/El gran golpe | VIII – Puesta en marcha

El gran golpe | VIII – Puesta en marcha

 

 

La siguiente etapa involucró a mi familia, cosa que no quería que pase, pero era el único con una nieta de poco más que un año. Me costó bastante terminar de convencerme, debo reconocer que pensé en cualquier alternativa posible, pero no había chance de simular otra situación de iguales condiciones.

Los martes mi hija dejaba a su bebe en mi casa, por lo general la cuidaba mi esposa. Ella era madre soltera y joven y trabajaba bastante, por lo que nosotros en parte nos habíamos hecho cargo de su crianza.

Esa mañana inventé que teníamos una especie de “día especial” en el trabajo y que vendrían algunos personajes pagados por la empresa a darle un show a los hijos de los empleados. Esta clase de eventos suelen suceder en una multinacional. Cursos de motivación, compañerismo, clase de gimnasia, comunicación, calidad y toda una serie de eventos para hacer más digerible la vida del esclavo… al esclavo.

Siempre fui un abuelo responsable, por lo que no hubo objeción alguna en mi pedido de llevarme a la niña al trabajo. Cargué su bolso con pañales, leche, una muda de ropa de más y partí hacia el sitio acostumbrado. Mi nieta me miraba sentada en su butaca en el asiento trasero sonriente y feliz… en el fondo todo este plan le iba a asegurar una vida económicamente resuelta para ella, sus hijos y hasta sus nietos. Quizás que de grande, al enterarse del riesgo que corrí con ella, hasta me lo perdone y lo comprenda.

A dos cuadras viré hacia Dorrego. Lo que iba a hacer era extremadamente arriesgado, si bien había estudiado sobre explosivos, no tuve oportunidad de probarlos, por lo que no sabía si lo que había fabricado funcionaría… o explotaría mientras lo transportaba. Las manos me temblaban cada evz que manipulaba la dinamita o el contenido que había dentro de ella. Era inevitable.

Vacié la mochila de la bebé, dejé solo un pañal y una mamadera y cargué cinta adhesiva y una bomba lapa de fabricación casera… pesaba cerca de doce kilos. Si explotaba en el bolso iba a destruir todo en un rango de quince o veinte metros a la redonda, volándome por los aires a mi nieta y a mí. Cuando levanté el bolso una gota de sudor gélido me cortó la espalda, mientras que mi nieta reía y decía cosas sin sentido.

Llegué al Banco Nación de la calle Necochea y 9 de Julio, era un mundo de gente. Me dispuse a hacer cola con la bebe en brazos y el bolso atestado de explosivos. Intentaba disimular mi nerviosismo, pero me era imposible. Mi nieta estaba tranquila y jugaba con mis dedos. Yo intentaba convencerme con el tema de su futuro… pero la razón me contradecía; esto lo hacía por mí, era mi decisión y era yo el que quería volverse asquerosamente rico de manera rápida e ilegal, harto de tantos fracasos.

En cuanto me vió un oficial de seguridad me hizo pasar y me dijo que me pusiera en la cola especial. Al cabo de unos minutos pellizqué las piernas de mi nieta, que disparó un chillido agudo de dolor. Me hice el desentendido e intenté calmarla… su llanto explotaba dentro del banco. Entonces me arrimé al mismo oficial que me había hecho pasar y le pedí por un baño, mintiendo con que la bebé se había hecho encima. Me dijo que no había baño público en el Banco, la bebé no paraba de llorar. Yo era un abuelo joven con cara de buen tipo, así que el primero de los empleados del banco que me vio se acercó servicial y me propuso entrar al baño del personal.

Dos minutos después estaba solo, dentro del baño, con una bebé que no lloraba y una enorme bomba dentro del bolso. Ingresé a uno de los privados, tanteé detrás del inodoro… era el sitio ideal. Corazón de la planta baja del edificio, cerca de las oficinas, a varios metros de la puerta principal. Si entraba alguien era mi ruina… me apuré, saqué la cinta y prolijamente adherí la bomba bajo la mochila del inodoro, encendí su dispositivo y una luz verde comenzó a parpadear… estaba activa y tenía un mes para hacerla detonar antes que se agotara su batería.

Me había asegurado de recubrirla de material combustible, y de sumarle unos químicos que esparcirían la explosión, destrozando por completo el lugar y la mayor cantidad posible de pruebas.

En cuanto salí del baño mi nieta apretó su pancita… y comenzó a llorar. Pero tuvo que esperar varios minutos para que realmente la pueda cambiar, en el asiento delantero de mi auto, con mi objetivo cumplido, y el primer paso de la puesta en marcha cumplido.

Continuará el lunes que viene…