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Crónica de una espera, la procesión va por dentro

Estamos de madrugada, casi las 5 de la mañana marcan en el reloj de pared. En unos minutos vendrá la enfermera Susana (Susy para los amigos) a medicarme y ver cuál es mi estado físico actual.

Hace meses que estoy aquí, entre estas cuatro paredes que, a veces se dejan iluminar por el Sol.

No ingresé en ellas del mismo modo en el que me encuentro hoy. Mis pies me llevaron hasta allí y mis manos lograron destender la cama; y de a poco, mis manos y mis pies fueron olvidándose de andar. ¿Cómo? Ni yo lo sé.

Fueron muchas idas y venidas desde entonces, historias muy duras de contar y mucho más de vivir. Infinitas lágrimas en rostros ajenos con ganas de decir “Basta”; pero yo no… Yo entré en estas cuatro paredes de un modo y sé que no es cómo me encuentro hoy pero también sé que no es esta mi última morada.

Mi cerebro funciona, mi memoria cada vez menos. Puedo no tener voz, puedo no lograr estrecharte en un abrazo, puedo no acordarme de nosotros, de vos, de ella… más sigo acá, tendida como hoja en el río dejándose marear pero sin soltarse de su tallo.

“Tengo muchas cosas por hacer”, pensé. Mi pequeñina especial saldrá en el próximo acto y vino entre risas a mostrarme su baile; mi niño mayor acaba de recibirse de contador y mi reina de las reinas se casará en unos días.

Esbozo una sonrisa y a tiempo logro enjugar unas lágrimas, de las pocas que me ha visto caer.

Llegó Susy, que ya es mi amiga. Me preguntó por qué tenía esta expresión en mi cara. Entre señas, sólo pude responder “porque tengo ganas de vivir”.

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