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Ensayo sobre los insultos

Allá por los 12 o 13 años los niños empiezan a descubrir un dialecto maravilloso que rara vez es apreciado como corresponde en la literatura contemporánea: las puteadas. Es imperiosos y  hasta enriquecedor aprenderlas en una edad justa, ya que aprenderlas después nos impide el sabor de conocer lo prohibido a corta edad (quizás nuestra primer prohibición), pero lo mismo sucede al aprenderlas muy temprano. Los niños de 5 años que dicen “pelotudo” no divierten a nadie salvo a los padres amantes de perdonar infidelidades y de las picadas de Luján.

Lo primero a descubrir en este mundo es la fonética cambiante que poseen ciertas letras dentro del insulto. La letra “c”, por ejemplo, posee una pronunciación más similar a una “k” ucraniana, específicamente a una “k” de un ruso medieval con olor a vodka cortando leña a trompadas en Siberia para calentar los puños antes de cagar a palos a su mujer.

Es un detalle no menor la actitud del emisor, ya que vituperios en voz baja se entienden con la consigna implícita de que son de cagones. Es importante si que el interlocutor que se adentre en las tan lindas carajeadas complete el dialecto con palabras inesperadas y singulares, para dar un toque personal a sus improperios. “La viciosa conch* de tu vieja”, por ejemplo, resalta valores familiares e intereses de su familia en una misma frase.

Las palabrotas se deben entender en un tiempo y ritmo determinado. Así como el coito, las guarangadas dichas quedan mal siendo precoces y son sobreactuadas pasado ya un cierto tiempo. Ciertos monjes tibetanos de la aldea de Kéhlindoqo-jheZhuerhmäna se han pronunciado abiertamente en revolución frente al régimen preponderante de la amplia mayoría monástica. Tan así, que muchos fanáticos han dedicado desde su primerísima palabra y el resto de su vida a realizar una serie de hermosas y virtuosas puteadas hasta el día que se mueran, así medio en forma de rosario. Lamentablemente, dichas irreverencias quedarán pérdidas para el Gran Libro de la Ilustración, ya que no se ustedes pero yo no conozco ningún conchudo que hable tibetano.

A este informe han llegado rumores de que ciertos obscenos irrespetuosos se divierten enseñando sus puteadas a gente foránea que no las comprende. Así, mientras se las garchan y se contagian, en el mejor de los casos, de euroladillas, se ríen a carcajadas de francesas borrachas que pronuncian “dame piha”.

Francamente este informe siempre estará en la vereda de enfrente de estas amebas desagradables y más bien se siente identificado con los tipos que en el boliche los cagan bien a palos, por imbéciles.

El viejo Luzuriaga dijo (o se olvidó de decir) que las puteadas son el último vestigio que poseemos de una época dorada donde éramos libres y verdaderos, y que actualmente siempre se remite a una alegoría como para no quedar mal con el paisano de turno. Para él, decir “chúpame el termo de nervios” actualmente indica desobediencia, rebeldía, desinterés en la consigna propuesta. Asimismo, las alegorías se pueden visualizar en observaciones de la vida cotidiana. Por ejemplo “Gordo termotanque de canelones”  nos resalta con datos científicos y comprobables el sobrepeso del receptor comunicativo.

A mi humilde parecer, con esto de las alegorías no anda tan errado Luzuriaga, solo que como siempre es limitado. Todo es una alegoría. Este informe escrito a la apuradas, quizás indica que ansío un lenguaje que desnude el alma de las personas. O quizás signifique que creo que es tarde y que estoy a orillas de un teléfono que ya no va a sonar.

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