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El placer de lo prohibido

Llevo ya dos tazas de café, tres pedazos de chocolate y una película encima. Esta ansiedad de verte no se quita. Sin embargo aquí me encuentro, sentada envuelta en una frazada, mirando por mi ventana el día gris que hay. Me encuentro plasmando en letras lo vivido en una noche que quedará en el olvido de nuestra línea de tiempo pero vivirá en la retina de cada uno.

Te escribo con miedo. Miedo porque sé que no puedo nombrarte ni gritar a los cuatro vientos lo mucho que me gustas. Te escribo, porque así fue como nuestra historia comenzó. Con letras y distancia. Fue surgiendo desde el fondo de nuestro ser hasta llegar a flote de nuestra piel.

¿Alguna vez pensaste que estábamos destinados a encontrarnos en esta vida pero no en este tiempo? ¿O sí? ¿Las ganas y el deseo en espacio-tiempo pueden matar a la moral?

Durante muchos meses hablamos esporádicamente, las tentaciones surgían en cada texto enviado. Cada relato publicado era material de pensamientos tuyos. Cada foto publicada era droga para tu ser. Sin embargo, nunca concretamos. Poder se podía, no debíamos. No debías. Y eso me dolía, pero además me generaba culpa. ¿Qué hacía yo tentándote? Tenía que aferrarme a la idea de que con vos no se podía. Y así fue, durante varias semanas no supe nada de vos. Hasta aquella noche.

“Linda como estas” un mensaje de madrugada. Una sonrisa en mi cara. Después de oraciones juguetonas me preguntaste donde estaba. Yo presentía que era otra más de nuestras conversaciones sin encuentro. De vuelta, por tu situación no podías venir hacia mí, por ende nos quedaba este juego de seducción virtual. Pero todo cambio, me pediste la ubicación y al cabo de unos minutos me dijiste que pasabas un rato por donde me encontraba. ¿Era real esto? ¿En verdad estaba sucediendo? Tantos días de histeriqueo y por fin te armaste de valor, dejaste atrás toda responsabilidad y venias por mí. Si, lo hiciste.

Salí a la calle y mientras caminaba por la vereda podía verte en tu auto, me temblaban las piernas de los nervios. Abrí la puerta y me subí. Después de eso no teníamos retorno. No quiero que haya retorno.

– Es increíble lo mucho que te hiciste rogar. Me tenías a las vueltas – mientras me acercaba a él para saludarlo.

– ¡Ey no! Vos sabes que mi intención no era esa – me corrió la cara y me dio un beso en la boca. Sus manos se fueron directo a mi cuello y no me soltó por unos segundos.

– Espera, mis amigos siguen acá y pueden salir en cualquier momento. No quiero que me vean en esta situación. Avanza unos metros – le dije mientras lo miraba a mi izquierda.

El auto ya estacionado, los dos solos en una calle semi pavimentada, ningún testigo más que la luna oculta en la noche. Después de unos besos nos dirigimos hacia los asientos de atrás. No perdió el tiempo, se lo veía completamente decidido sobre cómo actuar. Yo estaba impactada, de una persona correcta y con miedo… resulto ser un animal con energía. Como si ese mismo día el cachorro se había transformado en lobo. Nos miramos a los ojos y ambos susurramos pecados.

– No te das idea la cantidad de noches que pensé en vos. No salías de mi cabeza. – su mano varonil se enredaba en mi pelo.

– ¿Ah sí? – le dije desafiándolo mientras mordía su labio inferior.

Bajé mis manos a su jean y lo desprendí, su miembro estaba erecto. Perfecto para ser devorado por mí. Disfruté cada segundo que humedecía aquella zona. Escuchaba sus jadeos y más me motivaba a meterme de lleno aquel miembro. Después de haber jugado con mi lengua en esa hermosa cabeza me tomó de los cabellos y me llevó hacia atrás, se abalanzó hacia mí y fue mi turno.

¿Cómo explican que en cuestión de segundos haya logrado excitarme? Esos dedos hicieron magia, me decía cosas al oído y eran pequeñas bombas de agua que detonaban entre mis piernas. ¿Sos consiente de lo que hiciste? Si vos, te hablo a vos. Como quien agarra con fuerza una piedra pesada, así sentía el poder de tus garras en mi vulva. Después de haber mojado por completos esos dedos los lleve a mi boca. ¿Te gustó no es cierto? Verme saborear mi propia esencia. Sé que te gustó meter hasta el fondo de mi garganta esa mano bañada de miel y perversión.

Lo que vino después, lo que hicimos después. ¿Cómo contarlo? Desafiamos toda idea de lo privado. Abriste la puerta delantera y dejaste la puerta trasera por igual. Me llevaste de la mano hacia ese lugar y me empujaste contra el asiento de adelante. Sigo reproduciendo esas imágenes en mi cabeza una y otra y otra vez. A tan solo cincuenta metros se encontraba la casa de mis amigos, y a nuestros alrededores hogares habitados, probablemente familias que gozaban del sueño. Nosotros, nosotros gozábamos de algo más.

Me bajó lo que quedaba de mi pantalón desprendido, se acercó a mí y mientras con su mano izquierda me acomodaba a la altura de su pelvis, con la derecha retiró mi ropa interior. Respiré y… me penetró. Algunas palabras sucias salían de sus labios mientras yo me estiraba con intención de llegar hacia el otro asiento. Reacomodó sus manos a los costados de mi cadera y presionó fuerte sobre mi piel. Seguía introduciéndose fuerte en mí, admiraba mi pequeño lunar en la nalga derecha y eso lo calentaba aún más. Yo gemía y a su vez respiraba el olor a cuero que emanaban esos asientos. Un cosquilleo y temblores se apoderaron de mis piernas, no lograba resistir más en esa posición hasta que… acabó.

Su magia blanca chorreaba por mis piernas y una exhalación de aire de su parte eran el sello del final del acto más anti moralista y divino que habíamos tenido en esa calle. Nos limpiamos y nos volvimos a subir al auto.

Como será que no había prestado atención a su voz, tal vez nunca la escuche como debía. Podría decirse que no la conocía.

Las vueltas que di tenían y tienen que ver con mi situación personal, pero hoy… hoy las ganas pudieron más. Me gustas, todo de vos. Tu pelo me vuelve loco y tu boca es el infierno.

Lo miré con mis ojos achinados de ternura y perversión. Lo miré con las ganas de hambre saciadas. El tomo mis manos y nuestros dedos se enredaron en el mismo momento que nuestros labios hacían lo mismo. Nos despedimos con un beso corto y frío. Así lo sentí yo. Me bajé y cada uno volvió a su realidad.

Pero decime… ¿Qué hago ahora? ¿Cómo puedo seguir con esto? Intento, intento darle mil vueltas en mi cabeza de que esto no puede ser. Pero no puedo, yo quiero que mates y que mueras por mí. Quiero que te agites y que supieres. Quiero que sonrías y que sufras. Quiero tenerte en este tiempo y en este espacio. ¿Y la moral? Francamente no importa.

Tu voz y tus palabras se convirtieron en una rara melodía que no puedo quitar de mi cabeza. Ese aullido suave y rasposo al final de cada oración. Siento la necesidad de querer escucharlo a diario. Sin embargo acá estamos, en una línea que divide el bien y el mal. El borde de lo correcto y lo incorrecto. ¿Qué hacemos? ¿Cómo sigue esto?

Yo te espero, así como aquella vez, de casualidad en una noche o una mañana. A tu tiempo y tu valentía. Te espero.

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