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Caleidoscopio: “Vos nunca lo supiste”

Fran escuchó los tacos cantando en la recepción hasta que una mujer se paró en el umbral de la puerta abierta de la oficina.

-¿Francisco Martínez?

-Sí.

-Soy Verónica Kawalsky y vengo a solicitarle si se puede presentar en la dirección, el señor Lozano lo quiere ver.

-¿Vos sos…?

-Verónica Kawalsky –y floreció una mínima mueca de sonrisa en sus labios-, su nueva secretaria, señor Martínez.

Verónica con su trajecito verde inglés, sus zapatos negros de taco grueso alto, sus aros llamativos medianos y su collarcito sencillo de piezas de cobre creyó por la expresión de Fran que lo había impresionado.

-Mi nueva…

Verónica sonrió ampliamente y cerró los ojos casi saboreando una trompada seductora que nunca creyó tan demoledoramente efectiva. Los abrió más grandes volviendo la oficina de verde pradera, de verde selva, de verde vacaciones, y moviendo lentamente sus labios y con una expresión divertida repitió: “Sí, su nueva sec…”

-No, no… No.

Fran se llevó las manos a la cara y Verónica se dio cuenta de que no había entendido nada. Se paró como un resorte, agarró su saco y, pasando por detrás de Verónica ignorando toda esa monumental puesta en escena, salió por la puerta hacia la recepción. Atrás Fran ya no escuchaba el rápido clip-clop de los tacos de Verónica que intentaba acompañarlo no tan por detrás a… al señor Martínez. En el ascensor Verónica buscó volver a empezar y llegar a Fran por otro lado.

-¿Está usted bien, señor Martínez?

El “señor Martínez” era una derrota de Verónica, pero tenía que volver a foja cero. Fran todavía no la había mirado correctamente. Menos la recordaría. Lamentablemente cuando se conocieron tiempo atrás el apellido era algo inexistente para los intereses de ellos, y él no la había registrado cuando ella se presentó. Fran la miró tal vez por primera vez con algo de atención.

-Sí, Verónica. Gracias.

El ascensor se abrió y los dos llegaron hasta la puerta de Javier Lozano. Antes de golpear Fran la miró a Verónica, y esta se demoró un segundo en mirarlo para dar la vuelta y quedarse de pie junto a la fría ventana sin cortinas y con dos ficus imperturbables. Dos golpes y Fran abrió sin esperar la respuesta. Lozano dejó unos papeles en su escritorio, y agachando la cabeza lo miró entrar por encima de sus anteojos.

-Martínez, lo estaba esperando. Pase por favor. 

*            *           *

Otro trueno bramó haciendo vibrar la alacena con la vajilla, y unos segundos después el murmullo de miles de gotas floreció, como florece todo en el campo. De a poco e indefectiblemente. La casa a esas horas de la tarde no tenía ninguna luz encendida, y nadie quebraba esa costumbre. Cada rincón era una penumbra gris infestada del aroma de la leña ardiendo, y ahora de la tierra mojada filtrándose por todos los huecos de la casa. La monotonía de la lluvia solo era quebrada cada tanto por otro trueno soberbio que lo obligaba a Fran a volver a mirar la ventana. Nada se podía hacer cuando la lluvia se presentaba tan contundente. Todos sus amigos estaban en las mismas. Y ella… ¿qué estaría haciendo? Fran estaba sentado en el pasillo mirando por detrás de la puerta del estar a su mamá tejiendo. No tenía música, no había una radio, nadie la acompañaba. Ella tejía como si Dios le hubiese ordenado que no se moviese de allí. ¿Qué estaría haciendo ella? ¿Estaría otra vez en el baño desnuda? ¿Me estará…? Y de pronto sintió cómo una corriente eléctrica que le tensaba el cuerpo. ¿Me estará esperando? 

Nunca se le había ocurrido que la podía estar esperando, pero era más o menos la hora en que él la había visto, y con esta lluvia… Con esta lluvia nadie estaría en la calle, y ella sería solo para él. De pronto ya no pudo estar más sentado. Empezó a caminar como un gato, sin hacer ruido de la puerta hasta la cocina y de la cocina hasta la puerta. Estaba como agitado, el cuerpo era una pila de nervios. Si iba hasta su ventana… solo para ver si estaba… 

*            *           *

Camila se acostó en la cama. Abrió su toalla y miró su cuerpo desnudo recostado. Estaba con la mejor figura que podía tener. Se sentía muy atractiva. Pero la única explicación que se le ocurría para que Fran tuviese las dudas que estaba teniendo era “otra mujer”. Fran era muy casero, no parecía un tipo que pudiese tener una doble vida. Probablemente con el tema del casamiento ella se distrajo. No lo cuidó bien. Miraba su cuerpo rosado, su piel tersa, su cuerpo proporcionado. Esta perra debe estar fuertísima, pensó. Voy a tener que subir en dos grados el “modo Puta”. Y tiene que ser de la oficina. Puede ser de mil lugares más, pero es el único lugar donde una mina lo tiene sí o sí a tiro todos los días. Pero ¿cómo llego hasta allá…? ¿Cómo entro? 

