/El Dios árbol

El Dios árbol

 

            Llegó y se sentó en un banco de la plaza, bajo el aromo. Llevaba un ramo de flores amarillas que lo hacían a él un poco más amarillo. El Sol y la Luna pasaron muchas veces, también el frío y el calor. Pasó la gente que iba a trabajar y que volvía, hasta que se jubilaron. Pasaron ciclos de cometas, caídas de meteoritos y glaciaciones. Y él ahí quedó.

Lo encontraron mucho tiempo después, cuando la plaza no era tal sino un sitio de gran interés arqueológico. Apareció bajo la tierra, tras muchas pinceladas pacientes de los arqueólogos; fue tomando forma lentamente, generando la intriga de sus descubridores.

¿Quién fue esa persona? ¿Qué ritual estaba haciendo? Buscaban un indicio que desentrañara la situación y, cuando terminaron de sacarlo del suelo, de quitar la última mota de polvo, se dieron cuenta de lo que le ocurrió. Y al hacerlo se sorprendieron.

Le habían salido raíces, que lo habían inmovilizado al punto de no poder moverse de su sitio. Algunos conjeturaron que las raíces salieron por un castigo divino, otros porque después de tanta meditación había logrado conectarse literalmente con la Madre Tierra; algunos argumentaron que pertenecía a una raza de seres vegetales. Las divisiones se enardecieron; las pruebas que ofrecían unos y otros eran irrefutables. Poco a poco se fue formando la figura de un ente superior. Pasto para los iconoclastas y los adoradores.

Pero la verdad estaba en los pétalos amarillos, petrificados. Eso argumentó una nueva corriente de pensamiento sobre el hombre raíz. Ése era el objeto a estudiar.

Silogismo: flores, un hombre sentado. Un hombre esperando a una mujer, mucho tiempo,  hasta que le salieron raíces. Los que creyeron eso tuvieron que pasar a la clandestinidad. Nadie en sus cabales le podía adjudicar cualidades divinas a un pobre enamorado.

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