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El cuento de Francisca

Francisca era una piba hermosa, simple, unos 27 años. Soñaba con la libertad. Una pendeja curtida por las canciones que le regalaba la música y de esas que llevan sus tatuajes con significados y con alto orgullo.

La gente realmente desviaba la mirada cuando pasaba, pero lejos de sentir que fuese por toda la potencia de su energía, creía que algo malo andaba en ella. Auriculares gigantes música al palo, sin miedo, encantadora. Un paso tras otro todos los días dándole un toque más de sentido a la vida y sus acciones. Sí, existían días de mierda generalmente los días de lluvia o grises en los que su sonrisa se tornaba en una mueca reflexiva re contra melanco y muy romántica. Una de esas personas (a mi parecer hermosas) que enloquecen por las tristezas y no paran hasta cerrar los círculos de pensamiento.

El tema es que Francisca, cada vez más conforme con lo que era a pesar de las cicatrices que la vida le había dejado para ser en ese entonces lo que era: una especie de fuego re imponente pero con tanta dulzura y amor para dar como un disco recién grabadito, se encontraba después de mucho tiempo sola, sin amor. Se había topado con el silencio, de había topado con un montón de significados que le hicieron volver a certificar que ser mujer es y será siempre un regalo del destino… porque era de las que creía que las mujeres somos las que vienen a romper en libertad.

Un día sin estar esperando nada de nadie, simplemente caminando las calles de esta hermosa Mendoza en primavera, con su faldita de lino y sus zapatillas gastadas, chocó hombro con un ser medio intangible… parpadeaba una y otra vez porque era un ser exactamente igual a ella. Idéntica. Ese brillo en los ojos gigantes, esas pecas más pronunciadas por el sol, el pelo alborotado. Empezó a mirar a los costados a ver si alguien había sido testigo de ese encuentro, pero no pasaba nada. Nadie veía, nadie escuchaba, era como si hubiera entrado en un mundo paralelo y su reflejo ahí. Intacta, mirándola esperando que Francisca despierte del asombro y abra las alas a esta aventura que estaba por empezar.

Pasaron unos minutos hasta que Francisca pudo comprender que no había explicación para lo que estaba pasando simplemente estaba pasando. Fueron caminando muchas muchas cuadras, recorrieron el parque que en esta época está tan bonito a cualquier hora, cualquier día. Hablaron de música, se contaron secretos, Francisca no podía parar de reír, creía que se había encontrado con un mejor amigo y lo mejor de todo era que nadie podía verlas. Iban de la mano, amando la vida, sintiendo los olores, observando a la gente… pero llegó el momento que siempre llega en todas las historias. De repente Francisca se encontró mirando las estrellas en silencio, la luna se puso seria y se comprendió que venía un llanto de esos que arrasan con toda la tierra que dejó el zonda anterior.

Lo bueno es que esta vez tenía en quien apoyarse, tenía en quien consolarse, sin vergüenzas sin miedos a ser juzgado o a no ser comprendido o simplemente sin miedo a atormentar a quienes la escuchaban. Ya no estaba ese miedo de romper con lo que era ella en su luz, en su tallo de flor, sino que esta vez, por primera vez podía llorar con angustia y bronca y preguntarse incluso por qué. Fue tan intenso como una obra de Bach completa, rodeada de ese silencio que estremece por lo bonito que es.

El sol apareció y la encontró dormida bajo un rosedal precioso, estaba sola. Se despertó, miró a los costados desesperada, creyó que había sido todo un sueño pero cuando vio su cintura había una carta en el elástico de su falda:

Querida Francisca. Esto que pasó, esas horas tan hermosas donde supiste donde estabas a pesar de no saberlo, donde sentías por tu sangre las cosquillas de la felicidad, la alegría, la confianza de hablar y de sentir. Estar descalza observando y siendo invisible para toda la gente, es un regalo tan maravilloso de la vida que llega a tu vida en un momento especial para hacerte ver que nada ni nadie jamás va a estar tan a tu lado como vos misma.

Por eso mismo, nunca te defraudes, nunca te engañes y sobre todo nunca te reprimas de hacer y decir lo que sientas porque los días pasados no vuelven y las oportunidades son tan únicas como cada una de las personas que habitamos este planeta.

Guardá esta carta en tu corazón y cada vez que pienses que el mundo te agobia con un día gris, simplemente recordá estos momentos de baile descuidado, de música ligera y profunda, de poemas rotos y palabras no comprendidas y entendé por una vez que todo lo que sentís es y será por alguna razón.”

Con los ojos totalmente llenos de lágrimas sintió un escalofrío en todo su cuerpo, apretó la carta tan pero tan fuerte que se esfumó pero la sintió penetrando su corazón. Tomó sus auriculares, encendió el motor de sus piernas y desde entonces nunca más dudó de la vida y sus enroscadas intenciones, simplemente se enamoró más de los días y hasta llegó a encontrar un romance con el invierno.

No dejó una canción sin cantar, no se falló y besó mirando a los ojos cada vez que lo sintió.

Fin.

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