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El Nono

Hacía como diez minutos que el viejo no emitía palabra, ni siquiera gesticulaba. Su rostro parecía de cera, moldeado en un gesto neutro – ni serio, ni preocupado, mucho menos enojado – sólo neutro. Sus ojos, si bien humedecidos, se hallaban perdidos en un lugar inexistente dela pantalla. Parpadeabanpor la sola necesidad fisiológica que lleva al ser humano a realizar tal acción, aunque los intervalos entre cada abrir y cerrar de ellos eran cada vez más longevos y menos naturales, casi imperceptibles.

La bronca y angustia que sentía hasta hacía instantes, se habían esfumado y mutado en preocupación por lo que le sucedía – o le pudiera suceder – al Nono. Poco me importaban las imágenes y el desenlace sentenciado hacía días, aunque yo no lo quisiese creer, que reflejaba la pantalla del televisor.

Mi viejo estaba desolado y no había consuelo en ese momento que pudiera levantarlo; mi hermano y el Dany puteaban, a centímetros del21 pulgadas, a aquéllos que no los oían, pero seguramente lo percibían; el padrino degradaba a las madres de los que él (y la mayoría de nosotros) creía responsables del negro escenario que se presentaba; mi vieja, que con su presencia mantenía el acuerdo de “prohibido hablar” durante los acontecimientos, despedía algunas lágrimas anónimas, no tanto porque la situación la afectara, sino más bien por cómo nos afectaba a nosotros. Pero ni ella, ocupada más en observar a sus hijos y a su marido; ni el resto, notaron la nula actividad corporal en el sillón del abuelo.

Yo suponía lo que pasaba por la cabeza del viejo, tipo de 89 abriles y que viviera eras doradas del club, y no sólo la época de Ramón, la más emblemática que yo haya tenido el gusto de sentir a pleno. Como sus historias de cuando pibe en Buenos Aires, donde tuvo la suerte de ver en vivo a “La Máquina” de El Charro, El Adolfo y Angelito; Amadeo y sus guapeadas; el primer “tri” de los ’50; la gloria con el ángel de D.T.; el “Capitán Beto”, el ‘86 y Japón, meses después de que naciera su primer nieto y a años de radicarse en Mendoza, de donde era oriundo el amor de su vida,la Lela… LaLela… esa que se bancó las idioteces del nono cuando al equipo no le salían las cosas.La Lela… a quien conociera en uno de esos viajes de visita a su primo “el menduco”, y con quien tuviera su primer encuentro sexual (como me confesara hace un tiempo).La Lela… quien lo abandonara un par de años atrás, producto de esa enfermedad con la que “no se puede hacer nada”.

Su piel había palidecido y su boca mostraba una mueca giocondística, ni sonriente ni seria. Como la obra de Da Vinci, no dejaba descifrar exteriormente lo que podría suceder en su interior. Recostado sobre el respaldar de su trono, su cuerpo parecía un disco duro en blanco, listo para ser rellenado de información, de sentimientos que lo llevaran a una reacción “normal” para este tipo de episodios. Pero nada, el Nono seguía en su estado de Nirvana, en stand by, como aguardando a ese alguien que le diera el pinchazo sensato que lo despertara de esa horrible pesadilla.

Tras varios minutos de seguimiento, lo dejé al abuelo con su duelo interno y volví a lo que sucedía en la tele. Otro centro a la cabeza de uno de camiseta celeste, que despejaba el balón lejos del área 18, me daba la pauta de que poco me había perdido en mi “ausencia”. El trío conformado por mi viejo, el Dany y mi padrino había intercambiado insultos por un llanto desgarrador, en tanto mi hermano mantenía las esperanzas de que sucediera un milagro, como esa que absorben los estudiantes, cinco minutos antes del exámen, de que el profesor se descompense y postergue la prueba para la semana que viene.

Mi cabeza divagaba y entre tanto pensamiento triste y recuerdo de épocas memorables, se daba tiempo de idear cómo sería la oficina cuando tuviese que volver el lunes al trabajo. ¿Con qué original embiste me sorprendería el bostero insoportable del enano? Aunque no había que ser muy original para mofarse de esta situación, con sólo recordarme lo que sucedía en este momento en Núñez bastaba. ¡Qué boludo! El equipo de mis amores se estaba yendo al descenso, el abuelo estaba perdiendo el alma en su sillón y yo pensando banalidades y en el pelotudo del petizo. Pobre viejo, ahora había cerrado los ojos, imagino que para trasladarse a otro momento, a otro lugar, lejos de este presente impensado por él hace no mucho tiempo atrás.

En la pantalla, el cronómetro de la cuestionada TV Pública marcaba 42 minutos y todas las cámaras enfocaban al pobre del Negro, que parecía encontrarse en la misma dimensión en la que viajaba el Nono, o, planteadas las circunstancias, le hubiese gustado escaparse a ese imaginario escenario, como tantos otros de los que allí se hacían presentes, para evitar ser parte de este momento en la línea del tiempo.

Si bien hubiese preferido asimilar este golpe en solitario, tal como siempre lo hice en alguna mala experiencia de mi vida, me pareció acertado compartir el mal trago con el desahuciado viejo, que, a mi entender, pedía a gritos contención, aunque su rostro así no lo expresara.

Me acerqué hasta su lugar y apoyé mi mano en su hombro, al tiempo que dejaba escapar unas palabras vacías, que ni yo mismo sentía.

Ya fue Nono, no cambia nada, el año que viene volvemos y todo sigue como siempre. No se me amargue al pedo por estos pelotudos.

No recibí respuesta alguna, tal como yo suponía, por lo que decidí redoblar la apuesta y abrazar al anciano para acompañarlo en su dolor. El cuerpo frío del viejo y su nula reacción me hicieron entrar en cuenta de que algo debía hacer para cortar con esta situación, por lo que sólo pude decir lo que me resultó más adecuado para este tipo de ocasiones:

¡Mamá! ¡Papá! ¡¡¡Se murió el abuelo!!!

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