/Eterno Atardecer: «Adiós… y hasta luego»

Eterno Atardecer: «Adiós… y hasta luego»

El acolchado se sentía frío. El cuerpo de la Dana era un monte sobre del lado sur de la cama; lo de anoche había sido nuestro primer sacudón desde que nos conocíamos pero no hay nada más lindo cuando se piensa en reconciliarse…

Cuando amaneciera, iba a ser mucho más que otro día.

Me cobijé junto a los deseos de despertarla y contarle todo sobre la noche, sobre el show de flamenco, sobre la dedicatoria que le traía de la dueña de E.A., y las historias que habían surgido en esa terraza.

Durante el camino de regreso a casa, había pensado en llegar a un punto en común con la Flaca, pensé en su pesar y podía hacer maniobras para aliviarla; quizás no tenía que resignar nuestra historia, sino aceptar que sus decisiones no nos alejaban, solo nos mantenían a distancia, que no es lo mismo. Más allá de lo que ocurriese con nosotros, con ella había aprendido a querer nuevamente, había renovado las esperanzas que se necesitan para apostar a alguien y por sobre todo, había descartado que para conocer a alguien, existían etapas en la vida.

¨El amor es una rueda que gira alrededor del mundo Imaginario, pero se detiene siempre en el mundo Real; porque para dar giros se necesita de la Idea que siempre es Ilusión, y de la Certeza que siempre es Convicción, para finalmente pisar sobre tierra firme y encontrar los límites únicamente en el cielo¨, dice E.A.

Las ilusiones estuvieron cargadas de ambos lados, pero yo buscaba seguir girando, y para eso necesitábamos certezas. Su futuro estaba lejano, pero no su sinceridad, y eso también era para valorar. No veía la hora que llegara el otro día, quería abrazarla, quería decirle que jamás cortaríamos lo que el destino unió; aunque sabía cuán triste iba a ser subirme a ese colectivo y dejarla, prácticamente, para siempre.

Me desperté muy temprano, apenas dormí unas horas. Amanecí con la ansiedad del nene que va al cine por primera vez… Quizás en el fondo, tenía la esperanza que algo fuera de libreto sucediera; aunque sabía que para hablar de ciertas cosas era tan tarde, como temprano, para hablar de la página siguiente.

Esos benditos puntos intermedios de la vida, donde no queda más que hacer la plancha y reposar para no pensar.

Dice Eterno Atardecer que ¨…en las relaciones, las palabras muchas veces son como las velas para los barcos: una obviedad. Quizás lo propio, fuera hacer de los hechos el viento para izar las velas obvias, para darle curso a las palabras, demostrando hacia dónde viajan esas relaciones; evitando terminar al antojo del ancla imposible de elevar, que se vuelve la falta de diálogo.¨

¿Es un error creer que lo que sucede es de tal manera y en verdad es de otra, dentro de la pareja?

Estar en carriles distintos y no darse cuenta, tiene que ver con el poco diálogo y con la falta de defensa de las convicciones personales. No el diálogo cotidiano que lógicamente debe existir, sino aquel que busca trazar de alguna manera la medida de lo que se quiere de ese encuentro de dos. Aquel que por momentos vamos pateando para adelante, esperando que se dé la situación para conversarlo, callando las preguntas sobre el meollo de la cuestión y privando a las respuestas de que sienten precedentes, sobre lo que uno baraja para estar con el otro.

Aquí al que le quepa el poncho, debe ponérselo.

Vaya a saber por qué no decimos las cosas cuando están en caliente. ¨Confundir el calor con el peligro es el error de los tibios, porque al fuego se cocinan mejor las soluciones y se habla con el corazón en alerta. Cuando los leños se enfrían, se endurece el pecho y se inhibe la verdad…¨, dice E.A.

Puse algo de música para encender el día, abrí el ventanal que nadaba en el Atlántico, preparé tostadas para un batallón de charlas; caminé descalzo, como nunca lo hago, enfriando la ansiedad y la angustia, me di una ducha polaca y me afeité, despedí del puñado de libros que se iban conmigo de vuelta a su E.A.; metí en la maleta lo que estaba a mano dejando para lo último lo del ropero y la llamé desde el pasillo como tantas mañanas, cuando la Flaca remoloneaba para desatarse de las sábanas…

¡Cuánto sabía de ella! Nos habíamos descubierto con la venia del otro hasta los rinconcitos más ocultos. Tantas veces uno busca explicaciones mágicas para resolver que algo terminó, cuando no hay más nada que el hecho de no compartir ideas, y punto. Y punto…, a otra cosa.

–Flaca…, arriba así desayunamos juntos –le dije desde el marco de la puerta.

