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Cuidados maternos, del amor al manicomio

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Amelia se había divorciado hacia ya algunos meses. Lejos de buscar compañía fue volviéndose cada vez mas huraña y se dedico enteramente al cuidado de sus hijos, Ludmila y el pequeño Valentín.

En el invierno del 94 el pueblo fue asolado por una extraña enfermedad respiratoria que atacaba principalmente a niños y ancianos.

La mortandad fue terrible, se decía que todas las familias habían perdido a alguien y la de Amelia no fue ajena al brote.

Amelia procuro por todos los medios aislar a sus pequeños pero una noche comenzó la tos de la pequeña Ludmila. Se empecino en no pedir ayuda y comento con los vecinos que con infusiones y muchas mañas los niños se habían recuperado

Paso el tiempo; y aunque el brote había acabado Amelia se negaba a mostrar a sus niños diciendo que en su casa estaba mejor, que en la calle podría enfermar nuevamente. Los vecinos advirtieron pronto la paranoia en la joven madre pero después de tremenda tragedia, no se podía culpar a nadie de ser demasiado cuidadoso.

El invierno dio paso a la Primavera, llego el Verano y los vecinitos se agolpaban ansiosos en la puerta esperando a que Ludmila saliera a jugar con ellos, pero Amelia los espantaba.

Llego Marzo y comenzaron las clases, una par de semanas después las maestras notaron la ausencia de Ludmila, la directora, preocupada llamo a la casa.

– Hola querida, ¿Como estas?¿ Como esta Ludmila?

-Gracias por preguntar, Ludmila está muy pero muy bien, yo le estoy dando clases en casa. Usted sabe que soy maestra.

– Ya lo se querida, pero la nena está en una etapa en la que necesita estar cerca de otros niños. Me gustaría por lo menos verla un rato al menos, si es posible,- Por supuesto que puede venir a verla.

Cuando cerró el colegio, la directora tomo por la antigua calle de tierra, golpeo la puerta y Amelia la atendió sonriente, apenas abrió la puerta sintió el fortísimo olor a Jazmín impregnado en el ambiente.

Se saludaron y la mujer fue hasta el cuarto de Ludmila, a medida que se acercaba el olor a flores se desvanecía, absorbido por uno fétido, putrefacto, tan fuerte era el hedor que debió taparse la nariz con un pañuelo. Abrió la puerta temblorosa. Y la vio…

Sentada en un rincón, su carne corrupta, consumida por los insectos, con los brazos cruzados y sobre la mesita una bandeja con galletas y una taza de chocolate humeante. Corrio despavorida y se topo con Amelia que sostenía al pequeño Valentin. Con su pecho desnudo y flaco, amamantaba un montón de huesos y trapos.

-¿ Como la vio a Ludmila?

– Mejor de lo que esperaba querida.

Contuvo el llanto hasta salir de la casa. Corrió hasta la comisaría para contar lo sucedido.

Amelia fue internada en el HOSPITAL EL SAUCE, hasta el día de hoy deambula por los pasillos del psiquiátrico amamantando a un montón de trapos mugrientos y llamando Ludmila a toda joven que se le acerque.

 

 

 

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