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El día que conocí a Cristina

En setiembre de 2011 la ciudad era un caos. No sólo porque venía ella sino porque se inauguraba el metrotranvía.

Cuando viene un presidente todo se altera. La seguridad y el protocolo presidencial exigen algunas medidas que complican la vida de los cuidadanos y alteran el humor de los que no son de la misma ideología.

Se podría decir que la casa de gobierno estaba sin gente a cargo porque todos querían una foto con ella en plena campaña electoral.

Si alguien piensa que Cristina lo llamó a Paco para decirle algo como: «Tengo que ir a inaugurar el metrotranvía, así que de paso que voy aprovechamos para las fotos de campaña», se equivoca. También sería un error pensar que Paco la llamó a Cristina y le dijo: «Hola Cris, estamos por inaugurar el metrotranvía, sería un golazo que vinieras porque después de la que se mandó Cobos estamos necesitando votos».

No. Estas cosas las arreglaba Julio De Vido con la empresa a cargo de la obra, en nuestro caso la que se quedaba con casi toda la obra pública de la provincia. Gracias a la comunicación familiar (literalmente) que existía entre el entonces ministro con el dueño de la empresa, se habían aceitado los detalles y a todos les convenía que ella viniera a inaugurar la obra durante la campaña. De haber existido una comunicación amistosa entre Cristina y algún funcionario, fue con Viti Fayad, al que no convenía dejar afuera del acto por más radical que fuera.

El objeto de la nota no es político ni, mucho menos, comercial; así que la historia entre el Ministro y la empresa será para otra nota. Pero si Cristina llamó a alguien por teléfono fue a Víctor Fayad y, a pesar de que estábamos en campaña, no se lo podía dejar afuera del acto a su amigo por más radical que fuera.

Todos querían una foto pero pocos se animan a acercarse porque, dicen, que es mejor no ponerla de mal humor. Pero es una leyenda urbana, la verdad es que el mal humor lo tiene sólo con los políticos.

Iba a estar en Mendoza sólo por tres horas. Aun así, tres días antes de su visita las personas encargadas de su ceremonial y seguridad llegaron a Mendoza para ayudarnos con algunos preparativos y darnos instrucciones.

El lugar elegido fue la estación Luzuriaga del metrotranvía. En aquel entonces no existía todo lo hermoso que hay ahí ahora, incluido el barrio privado que está enfrente. Era todo un desolado descampado con una bodega abandonada de fondo.

Hubo que montar escenario e improvisar instalaciones que no parecieran, justamente, improvisadas. ¿Qué tipo de instalaciones? Un espacio «privado». ¿Para qué? Bueno… en esos espacios un presidente hace varias cosas: se reúne breves minutos con alguien sin presencia de cámaras, come algo, se hidrata, va al baño y se apresta para su presentación ante la gente.

Lo que se le ofrece para comer y beber no es lo que la Provincia quiera sino lo que la Nación pide. En este caso (y aclaro que fue en ese caso porque ella vino varias veces y no en todas se pidió lo mismo), se requería agua fría envasada de una marca específica, un termo con agua caliente y otro con leche tibia, sobres con saquitos de té negro y una tabla de quesos; obviamente vajilla para varios, cucharitas de metal y servilletas de papel. En el espacio debía haber un espejo de cuerpo completo y acceso a un baño privado. Colocar todo eso en un salón de hotel era una nimiedad pero llevarlo al medio de un lugar en donde sólo había luz en el cable del alumbrado público resultaba un poquito complejo. Ni les cuento lo que fue montar todo lo demás, porque la prensa necesitaba conexiones y se iba a realizar videoconferencia con otra provincia.

Cumplimos con todo lo que se pedía. Ella aterrizó en la IV Brigada, en donde la recibió el entonces gobernador Celso Jaque y de ahí fueron derecho a la Estación Belgrano en donde dos duplas cargadas de funcionarios la esperaban para el paseo inaugural. Quizás fue la única vez que esos señores viajaron en el metrotranvía pero les aseguro que la única diferencia con el que ahora viene de Las Heras es que la gente tenía traje porque no había espacio ni para una mosca.

La recibió su amigo Viti en la estación, junto al ministro candidato y, antes de saludar a los que estaban en la dupla, les advirtió que se ordenaran o ella no subía.

El camino a Luzuriaga fue dentro de lo esperado y ella estaba más atenta a saludar a la gente que se había reunido en cada estación con carteles para saludarla que a los que estaban arriba del tren. El recorrido era de diez minutos hasta Luzuriaga y el tren fue escoltado por la policía, que iba cortando el tránsito en las intersecciones ya que por seguridad no podía detenerse.

La estación Luzuriaga estaba llena de más gente y más funcionarios, más los carteles y los bombos. Cuando el tren llegó la recibió el intendente con varios ministros más. Ella siguió saludando mientras se dirigía al sector privado que era una carpa con un baño en trailer. Para el baño nos habían pedido jabón en pan y toalla blanca de algodón. Quizás con tantos requerimientos uno piensa que ella va a usar todo o comer todo. Bueno, no. Ni siquiera hubo reunión adentro de la carpa. Estuvo ahí adentro unos pocos minutos, sola. Cuando salió entramos a ordenar por si decidía volver a pasar después del acto. No había comido ni tomado nada y sólo usó el baño para lavarse las manos, quizás retocarse el maquillaje.

