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Esa maldita gravedad: 5 tips para caerse y no pasar vergüenza en el intento

Desde muy jovencita fui una apasionada por volar e imaginar pavadas. Esto influyó seriamente en mi vida diaria ya que de tanto soñar a veces olvidaba pisar bien el piso y terminaba rodando en alguna zona de la corteza terrestre. Otro de los factores que colaboraban con mis caídas eran mis piernas chuecas (al ser muy alta) y un nivel de torpeza…importante.

Añado a lo anterior, que mi carácter fue bastante detestable durante mi adolescencia lo que hacía que cada vez que me caía me la agarrara con la baldosa, con el que me miró y se rió en ese momento, con algún familiar que seguramente tenía la culpa de mi distracción y, obviamente, también me enojaba conmigo misma.

Luego, el paso de los años me hizo darme cuenta de que con esas reacciones lo único que lograba es que la gente además de reírse de mí se quedara con una mala impresión de mi persona; esto traía como consecuencia más risas y frases burlescas tipo Nelson. Luego de numerosos porrazos encontré la clave para pasar la menor vergüenza posible con la peor de las caídas. Les enseño un par de trucos:

Negar todo tipo de dolor. Recuerdo una vez estar caminando por la costa mediterránea, observando la vista y los bellísimos monumentos romanos que rodeaban la zona. Tan inmersa en ese paisaje estaba que cuando regresé los ojos al camino me encontré con un disco pare de frente y como por arte de magia terminé sentada en el piso con mis piernas rodeando el caño de la señal de tránsito. Me pegué con el cartel en la nariz y con el piso en el potito; el dolor de la nariz me hacía ver bichitos de luz y la cola pedía a gritos un almohadón como el de las hemorroides. “¿Te duele?” Me preguntó mi papá; mi familia venía atrás mío presenciando toda la escena (y tentados de risa por ella). “Naaaaaaaaaa… fue el susto” TÍPICA.

Exagerar todo tipo de dolor. Puede parecer estúpido pero sirve. Lo aprendí de mi caída en Bariloche. Otra vez paisaje: viaje de egresados, paisaje campestre, dos perros San Bernardo jugando y todas las “especialitas” diciendo “Ohhhh”; en este caso veníamos de caminar mucho y decidí sentarme en una cerca de maderones gruesos y pesados. Tres salames habían visto que la madera principal estaba apoyada nada más en uno de los extremos y nunca se avivaron de decirme nada. Me senté, me acomodé y así como me acomodé caí de culo junto con el maderón. Ambos rebotamos, pero él no sufrió tanto daño. Tooodos se giraron a ver el espectáculo y yo decidí hacerme la enfermita; el dolor no había sido tanto como luego lo fue el moretón que atravesaba completamente y en perpendicular mis partes traseras. Se ve que el verme tan mal les inspiró lástima y decidieron contener las risas. Toda la semana recibí preguntas de cómo andaba mi culito. GOLAZO.

Desmayo ficticio. Esa opción es como el recurso más último a usar en la lista de los recursos. La aprendí junto con mi prima una tarde de patinaje. 11 años hacía que no patinaba sobre rollers y ¡qué mejor que volver a andar  ahora! Fuimos equipadísimas al parque San Martín, me banqué como una diosa la vueltita al lago, sonriendo porque resultó que me acordé de todos los movimientos necesarios para patinar. Pero todo se tornó oscuro cuando pasamos el club y vi que dentro de poco comenzaba la bajada del terror. Recordé que no sabía frenar bien y en ese momento todo se me nubló. No frené ahí, no lo logré, seguí derechito hasta la rotonda de la fuente hasta frenar de culo y con un codo. Ahí vinieron mi prima y un viejito en bicicleta a socorrerme mientras yo decía: “se me baja la presión, veo todo blanco”. Resultado: caramelitos masticables y caras de preocupación. MODO EXPERTO

Reírse sin parar. Es la más vieja de las estrategias y una de las que mejor nos deja parados. En este caso la anécdota es reciente: sábado en un boliche de Mendoza cuyo nombre no voy a mencionar; bailando cerca de las piletas del patio que estaban vacías y rodeadas de tela mediasombra. Un paso en falso y chau, una pierna dentro de la pileta la otra fuera y un legado de dos machucones gigantes a ambos lados de la pierna que optó por probar la profundidad de la piscina. ¿qué hice? Me tenté, reí y reí. Intentaban ponerme de pie y yo me reía. Me preguntaban si estaba bien y yo me reía. Y tanto reír terminé contagiando a todos los demás que pasaron de reírse de mí a reírse conmigo. El moretón fue lo más chocante del universo, y la cara de mi mamá como diciendo “que ebria” fue lo más difícil de pilotear ya que verdaderamente a esas alturas recién llegaba al boliche y no había bebido alcohol. Pero como decía Freddy…SHOW MUST GO ON

Dejar reposar el golpe. La idea es: si te caíste el piso, quedate un rato ahí. Quizás alguien piense que estas buscando alguna moneda que se te cayó o te sentaste a atarte las zapatillas. En caso de multitudes, la gente se va a dar vuelta y no te va a ver (porque estás en el piso) entonces de toque van a girar las cabezas a su posición inicial. Y acá no pasó nada. Si alguien te ve y piensa que te caíste vos decís que pensabas que se te había caído el abono del colectivo y al agacharte perdiste el equilibrio o alguna payasada así, todos se la creen. La experiencia en mi caso fue caerme de las escaleras mientras bajaba el tacho de la ropa sucia. El sonido alertó a los habitantes de mi casa que se acercaron a ver qué había ocurrido. Mi respuesta fue que se me había caído el tacho. Nunca supieron la verdad… TOUCHÉ

Si con eso no les resulta, consulten a un reumatólogo porque tener las piernas chuecas les va a traer problemas de por vida y caídas por demás.

Recuerden, en la vida lo importante no es cuantas veces te caíste, sino de cuantas de esas te supiste levantar.

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