Se paró, desnuda y enérgicamente. Se puso frente al espejo y se miró. Por Dios, qué aburrida me veo. Se tomó el pelo con las manos y empezó a revolverlo, a girarlo para un lado, para el otro. No me van a ganar tan fácil, dijo en voz alta, y por fin sonrió. 

*            *           *

Abrió la puerta y la cerró tras de sí en un segundo y sin hacer ruido, y esperó junto a ella, bajo la lluvia, por si escuchaba la voz de su madre, pero nada. Bien. El olor a tierra mojada junto a un aire liviano y frío le penetró la nariz con fuerza y los nervios le hicieron respirar hondo. Miró los posibles reparos en la vereda de enfrente y salió a toda carrera bajo el manto de agua que lo abrazaba. 

*            *           *

-Lozano, no quiero ser mal agradecido. Sé que me llama por el ascenso, pero hace tiempo que estoy con la idea… este… con la idea de renunciar.


Lozano cambió su expresión bonachona por una cara blanda y asustada, como si hubiese hecho algo muy mal.

-¿Re… renunciar, Martínez? Pero si lo… ¡Pero si lo estamos ascendiendo…!

-No es con la empresa, Lozano, es que…

Lozano no lo escuchaba. Ahora tampoco lo miraba. Un miedo se había apoderado de él que sorprendió a Francisco. Lozano golpeaba la birome lentamente sobre una carpeta y miraba fijo un block anotador mientras Fran intentaba una explicación razonable. Pero las palabras no tenían sentido y Lozano empezó a sentirse visiblemente peor.

-Lozano, ¿se siente bien?

Lozano lo miró a Fran, como si acabase de llegar.

-Martínez, espere, no haga nada todavía.

Lozano de levantó de su escritorio y pasó a una salita conjunta. Cerró la puerta, al rato la abrió y volvió a aparecer. Había recuperado alguna postura masculina.

-Martínez, andá a la oficina de Pranna. Te espera.

-¿Le adelantó algo, Lozano?

-Martínez, vos no pertenecés a la empresa. Vos pertenecés a Pranna. Y no me metas en quilombos, por favor… Todo lo que tengas que arreglar lo arreglás con él.

-Lozano, Pranna me invitó a trabajar acá, pero yo pertenezco…

-Francisco –le dijo Lozano con una actitud ahora relajada y hasta amistosa-, vos nunca lo supiste, pero cuando aceptaste la invitación de Pranna para venir a trabajar acá… tu vida cambió. Y para bien, ojo. La diferencia es que cualquiera puede renunciar acá, pero no cualquiera puede renunciar a Rafaél Pranna. Yo, yo no pertenezco a Rafaél Pranna. Vos sí. Andá, te espera. 

*            *           *

Corrió por la vereda tratando de evitar patinarse, pero sin poder aminorar la velocidad. Giró en la esquina y a metros de la ventana, a pesar de estar bajo la fuerte cortina de agua, detuvo su carrera y empezó a caminar despacio. Sentía cómo el agua ya no se detenía en la ropa y le salpicaba la piel, chorreando fría por sus partes más íntimas. Todo, hasta eso lo excitaba. Se iba acercando despacio hasta que estuvo al lado de la ventana, solo tenía que asomarse. Miró para todos lados para ver si alguien lo miraba. Nadie. Llovía tanto que no se divisaban bien las casas de enfrente. Hacía frío, la lluvia estaba helada, sin embargo él sentía que una hoguera le quemaba el pecho y su cuerpo pasaba del frío al hervor a cada segundo. Por fin giró, dio un paso y miró hacia la ventana donde aquella vez la había visto a ella caminar desnuda para él. Todo estaba oscuro. No, ¡no podía ser! Se quedó mirando la habitación absolutamente negra. Apenas se veían algunos grises entre tanta oscuridad. Todo había sido en vano. Asomó más la cabeza. La hoguera de su pecho comenzó a enfriarse. Ahora todo era ansiedad, pero con la diferencia de que empezó a sentir el frío y las gotas fuertes pegándole en la espalda. Seguía mirando aquella habitación absolutamente oscura, como si pudiese forzar a que algo cambie y ella aparezca y lo vea y le regale su desnudez, pero nada cambiaba, solo las gotas que chocaban contra el vidrio y recorrían nuevos senderos. Las gotas en la espalda empezaron a molestarle mucho, y su cuerpo empezó a tiritar. Tenía que volver, pero no podía, nunca más iba a tener la oportunidad de instalarse en esa ventana sin que nadie lo interrumpiese. Pero no había caso, no estaba, era evidente que no estaba. Pero de pronto, una de las manchas grises que parecía estar en el piso se movió formando un triángulo. La emoción le encendió nuevamente el fuego en el cuerpo, algo había ahí, pero qué era eso… El triangulo volvió a sumergirse bajo el horizonte del bastidor de la ventana, pero volvió a resurgir, y por fin lo comprendió. Era una rodilla debajo de las sábanas de una cama. 

(Continuará…)

Fuente imágenes:
www.mujerglobal.com 
www.retecarotida.blogspot.com 

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