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El rugby está enfermo

En los recientes días he leído todo tipo de comentarios acerca del homicidio de Fernando Báez Sosa acaecido en la Ciudad de Villa Gessel a manos de una patota de «rugbiers». La calidad y tono de dichas opiniones ha sido de lo mas variopinta, desde criticas cargadas de emociones negativas (propias de un hecho de esta magnitud) hasta defensas improvisadas o casi cómicas de vaya uno a saber quién (léase la nota del Mendo «Maten al Rugby«). Tanto unas como las otras han compartido un defecto común: no establecer una posición clara, ni aclararle al lector desde dónde se está opinando.

Así que para no incurrir en este defecto, voy a dejar zanjada unas cuestiones previas para no engañar al lector y acordar un punto de partida y poder emitir mi opinión:

Primero no sé nada de rugby, no conozco sus reglas, ni como se practica, es mas creo que nunca visité un club de rugby en mi vida. Considero que no es malo para opinar, ya que no tengo ninguna opinión formada al respecto, ni favorable, ni negativa, por ende me considero imparcial en el tema rugby, cuasi rayando en una sana desidia.

Segundo soy un convencido que vivimos tiempos de fragmentación como sociedad y eso se traslada a todos los aspectos de la vida social, dicho de otro modo creo, o más bien estoy convencido, que los llamados prejuicios de clase viajan en ambos sentidos tanto de arriba hacia abajo, como de abajo hacia arriba de la sociedad. No es de extrañar que escuchemos el término «Tincho» o «Brian», para referirnos a jóvenes de clase alta o baja.

Por último soy un convencido de lo que hay que analizar en toda circunstancia son «los hechos», y extraer de ellos las mayores preguntas y conclusiones posibles, y tratar de hacerlo con los menores vicios posibles, lo que implica excluir la fortuna o la casualidad de la ecuación.

Dicho esto analicemos en primer término lo sucedido conforme lo que sabemos por los medios de comunicación: un grupo de jóvenes en un local bailable de una ciudad balnearia tienen una discusión. El origen parece haber sido un tropiezo accidental que ocasionó que se volcara líquido en las ropas de otra persona. Una reacción exagerada de parte de esta última que devino en una primera pelea, haciendo intervenir a la seguridad del local que los expulsó a todos. Hasta ahí una situación que creo no nos es ajena a ninguno de los que alguna vez salimos a bailar. ¿Hasta acá todos de acuerdo?, continuemos… Una vez afuera del local y habiendo transcurrido unos diez minutos del primer incidente, el grupo integrado por la persona cuya ropa supuestamente fue manchada, identifica en la calle a unos miembros del otro grupo, (concretamente) a dos personas, una de ellas el chico que resulta asesinado  y un amigo. De forma grupal y coordinada los atacan salvajemente, golpeando a Fernando y provocando su muerte como consecuencia de los golpes recibidos, para luego darse a la fuga.

Analizado fríamente y en forma quirúrgica podemos afirmar un hecho criminal como muchos otros, con los cuales nos desayunamos a diario al abrir las noticias en el celu. Pero ¿porque qué éste en particular ha causado tanta indignación y revuelvo en nuestra sociedad?, ¿porqué estamos hablando y escribiendo sobre el mismo?

La respuesta, a mi juicio, es simple: porque no se trata de un hecho aislado o desconectado, sino que es uno más dentro de una seguidilla que abarca un periodo álgido de unos diez años a la fecha, que involucra a protagonistas con un denominador común: «Rugbiers».

Como dije al principio de esta nota, no creo en las casualidades y, en el caso que nos ocupa, la casualidad debe ser descartada de plano, ya que más bien nos encontramos frente a lo que jurídicamente se denomina «modus operandi». En todos los casos el elemento que se repite son los protagonistas, siempre un grupo no menor a diez personas, y todos practicantes de un mismo deporte que hoy ha sido puesto en la mirada pública. Esto no es casualidad, sería estúpido pensar en  forma diferente, los hechos están ahí y son claros. Sin embargo esto no es suficiente para criminalizar una práctica deportiva, aunque sí para encender las alarmas sociales de que algo está sucediendo con los practicantes de dicho deporte, y a esto es a donde quiero llegar: las evidencias indican que algo malo está ocurriendo en esas instituciones deportivas y en sus  practicantes, pero ¿qué es?, aun no está claro. Lo cierto es que no están haciendo bien las cosas en cuanto a la formación de niños y adolescentes que lo practican, ya que los elementos que terminan en estos hechos delictivos parecieran ser siempre los mismos en todos los casos:

Grupo de Rugbiers + víctima (una sola persona) + hecho desencadenante + golpiza en patota = muerte.

Insisto en una idea: no podemos creer en las casualidades en estos casos, como afirmé en una opinión previa en un comentario de Richard Bomur: «los basquetbolistas no agreden y matan en manada, los nadadores tampoco y al parecer ninguno de los practicantes de otras disciplinas deportivas lo hacen«. Entonces ¿porqué los rugbiers si?

La verdad es que no tengo respuesta para esa pregunta, ni tampoco para la siguiente y más importante que es «¿qué podemos hacer tanto social como individualmente para hacer frente a estos hechos?», como dije no me siento profesionalmente calificado para dar una respuesta de tamaña magnitud, solo me limitaré a decir lo que voy a hacer yo como individuo.

Verán, al principio de la nota dije que lo fundamental es aclarar desde dónde se habla, en mi caso hablo desde el lugar de padre de tres niños, dos niños y una niña. Como tal, creo que mi deber como padre es tratar de protegerlos. En el caso que nos ocupa creo que algo ha infestado a los lugares donde se practica este deporte, hoy controvertido, y a sus practicantes. Algo así como una enfermedad que desconocemos su origen, como también su tratamiento. Solo conocemos sus consecuencias, que al parecer siempre son las mismas: la muerte de algún desafortunado que estuvo en el lugar y momento equivocado con estas personas. Así que como individuo voy a hacer lo mismo que haría con cualquier enfermedad, alejarme a mí y a mi familia de los lugares de contagio y de las personas afectadas.

Es discriminatorio, sin duda alguna, no me siento contento con hacer esto, en lo absoluto, casi es vergonzoso admitirlo, pero ¿qué más se puede hacer cuando hoy la cuenta de víctimas inocentes se incrementa con un nombre más en la lista? Y encima los enfermos niegan estarlo y por ende cierran el camino a poner fin a estos ataques.

Entonces yo les pregunto… ¿Qué harían ustedes?

Escrito por Cdte. Motorola para la sección:

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