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El pueblo dividido (o la grieta de los boludos)

¿Se puede decir estoy escribiendo como una nota de descargo? Si, porque no ¿Se puede decir también, que escribo como una reflexión personal? Totalmente.

Al fin de cuentas, lector, será usted el que juzgue (y es algo que nos encanta a todos; juzgar) las palabras que está a punto de leer. Pero permítame hacer una aclaración, las letras que a continuación siguen no buscan generar polémica, no buscan herir sensibilidades o marcar favoritismos que no existen.

Y digo esto porque el favoritismo es lo primero en la lista de nuestro día a día. Hace varios años ya, que gracias a la división política (la llamada “grieta”), están reflotando favoritismos. Favoritismos dañinos, nocivos.

¿Se acuerdan como empezó todo? Podemos decir que una nueva camada de jóvenes/adultos empezó a interesarse nuevamente por la política, desde todos los ámbitos, de izquierda o de derecha, radicales o peronistas. Aparecieron nuevas ganas de interiorizarse por un cambio, se empezó a pensar en la democracia como un sistema que funciona. Pero nos hicieron mierda rápidamente: la corrupción, el patoterismo y la poca inclusión delegaron a la juventud en un segundo plano, donde las ideas morían en reuniones interminables. Pocos fueron los que lograron poner en funcionamiento sus motivaciones, el resto (y la gran mayoría) se guardaron la ideología para sus adentros, comprimiéndola, creando una bomba a punto de explotar.

El auge de las redes sociales, la inmediatez de las noticias y también, por qué no, el cansancio, fue el detonante de toda esa ideología comprimida.

Hasta acá, nada extraño. Hasta que llegó la famosa “grieta”.

En ese afán que tiene el ser humano por olvidar la escala de grises, se empezó a pensar en blanco o en negro, como autómatas que reaccionan al 0 o al 1. Empezamos a ver opiniones cargadas de bronca, despotricando contra la ideología contraria. Al principio cargada de fundamentos, ahora cargada de ironía y bronca. Reaccionarios como buenos argentinos, si leíamos, escuchábamos o veíamos algo que no era de nuestro agrado ideológico, empezábamos a responder. Claro, primero con fundamentos, después con agravios. La “grieta” empezó de a poco: primero fuimos los jóvenes, después se sumaron los adultos/mayores que durmieron sus ideas tantos años. Ahora ellos también encontraban un lugar de opinión en el medio de ese fuego cruzado. Los medios, oportunistas salvajes (o carroñeros feroces) se aprovecharon de la situación, llevando la ola de odio de un lado a otro. Poniendo las opiniones a favor o en contra, mientras vendían su preciada publicidad. Los Partidos Políticos se hicieron eco de toda esta trifulca social: se establecieron como abanderado de ideas, cuando en realidad no son más que medios para un fin. Pero no, ellos se retroalimentaron de la “grieta”; se presentan ahora como los abogados defensores del odio. Resucitaron así el viejo caudillaje, los pensadores de inodoro que sueltan frases vacías para identificar a tal o cual sector de la sociedad.

Todo empezó a desmoronarse.

Los indecisos fueron obligados a tomar un “bando”, sólo por el anhelo de pertenecer. Hoy la ecuación de pensar distinto da como resultado el ser llamado ignorante, gorila, careta, facho…Entonces el libre pensador se llama a silencio. Las luces se apagan.

Y la “grieta” crece, dicen los diarios…

Pero ¿Y los ideales del principio? Ya no importan. No importa pensar en un sistema democrático que funcione. No importa mirar el pasado y fijarnos que funcionó y que no para construir un estado puro e íntegro de una vez por todas. Hoy importa imponer (y esa es la palabra: imponer) el pensamiento a como dé lugar. Hoy se deshumanizó al pueblo. Hoy prácticamente nada nos causa empatía, y mucho menos si es del otro lado de la “grieta”.

Eso es básicamente, lector, la división del pueblo. Estamos viviendo la era de la boludes. No se me ocurre llamarla de otra forma: es el pueblo contra el pueblo. Es la época del favoritismo. Favoritismos que lo único que hacen es sembrar veneno en toda la sociedad. Nos estamos transformando en una sociedad apática, llena de prejuicios. Y déjenme decirles que podemos arreglar cualquier sistema político que haya lastimado a la Argentina. Pero no vamos a poder reparar nunca una sociedad prejuiciosa.

Podría cerrar esta nota (de… ¿descargo? ¿Opinión) aquí mismo. Pero me gustaría hacer una última reflexión: dejemos de ser “barras bravas” de la política, y seamos nuevamente simpatizantes de las ideas. Salgamos de esta grieta de boludos. Que de boludos, no tenemos absolutamente nada.

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