con masculina decisión.

-…una experimentada mujer en cuanto a las relacio…

Pero Chango tuvo que interrumpir nuevamente su frase porque tuvo que esquivar a un tipo que leía el diario. Se sintió un tarado, y se dio cuenta de que había subestimado a la mujer que venía de parte de Pranna. Obviamente que si venía para reemplazar a Pranna era porque tenía un formato diferente. Avanzó con más decisión, y con mejor puntería.

-Perdón –le dijo y la detuvo tomándola del brazo-. La verdad que…

-Pero ¿qué estás haciendo, pelotudo?

Fue automático, Chango sin proponérselo la soltó, y ella sin perder el menor segundo en nada, continuó su concentrada caminata. ¿Será lesbiana? Pero no, las lesbianas también se detenían en él. No por sus facciones, sino porque además tenía “carita de bueno”, como le dijo una vez una mujer policía en un calabozo en Rumania. No podía llegar a comprender lo que pasaba, pero no tenía tiempo y era el mejor en lo suyo, así que cambió de estrategia en un segundo.

-Verónica Kawalsky… -dijo fuerte pero sin gritar, y Verónica se detuvo y lo miró-. Otra vez te pido disculpas por haberme presentado de una manera tan grosera, pero no sé, tenés un aspecto tan cálido que me sentí en confianza. Me pidieron que te venga a avisar que la reunión de hoy se pasa para mañana a la misma hora.

-Muchas gracias –dijo y continuó caminando en la misma dirección.

Chango se quedó mirándola. Esta mujer no hablaba, no le preguntaba, no lo peleaba, no discutía, no se enojaba, no se reía… No sabía a dónde se dirigía Verónica, pero no podía darse el lujo de que estuviese ignorando su advertencia y vaya de todos modos a Brewster. La alcanzó.

-Verónica, teng…

-Pero ¿puede ser que te hayan dado la instrucción de que me tutees? ¿De que me trates como si me conocieses?

Chango se quedó unos pocos segundos duro mirándola. Conoció miles de mujeres malhumoradas con respuestas agresivas, otro tanto de minas distraídas, o concentradas, pero Verónica no era nada de eso. No era malhumorada, se le notaba en la cara y la manera en que le hacía los reclamos era, antes que con enojo, con decisión, con una aparente curiosidad real.

-Disculpe, señorita Kawalsky, tiene usted razón. Otra vez me disculpo. Es que tengo órdenes de invitarla a conocer la ciudad. No en los tours abiertos al público sino a conocerla de manera personalizada. Es que la dirección de la empresa no quiere que usted pierda el día por el retraso de la reunión.

-Gracias, es usted muy amable, pero prefiero estar sola.

-Otra vez le pido disculpas, señorita Kawalsky, pero debo acompañarla. Si usted quiere no me preste mayor atención, pero tengo el encargo de abonar cualquier gasto que usted…

-Ah, muy bien –dijo Verónica al tiempo que asomó a la calle y detuvo un taxi al que se subieron los dos.

-¿A dónde quiere que vayamos, señorita Kawalsky?

-A Brewster.

*            *           *

Don Tomás Ferrari abrió la puerta de entrada a su casa y lo encontró a Tin.

-¿Vos tocaste el timbre?

-S… sí, Don Tomás.

-Y ¿qué andás buscando?

-Quería… este… quería…

-Sí, ¿qué querías, Tin?

-Este…

Los chicos no son valientes. O son conscientes o no lo son. No puede haber valor en un niño que aún no entiende con plena conciencia que hay motivos por los que se da la vida, que hay cosas por las que uno puede morir. Y muchas veces la consciencia se adquiere de golpe, actuando con inconsciencia.

-Eh…

-Tin, andá a tu casa y cuando sepas qué querés volvé –dijo Don Tomás y cerró la puerta.

Tin dio media vuelta para buscar a Fran en su casa, había fallado. Había hecho todo mal, él debió hablar pronto, sin titubear. Dio dos pasos, pero sintió rabia. Rabia por ser tan tonto de haber fallado, tan cobarde, y volvió a la puerta. Otra vez Don Tomás.

-Vengo a verla a Clara.

