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El día que cagué mi mejor polvo

“La vida no se mide por las veces que respiras, sino por aquellos momentos que te dejan sin aliento”

Y es así como decido arrancar con esta hermosa frase. Y justamente, me tocó vivir cada palabra, me tocó medir mi vida en un interminable suspiro que me dejó sin aliento, sin saber que hacer…esperando quizás, una respuesta divina…

La historia arranca en mis vacaciones de verano, donde entre salidas y mates en el parque, me tocó conocer a Poli, amiga de conocidas mías de la facultad, con las que nos encontramos en el parque  y nos quedamos charlando un rato.

Por esos raros caminos del destino, resultó que teníamos varios amigos en común y de pronto empezamos a coincidir en juntadas de verano, de esas en las que sobra el fernet, los cuartetazos y las remeras manchadas con tragos de dudosa procedencia. Charla va, charla viene, juntadas que pasaban y de pronto la empecé a ver de otra forma. Comencé a notar lo bien que le quedaban las remeras sueltas y sus jeans gastados, era una de esas minas que no les importa cómo se ven, porque saben que ya vienen lindas de fábrica.

De pronto la veía hablar con otras personas en momentos de cuelgue y descubrí que se le hacían los pocitos cuando sonreía. Y en algunos roces durante alguna charla o cuando bailábamos, me sorprendía lo suave que era su piel. La mierda, parecía que la mina me iba pintando.

Un día sabía que iba a estar toda la tarde al pedo y empecé a chatear con ella, a pasarnos música y películas que nos gustaban, hasta que la charla se puso embolante y le dije: “bueno, che, me aburrí de estar acá, me voy a correr un rato al parque”. Obviamente era mentira. Y la Poli, para mi sorpresa, me dijo “yo también iba  a ir, esperame y vamos juntos”. Tengo que confesar que tengo menos trote que el gordo caseros, con solo decir que ni zapatillas deportivas tengo.

Así fue como se hicieron las cinco y nos encontramos en el parque. Yo, delatando mi poco estado maratónico vestido con unos jeans viejos, unas medias de vestir, una remera con cuello, un buzo atado a la cintura y para rematar, unas Topper rojas de mi viejo (fue lo más deportivo que encontré) que me quedaban un poco grandes. Ella, indumentaria aerodinámica de arriba abajo, remera con sistema clima cool contra la transpiración, zapatillas onda perfect steps, y unas calzas que la transformaban en un infierno. La verdad, como siempre se vestía con ropa holgada y onda grunge, no había notado el lomo que se cargaba.

Como pude, empezamos a trotar y en cuestión de veinte minutos de ejercicio, ya me estaba por morir a la mierda. La Poli, como nueva. Mi mal estado no tardó en hacerse notar y ya comencé a quedarme atrás en el trote, con una Poli que se daba el gusto de hablar mientras corría. Yo de pedo que podía respirar para sobrevivir.

Hicimos unos metros más y dije ya fue, me muero boluda y ella estalló de risa.

–       ¿De qué te reís?

–       De vos, sos un chamuyo, en realidad ni corres, estás haciendo todo esto para aparentar conmigo…

–       No pero yo no…(me interrumpe)

–       Y me gusta, sos un lindo…

Ahí fue que me abstraje de la situación y pensé: “las minas están todas locas, soy un culiado trotando con unos jeans viejos y un sweater atado a la cintura y me dice que soy lindo”.

Pero el plan de Poli era interrumpir mi pensamiento con beso. Húmedo y un poco salado por la transpiración del ejercicio, pero con la frescura de la menta de los chicles que siempre comía. Yo, solo me entregué y la agarré con una mano de la cintura, medio como con dudas y ella entrelazó sus brazos por arriba de mi cuello y el beso se puso todavía más dulce.

No voy a seguir con detalles melosos del suceso en cuestión, la cosa es que esa tarde no pasó nada más que unos besos melosos y la buena onda para posibles juntadas con derecho en el futuro.

Así fue que quedó la mejor onda latente y por una y otra cuestión no la vi más…Hasta el jueves pasado…8° de máxima, como aquél día frío de Julio del 93.

Obviamente esta es otra historia paralela, hacia los inicios de mi niñez. En un día en el que también pronosticaban una mínima similar, yo levantándome con las ojeras hasta el piso y los calzoncillos llenos de paja acartonada, para ir a la escuelita del barrio. Hacía un frío de cagarse y veía como a mi hermana, muy inteligente ella, le ponían una calza bajo el pantalón para estar más caliente.

Le expresé a mi madre las validas excusas que me llevaban a querer usar calzas, como un mariquita púber de 12 años, y le dije que me compre unas, pero que por nada en el mundo mis amigos se enteraran. Hicimos un trato con mi vieja y me compró unas calzas. Fue tan hermoso que por las dudas no pruebo ponerme un vestido. Tanto calor en mis piernas, nunca antes experimentado. Sin calzas todo jean en invierno parecía estar echo de metal congelado, y se me terminó haciendo costumbre.

Y me acostumbré…hace más de 10 inviernos que las calzas me acompañan bajo el secreto de mis pantalones, trabajando en silencio.

En esta puta costumbre, en este maldito jueves frío y el magnífico verano que pasó, se une mi historia con Poli…

Después de meses sin hablarnos (quien sabe por qué) me llega un whatsapp de ella. Iba a estar en una previa al lado de mi casa y me dijo que de paso me pasaba a saludar. Le dije que la pasaba a buscar cuando llegara del trabajo y nos dábamos una vuelta para fumar por ahí…

Cuestión que cuando llego, la mina ya estaba hasta el moño, algo raro porque recién eran las once. Decidí aprovecharme de la situación y me la aparte a un rincón de la casa de mi vecina donde había un sillón. Hablamos dos o tres palabras y de la nada sentimos ganas de besarnos, ella por su pedo y yo por mi calentura.

La cosa fue que el vino separa las piernas, la mina de pronto se puso muy cachonda y se me montó arriba, como si estuviéramos garchando, pero con ropa…

La Poli se me seguía moviendo, cada vez haciendo más presión sobre mi ingle, hasta que reflexioné. “Claro, esta huevona me está tratando de sentir el tobul”. Y ahí arranca la batalla en mi cabeza:

Soy un pelotudo, entre el bóxer, la calza y el jean, no hay chances de que se me sobresalga la pija…¿Qué mierda le digo? ¿le digo que no tengo pija o dejo que en una de esas piense soy impotente?

La mina se seguía moviendo y mi pija sin señales de aparecer, pero yo les juro que la tenía como un fierro. Me empecé a poner nervioso en todas sus formas, sudaba, tiritaba, me faltaba el aire. Ya me imaginaba caldeando la relación con este bombón, como buen pelotudo que soy.

Tenía que salir de esa situación de mierda como sea, y fue entonces cuando le dije lo primero que se me vino a la mente:

-“Poli, te juro que tengo la pija muy parada loca, pero no se me siente porque tengo calzas”…

Fue ahí cuando la mina más rica que me podría haber garchado, tuvo un orgasmo, pero de la risa. “Sos un culiado, ya me estaba sintiendo muy fea, la estaba sufriendo mal hijo de puta”. “Vengan chicos, este puto usa calzas”, dijo con tono juguetón…Y después no me acuerdo más, supongo que reprimi el resto de la historia en mi subconsciente, o quizás no quiera aceptar que vinieron el resto de los que estaban en la casa y me señalaban mientras lloraban de la risa, y que ahora en el barrio me dicen Hernán Piquín.

Y acá estoy…calentito, con calzas, y sigo sin ponerla, obvio…

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