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Eterna extranjera

Creo que les he contado esta historia de mil formas diferentes. Es más, creo que he hablado de ella a través de tantas notas que ya perdí la cuenta. Pero de lo que si estoy seguro es que nunca les conté el cuento sin tantos adornos. Algo que bien podría contarse de boca en boca, como si se tratara de una ronda de amigos. Amigos con ganas de cometer sincericido.

Pasaron ya muchos veranos desde aquel verano (¿O fue un invierno?) pero recuerdos esos días como si los hubiese vivido hace solo un par de horas.

Con los ánimos encendidos y el corazón en la mano, viajé. Me fui de mi ciudad a una ciudad mucho más grande, tanto así que sentía que estaba dejando un pueblo ¡Y yo, qué me creía citadino!

Junté las cosas en una mochila prestada, saqué un pasaje sin pensarlo dos veces, y me fui. Viajé sin conocerla, viajé sólo con una fotografía y el sonar de una voz extraña cada vez más familiar en los oídos. Partí sin un mapa, partí sin dinero…incluso recuerdo que partí hasta sin documento. El objetivo era claro: partir. De una vez por todas, partir.

El viaje se llenó de estrellas, se llenó de música. Se llenó de horas sin dormir y muchas fantasías por cumplir. Se llenó tanto de todo, que sentía el pecho explotar.

El destino arribó de mañana, el colectivo abrió las puertas y….nada. Ahí estaba yo. El chico del pueblo, con el bolso en la mano en una ciudad enorme que parecía devorarme, completamente solo. Por un instante sentí lo que era ser olvidado, por un momento me sentí un imbécil. Pero digo por un momento, porque a los pocos minutos apareció.

Viajé, y la eterna extranjera correspondió a mi viaje. Apareció, como aparece el sol después de las noches más oscuras, trayendo aquel calor que parece abrigarnos para toda la eternidad.

La eterna extranjera y yo. Una canción para ser cantada por los siglos de los siglos, una historia para ser escrita una y mil veces. Un recuerdo para sonreír para toda la eternidad.

El viaje fue una ráfaga, como suelen ser las cosas cuando son demasiado buenas. Y en menos de lo que yo esperaba, estaba volviendo a mi ciudad…a mi pueblo. Esta vuelta no hubo música, no hubo estrellas. Había cuadernos rayoneados con mil historias y lágrimas que ahogaban la garganta.

Viaje otras veces y el tiempo nos fue cambiando. La eterna extranjera se perdió en el resto de las cosas. A veces habla conmigo de forma mística, pero con otra particularidad. Es una consejera, una parte importante en la vida, una estrella tatuada en la piel.

Creo que nunca voy a olvidar aquellos días de aquel verano…o aquel invierno.

Contarles esto así, hasta la mitad, con aires de nada y suspiros de mucho, parece destinado a perderse en la nada misma. Realmente no importa; tal vez alguno de ustedes sonría por una historia similar. Tal vez todos tenemos eternos extranjeros, algunos más cerca, otros más lejos. Pero siempre están esas personas que terminan siendo musas. Esas personas que a la distancia, quedan para siempre cerca de uno.

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