-¡Clarita! –gritó Don Tomás desde la puerta-. Esperala que ahora viene.

Clarita se paró en el centro de la puerta sobre el umbral, y apenas sus hombros alcanzaban la altura del picaporte de la puerta. Dos coletas parecían chorros brotando del pelo y sus ojos redondos y abiertos concentraban toda la atención de quien la mirara. Tenía una nariz rara, y un boca apretada que a Tin siempre le dio como impresión. Parada frente a ella se dio cuenta de que no sabía bien qué hacer.

-Hola, Tin.

-Hola, Clarita.

El silencio volvió a ser el protagonista entre esos dos chiquitos parados uno enfrente del otro .

-¿Qué querés, Tin?

-¿Cómo se llama tu amiga?

-¿Te gusta mi amiga?

-No, solo quiero saber cómo se llama.

-Esperá que la llamo.

Clarita salió corriendo y lo dejó a Tin con la boca abierta. Pero no le importó. Su misión era averiguar el nombre de la amiga de Clarita y no podía preguntarle a nadie, así que decidió ir directamente a Clarita y preguntárselo de parte suya. ¡Qué le importaba…! Escuchó los pasos de los zapatitos de Clarita acercarse corriendo hasta que se detuvo otra vez en el umbral.

-Acá está. ¿Vos me preguntás el nombre de ella?

Tin sintió que el cuerpo se le aflojaba todo. Sintió que el aire empezaba a pesar mucho, que el oxígeno no llegaba a sus pulmones, no se animaba a moverse, jamás había visto una cara como esa. Jamás. Esa chica era lo más lindo que había visto en su vida, no sabía qué era lo que tenía tan lindo, pero nunca había visto algo así. Sintió una vergüenza gigante, ardiente, y no supo qué hacer.

-Hola, ¿vos sos Tin…?

Pero Tin no lo soportó, y salió corriendo.

*            *           *

-Bueno, señorita Kawalsky, veo que usted tiene decidido ir a Brewster. No hay problema.

A Chango le empezó a dar mucha bronca que Verónica no accediera al menos inconscientemente a una mínima respuesta a todo lo que él decía. Ya estaba empezando a tomarse el caso “Kawalsky” de manera personal. Llegó el taxi, Chango bajó y ayudó a Verónica a descender. Él mismo abrió la puerta principal y, al pasar ambos, los ocho custodios de la entrada se cuadraron y corrieron los precintos y las tiras allanándoles el paso. Verónica por primera vez lo miró a Chango con alguna atención.

-Alfredo, tal vez vos puedas explicarle a la señorita que hoy no hay reunión, parece que a mí no me cree lamentablemente.

Uno de los custodios, Alfredo, lo miró a Chango casi con susto, y luego a Verónica y respondió en castellano.

-Es como él dice, señorita.

-Y ¿me puede decir quién es “él”, que en ningún momento se dignó a presentarse? –le preguntó Verónica al custodio.

-Me llamo Chango –dijo, pero Verónica nunca le quitó la vista a Alfredo.

-Sí, Chango es su nombre, señorita. Chango es parte de la dirección de esta empresa.

Verónica por fin mostró por primera vez un síntoma de incomodidad. “Tanos de mierda, calentones pelotudos, el quilombo en que me acabo de meter”, pensó para sí, y esta vez giró y miró con mejor disposición al hombre de porte y facciones atractivas, de cara de bueno, y de cerebro de maní que lo miraba con una sonrisa de “te gané con lo que tengo, no con lo que soy”. A cada segundo iba dándose cuenta del problema en que estaba metiendo a Fran, a Pranna, de la posibilidad de perder su trabajo… “Qué mala leche, tengo que darle lugar a este sorete, un clásico exponente del hombre de pito grande y huevos chicos”. Lo volvió a mirar a los ojos, y otra vez tuvo que pensar: “sí, tengo que arreglar esto, lo tengo que hacer por todos”.

-¿Esos ojos verdes que tiene son lentes de contacto…?

Y Chango estiró su sonrisa, cerró los ojos y la volvió a mirar, seguro, sólido, confiado…

-No, son reales.

 (Continuará…)

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