No me contestó. Supuse que aún estaría ofuscada. Me le acerqué, apoyándome en su espalda, la moví un poco y le hablé subiendo el tono. Ya no le susurraba, y nada. Di la vuelta a la cama, le agarré la cara y la sentí helada, y me aterré. Me alejé medio metro y la volví a llamar con los ojos empapados de miedo.

–Flaca, FLACA, ¡FLACA! –le repetí incansables veces, y no me dijo nada.

La destapé, la alcé y su cuerpo desplomaba hielo, no estaba ahí; no podía creer lo que estaba sucediendo, la dejé sobre la cama y corrí desesperado a buscar el teléfono para llamar a emergencias; la cabeza me explotaba conteniendo malos presagios, pateando desesperación y maldiciéndome por todo. Volví a la habitación, y supe que todo había terminado… Me senté en el suelo, de su lado, apretándome las rodillas contra el pecho, la miré inmutada, lejana, ¡intenté darme calma!, hasta que llegaron y la revisaron.

Alguien me sacó de la habitación…, alguien me acompañó hasta la entrada de la casa, alguien me vino a hablar y me indagó sobre lo que había sucedido en las últimas veinticuatro horas, alguien me acercó un vaso de agua, alguien me dio el hombro y me dijo ¨lo siento mucho¨, alguien me contó como seguirían los pasos más aterradores que suceden hasta que se dice adiós, alguien me hizo hablar con los padres de la Dana, alguien se quedó conmigo durante esa mañana de café y arena en el paladar, alguien me trajo unos boletos de regreso a Mendoza, alguien me dijo que era una buena persona y que no era el culpable de la recaída por su enfermedad, y tantos… tantos ¨alguien¨ viajaron por mi lado durante ese día nublado de despedidas, que ni el recuerdo de mis recuerdos distingue quienes fueron parte de la realidad.   

En un abrir y cerrar de ojos ya estaba en casa, preparándome para ir a darle el beso del adiós. No era el único, éramos incontables los que la seguíamos a paso lento, sobre el verde césped y bajo la garúa de aquel lunes llorón; mirándonos tímidamente las caras a ver quién sería el que se animase a despertarnos de la pesadilla que vivíamos, ansiando que suceda lo imposible, para que la nada sea el todo en el tormento del nunca más… La Fiore me sujetaba y me limpiaba la conciencia con dulces palabras.

¿Será que solo el amor de los nuestros, nos hace pensar que no todo terminó, cuando alguien se aleja para siempre?

Volvimos al café, que estaba cerrado. La Fiore y yo nos sentamos en sendos lados de la mesa y nos miramos. Estuvimos en silencio un buen rato, pero sin dejar de mirarnos, grabando lo que nos estábamos diciendo con lo más franco que tiene una persona: la mirada.

¨En la boca se esconden los intereses que en la mirada se desnudan¨, dice E.A.

Le dije que estaba triste, pero que sentía paz, que la Flaca había sufrido con su realidad y la había luchado hasta el último día; le dije que no iba a bajar los brazos como me pasó con su mamá, que el mejor adiós para la Flaca sería el de untarme con sus ganas de vivir, aprovechando cada instante, cada respiro; le dije lo que pude hasta que me silenció con sus manos…

–Tranquilo… –me dijo acercando su silla–, ya no temo de vos. Somos una familia, Rubén, somos tu familia, Papá; y en la familia están los brazos para nadar cuando no hay fuerzas, en la familia se abriga el cuerpo cuando tiembla el espíritu. Entonces nada malo va a pasar si no te alejas, si te abrigás y nos dejás darte el calor que tenemos con Barbarita para vos…

El alma amilanada encontró un valle para sus sustos, y me entregué a su abrazo de raíz.

? Hemos divagado por senderos,

buscando el elixir de la felicidad…

Hemos encontrado en razones mensajeros,

para no caer, para no caer…

Hace falta que me dejes tu amistad –Me cantaba la Fiore al oído mientras descansaba en su pecho.

–… Vamos inventándonos la vida en cada esquina,

vamos escuchando la razón de las canciones…

¡Hemos conocido que una herida es conocernos!,

Tu… la razón de mis razones… ?

¨La razón de mis razones¨, amaba esa canción.

Me mantuve en el silencio de escucharla, de imaginar a todas las Danas, de pensar que entre nosotros el tiempo fue el nombre que encontramos para llamar a lo único que se acababa cuando estábamos juntos, cuando nos leíamos la mirada, cuando escuchábamos nuestros gemidos, cuando corríamos por la playa dejando las huellas imborrables sobre la arena mojada…

Habíamos descubierto que el tiempo se transformaba en una mentira cuando hablábamos.

Nuestro Adiós, más que nunca, mecía en la cuna de un Hasta luego que nacía.

Adiós… y hasta luego.

Fuente de las imágenes: piccsy.com 

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