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El porno que nos cagó la vida

A mis 34 años creo tener la capacidad para mirar un video porno y entender ciertas cosas. Hoy en día nadie puede decir que no consume porno, tenemos miles de grupos de whatsapp donde el 90% de los videos que se envían son xxx, nuestros teléfonos explotados de material sin borrar (que recordamos eliminarlos en el momento exacto que nos toca abrir la galería frente a otra persona) y somos contemporáneos de una sociedad profundamente sexualizada, víctima de un bombardeo permanente vía medios de comunicación que aluden a la sexualidad, la exuberancia y la altivez del sexo como virtud apoteótica. Entonces me pregunto… yo ya soy un tipo maduro, pero ¿qué queda para un adolescente? ¿Qué sucede en la cabeza de un chico o una chica de 12 o 13 años que comienza a sentir curiosidad por el sexo? ¿O uno/a de 14 o 15 que va a incursionar en su primera vez?

Hoy es normal regalarle un celular a los 7 años a los hijos y también dejarlos ver televisión después de las 22, así que por más que lo intentemos, no hay manera de alejarlos del tráfico de material pornográfico, de una u otra manera, entonces… ¿qué pasa con este chico o chica que no tiene la madurez sexual de un adulto para entender ciertas cuestiones naturales de la vida? ¿Y cuando se encuentre finalmente ante su primera vez?

Me genera cierta sensación de angustia imaginar a un chico desnudo ante el espejo, con la pequeñez normal de un niño de 12 años, comparándose con penes del tamaño de un antebrazo, vigorosos y henchidos por todos lados, o la escases curvilínea de una nena que se compara con muñecas de plástico. ¿Y si no me crece hasta el punto de todos esos dotados morenos de pitos gorila? ¿Y si las tetas no se me agrandan? ¿Y las primeras experiencias sexuales? ¿Cómo hago para estar media hora, cuarenta minutos o hasta una hora fornicando sin acabar? ¿Y si me duele?

Hoy el mundo nos vende eso, abdominales tatuados, sobre una nutria depilada de tamaño sideral, capaz de cumplir con el celo de varias mujeres a la vez, casi con personalidad propia, con la resistencia de un ultra maratonista, el caudal semental de un rinoceronte y el vigor de un palo de amasar. La tele nos vende la belleza física como el éxito, la ropa de marca como la elegancia, el dinero como el mejor logro, pero el porno nos vende algo peor, nos vende algo mucho más superficial, banal y martirizante: un falo inagotable como elemento de éxito. Esta vez la peor parte no se la llevan ellas (como casi siempre), sino que la angustia es compartida, pero lo que les toca ver y vivir a las chicas es igual de exasperante. Nótese que la moda de las tetas de plástico ya fue, ya es común, ahora detona el ahínco femenino por tener culos desbordantes, al punto de inventar ejercicios, bailes y movimientos con el único afán de generar redondez y musculatura detrás, para moverse de la misma manera que las mujeres se mueven en los videos porno. El puntapié inicial lo dio la televisión, con sus rostros perfectos, sus rubios perfectos, sus curvas perfectas, sus vidas perfectas, sus sonrisas perfectas, su cuerpo tallado a mano, su delgadez extrema y su capacidad para brillar en todo momento, incluso a los pocos días de haber dado a luz. Pero el porno es aún más cruel, porque además de todos estos puntos, llevados al extremo de la parafernalia y la exuberancia; con enormes tetas que se mecen y culos musculosos que se bambolean en el pito de los amantes, bocas como frutillas que absorben 30 centímetros hasta la raíz y cuerpos torneados de tanto ejercicio sexual, ellas deben ser elásticas como la plastilina, tener todos sus agujeros a disposición y dilatación del mono de turno, gozar en cada orgasmo como si fuera el último, repetidas veces, haciendo bien visible que también acaban con chorros de soda, tragándose todo, dejando la vida en cada acto, gritando como si el placer superase cualquier atisbo de coherencia, a merced del coloso de turno, sea uno, dos, o diez, sea blanco, negro, amarillo o azul, preparada para cualquier terreno, sin ningún pudor, sin preguntar nada, sin pedir, sin hablar, sin reírse, sin compartir… un avatar de silicona, un dibujo de historieta, a merced de una poronga.

Me aterra pensar en esos chicos y chicas, en cómo el porno les caga la cabeza, me espanta la idea de padres ausentes que no estén al tanto de esto y no lleguen a tiempo a decirles que no, que eso no es “normal”, que eso no es común. Y no me pongo en el lugar de mojigato chupasirios que viene a vender el discurso de que el sexo tiene que ir de la mano  con el amor, no señor, no me confundan, mi miedo va por otro lado. Porque el porno enaltece un machismo anacrónico y comercializa a la persona, llevándolo al punto de objetos, cosas, elementos descartables y situaciones humillantes, frivolizando al extremo algo tan fundamental en la vida de un ser humano como lo es el sexo. Es muy difícil para un pre adolescente o uno que va a incursionar en su primera vez, entender que lo que el porno vende es un producto y como todo producto tiene su elaboración previa, su selección, su armado y su comercializado. Pero que la realidad es completamente diferente.

En la vida real los pitos son normales, con pelos, con arrugas, con sabores a veces no muy agradables, en la vida real las chicas tienen celulitis, rollitos, tetas caídas, culos flaquitos, los hombres tienen panza, pelos, muchas veces no se les para, se les duerme en medio del acto o se le explotan los petardos en la mano, acabando antes de ponerla. En la vida real las chicas no son gimnastas rusas y puede que pasen una vida probando por un solo agujero, como también puede pasar que no le guste chuparse un pito o tragarse el producto, a los chicos puede que tampoco les guste. En la vida real la mujer puede no acabar, puede no ser una loba dispuesta a todo, puede no estar a merced de lo que el otro pretenda. En la vida real puede no gustarte el sexo grupal, compartir, o ser penetrada por dos o tres tipos a la vez. En la vida real a las chicas les duele, a los hombres les cuesta, los tiempos varían según la piel, el clima, las ganas, la onda, el lugar, hay olores, ruidos, líquidos, fluidos, sonidos, palabras, gestos, completamente diferentes a los que muestra un video porno. En la vida real no hay cortes, no hay primeros planos, no hay photoshop, no hay edición, no hay varias tomas, no hay ángulos, no hay guión, no hay maquillaje, no hay iluminación, no hay decorado, no hay contrastes, no hay cámaras de última generación, no hay sonido ambiente, no hay doblajes de orgasmos, no hay ropa especial. En la vida real a veces tenemos sexo glorioso y otras veces no tanto, a veces la pasamos genial u otras veces no, en la vida real no tenemos ganas, estamos cansados, nos duele algo o simplemente no queremos. Y mucho, pero muy importante, en la vida real el sexo se tiene que hacer entre partes, de manera consentida, dando y recibiendo lo que las partes quieren, como un contrato recíproco y de manera tácita, con plena libertad de elección y buscando la satisfacción de cada parte.

Le tele nos vende una imagen irreal de la vida, pero el porno puede cagarle a un chico o chica la cabeza con algo mucho más profundo y complejo, como lo es la sexualidad en su punto más crudo y animal.

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