Lo que habló, lo hizo afuera de la carpa y fue muy breve. Hizo un par de preguntas y nada más. Lo necesario para hacer tiempo mientras el personal de prensa le informó que faltaban dos minutos para entrar en cadena nacional.

No anda con celular, no tiene papeles, ni siquiera lleva su cartera. Es ella consigo misma y el grupo de asistentes de prensa, ceremonial y seguridad (no más de diez). Observa todo, sigue a su personal (que le indica oralmente el protocolo sólo si ella pregunta) y una vez arriba del escenario nadie se mete y el personal queda abajo, ella ejecuta todo con una naturalidad admirable.

En ningún momento la vi enojada o con un gesto de incomodidad o molestia. Todavía usaba ropa negra. Es una mujer muy respetuosa con quienes nos encontrábamos en ese lugar trabajando. Saluda, sonríe, se saca fotos si se lo piden. Pero con los funcionarios era muy seria.

La segunda oportunidad en la que vino fue a los pocos meses, en San Rafael, para la ampliación de la champagnera y la inauguración de la terminal. Ahí estaba un poco más suelta, ya habían pasado las elecciones…

Fueron dos actos en menos de dos horas. Mismo operativo, mismos pedidos, tampoco comió nada y en esa ocasión ni el baño usó pero sí tuvo una breve reunión de siete minutos con el gobernador un par de ministros nacionales que la acompañaban y sus pares provinciales.

De la champagnera fuimos en trafic a la terminal, en donde había miles de personas. Cuando estábamos saliendo de la terminal se toca la oreja y me dice: «se me cayó el aro». No hizo falta que lo repitiera porque los de seguridad y ceremonial lo replicaron en voz alta. Una de las asistentes me aclara que era de oro y brillantes (son los mismos que tiene siempre). Nadie pensaba, ni siquiera ella, que habría alguna posibilidad de encontrar el aro y no me pregunten cómo pero antes de que llegáramos al vehículo, uno de seguridad llegó con el aro. Ella se sorprendió y preguntó dónde estaba. El seguridad le dijo que una señora vio cuando se le cayó y lo levantó para dárselo.Todos nos quedamos mudos y ella, mientras se ponía de nuevo el aro, sonrió con ternura y dijo: «buena gente».

La tercera vez ya fue un lío porque no vino sola sino que presidió las cumbres del Mercosur y de Unasur. Era la anfitriona y todo el recorrido desde el aeropuerto hasta el hotel y del hotel a la bodega estaba lleno de gente que trabajaba para la cumbre: cancillería, presidencia, gobernación.

Es una gran anfitriona, muy agradecida con el personal del hotel y con los trabajadores en general. Sus miradas son certeras. A los funcionarios casi no los mira pero a los trabajadores nos mira de frente, nos habla como una más, nos saluda, a algunos los abraza, les acaricia el brazo, les aprieta la mano. En la bodega pasó igual con los mozos y cocineros.

Quizás tiene más claro que nadie en quién confiar y en quién no.

Las exigencias de su ceremonial no son para ella, que sólo pide agua «de la suya», sino para bajar las posibilidades de que en algún momento pida algo que no esté. Quizás alguna vez haya sucedido, pero no es una diva. La tratan como tal, casi como una rockstar, pero ella sabe quien es y cuál es su trabajo y respeta el de los demás.

No es una mujer en pose, sólo tiene un personaje que se activa con los demás políticos. Cuando no hay cámaras ni micrófonos, con la gente es una más, me atrevo a decir que con sensibilidad a lágrima fácil. Sé que parece dura, pero no lo es. Es fuerte, que es muy distinto.

Pasado mañana cumple años y por eso me acordé de las veces que he tenido la oportunidad de verla en relativa intimidad y siempre me dio la sensación de que es feliz pero que quisiera tener que evitar el traje de política. El día que escuché su relato en el video en el que anoticiaba al país que Alberto Fernández encabezaría la fórmula, la escuché en el tono de su normal hablar calmo y sereno. Cuando tuvo que gobernar, lo hizo. Cuando tuvo que ir de segunda, lo hizo. Cuando tuvo que acceder a un velatorio de tres días, lo hizo. Insisto es que no tiene pose, es auténtica y a veces la mirada se le pierde en el silencio.

Los funcionarios y periodistas le tiene un poco de miedo porque ella es implacable en la exigencia con los propios y, por eso mismo, las personas delegan en ella y confían en quién ella pone en cada lugar.

A mí me impactó su seriedad y concentración, mucho más su sensibilidad y conciencia de cargo en cada momento y lugar. El respeto que recibe es el mismo que proyecta y estoy segura de que hasta el más acérrimo detractor, si la tuviera enfrente, no sería capaz de abrir la boca. Ella impacta no por autoridad o prepotencia, sino por todo lo contrario, se espera a una gobernanta autoritaria y se encuentra a una mujer agradable y sensata, mucho más que las esposas de varios que en estos lados se creen los herederos de San Martín.