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Charlas de guachi a guachi en el micro

Bueno, mi día comenzó tranquilo, mi semana en realidad. Iba preparada para lo que fuera, total después de la semanita estresante de la semana pasada nada iba a ser peor. Me tomé el primer bondi del día con una cara feliz a pesar de que iba hasta el tuje y tuve que ir en la escalerita de adelante desde mi casa hasta el centro. Puedo decir que hasta me pareció simpática la actitud del chofer ofreciéndose a llevarme la mochila al lado del asiento del conductor ¡un divino!

Me bajé una vez que llegué al centro y me dirigí con entusiasmo a tomarme el expreso que me acerca a mi centro de estudios. Siete cuadras que últimamente parecen el doble con mi mochila de media tonelada, pero no importa. Nada va a arruinar mi día.

Sorprendentemente el expreso cae a horario y abre sus puertas frente a mi… ¡qué felicidad quizás vaya sentada! Pero no, todos ocupados los asientitos. Calladita la boca me fui al fondo, apoyé la mochila en el piso y me puse los auriculares para escuchar radio en mi celular modelo 1901 ya que mi celular último modelo sufrió una ducha inesperada. Un chico me miró, y me ofreció el asiento porque ya se bajaba. Pensé: el mundo está conspirando a mi favor hoy.

 Me senté con una cara de satisfacción tremenda cuando de repente se me acercan 4 sujetos de identidad desconocida y pinta insatisfactoria. Se ubican en las cercanías a mi persona y uno de ellos saca una especie de parlante portátil gigante de una mochila que nunca vi. Cumbia villera, obviamente, pero no de la que yo he escuchado en mis salidas. No n o. Una cumbia que hablaba de ser chorro, del faso y de todas las aflicciones de dicho extracto social. Decía cosas como: “Me fumo un faso y me voy a bailar, lo fumo despacito en la oscuridad, me pone re loco y la voy a violar”; mientras que otra canción decía: “La vida de chorro muy sacrifcá, pero si tengo mi fasito ya no me pasa ná, la mina es re turra y la vamo a enganchá, tiene hormigas en el culo y por eso baila agachá”. El horror hecho canción.

El volumen superaba ampliamente al de las canciones que pasaban en la radio. Mi humor se tornó oscuro así como de repente. Me giré, los miré a la cara con un hermoso gesto de esfínter y me saqué los auriculares así a lo groso, para que vieran. Luego de todo este ritual sin efectos notables, tuve que soportar conversaciones como las siguientes:

Guachi-¡Cumpa me fui a Chile este verano! ¡Nu sabe que güeña onda loco! Unas vacaciones con mi tío Lucho, puro faso y cerveza. ¿Encima vite que el faso te pega a la panza? Comíamos palta todo el tiempo, si total te las choreabas de la ruta. Caíamos a la playa con el faso y las paltas…que buenas vacaciones.

Pensamientos de Madame: Dios mío el faso te hizo palta la cabeza, la tenés bien verde y podridita. Y esa música te va a terminar calcinando las pocas neuronas que te quedan.  ¿en qué micro se coló para llegar a Chile? ¿Cómo hizo?

Guachi– Las minitas así re calentonas con los argentinos se me tiraba encima. Salimos a bailar la primera noche que llegamos y tuve que embocar a 5 chilenos. Les dejé la boca rota a todos, a uno lo dejé medio muertito y encime les gané las billeteras (jajaja se reía el guachi). Y allá con las minitas no usamos plástico porque salían 10, maginate she caro (habla de preservativos por lo que pude apreciar). Pero los chilenos igual tienen mansos fierros así que andábamos tranquilos.

Pensamiento Madame: “pobres chilenos, van a cerrar el paso definitivamente. ¡Las chilenas son horribles, por eso te dan bola estúpido! Y con lo del “plástico”: salame, ¡¿Cuánto crees que sale un hijo o un tratamiento del sida?! Encima dice que porque tienen armas se tranquilizan, entonces que hacemos… ¿salimos con armas a la calle para calmarlos?”

Debo reconocer que mi estado mental en esos momentos iba de mal en peor. Pero ya estaba llegando y tenía que aguantar, tenía que sobrevivir. Por mi cabeza pasaban miles de cosas: pensaba que ellos podían, bajo efecto de ese tan nombrado faso, matar a un chico como Matías, como Mikaela, como Emmanuel; y ni siquiera percatarse de que estaba mal. Así como le rompieron la boca a los chilenos, así como a ese que dejaron medio muertito. Agradecí llegar a la facultad sana y salva, por momentos también me imaginé siendo madre y preocupándome porque mi hijo se encontrara con un personaje así. Drogado y sin límites.

A la vuelta, cerca del mediodía, pasé nuevamente por el centro y me encontré con la manifestación. Me dieron ganas de llorar de bronca, de acabar con toda esa miseria y esa ignorancia. Pero yo no puedo hacer nada. Nadie puede hacer nada en realidad.

Me subí al micro que va hacia mi casa y un nene de unos 4 añitos que estaba sentado delante mío me miraba. Yo con gesto notorio y acentuado me puse los auriculares y le sonreí. Pensé en esos momentos que lo único que podía ser era empezar predicando con el ejemplo…

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