/Eterno Atardecer: «Ni una palabra»

Eterno Atardecer: «Ni una palabra»

–¿Qué hacés acá?, ¿qué buscás?

Mi ¨Buen día¨, es un perro mojado al lado de la tormenta eléctrica que es su voz.

–Sí, buen día. ¡¿Qué vas a tomar?!

Ehmm…, pienso lo que ya le pedí al mozo.

–¡No nos queda!, una pena. Ahora retirate, por favor.

Va a ser difícil que hablemos si sigue con esa postura.

–¿A qué mozo le pediste?, ¿aquel?, Carlitos, ¡Carlos! Si, a vos…, vení… ¡Qué vengas un minuto, querido!

Uh…, el ramo de magnolias, que es la cola alta de su pelo, trina. No hay manera de calmarla cuando se le vuelan los propietarios del nido.

–¡No me digas ¨calmate¨! ¿No querés escándalos?, ¿qué pretendés? –Dice mientras intenta desatar el delantal de su cintura– ¿Pensás que soy una loca, histérica, trastornada…? Si, lo soy, pero seguí luchando para salir adelante, ¿sabés? –Trae el nudo hacia el pecho y prueba con los dientes, pero no hay caso, no afloja–, mientras el señor consideraba que debía borrarse del mapa. ¨Calmate…¨, lo que me faltaba.

El delantal le queda para cualquier lado, el nudo se agarra como una estrella de mar asustada a una roca…, y en eso llega Carlos, que escucha con julepe lo mismo que yo, y que todos.

–¿Qué hacés parado ahí, mirando con esa cara de ¨yo no fui¨?

–Usted me llamo, señora.

–¿Yo te llame?, tarde Carlos, tarde, como siempre. Vaya a atender a los de la cinco, por favor, ¡apúrese…! ¡Qué mierda le pasa a este nudo!

Me tapo la boca para no dejar escapar algún ruido que empeore el asunto.

–¿Me lo desatás, por favor? –Me pide dándome la espalda– A ver…, te lo pregunto de la mejor manera posible. ¿Qué hacés acá, qué buscás? Joderme la vida, es eso, ¿no?

No hay respuestas para las preguntas que no las necesitan, y ella no las necesita. El nudo se hace agua en mis yemas, y el delantal golpea el bordado amarillo de Fiorella´s Coffee, contra la madera del piso.

–No, no, no…, no. Otra vez lo mismo, no. Es más, andate. Dale Rubén, haceme el favor…

Recuerdo como empezaban sus pucheros, y siento que me quiebra con justicia; pero debo conciliar, aunque al deshielo le duela el cachetazo.

–¿Una mano? ¡UNA MANO! ¡Sos un caradura, Rubén!

Su ¨caradura¨ se vuelve sollozo sobre el final…

–Después de todo lo que tuve que vivir sola…

…y es ira, es rabia…

– ¿Crees que podés aparecer de la nada y decirme ¨dejame darte una mano¨?

…y por sobre todo, es mucha tristeza.

–Ya tuve suficiente, necesitamos en paz…

El ambiente se paraliza cuando su cuerpo se esfuma, dejando el eco, que se hace el llanto mudo de un pasado que regresa, por unos instantes…, y que me indaga junto a los pares de ojos que nos escucharon.

Para volver a empezar, hay que enfrentar las consecuencias de las decisiones. Quizás no estuvo bien venir así, de un momento para otro, sin avisar, impulsivo…

Me levanto, sin tener a donde ir, todo iba a pasar acá, en el café. Camino unos metros, media cuadra, cien metros, hasta el semáforo y me freno en la noche, en lo que me dejó la noche. Si en verdad creo que podemos arrancar de cero, ¡lo último que debes hacer es irte, Marmota!

¨¿Podés dejar de ser tan egoísta, Rubén, y dar la cara, si querés que sea el último golpe con la realidad, el de esta noche…? ¿O acaso pensabas que iba a ser fácil?¨

Hago la U, y vuelvo ligero. La gente me mira, como a un triste payaso, mientras me siento otra vez para hacerme carne en la misma silla. ¡Me atienden o me sacan con infantería!

Dice Eterno Atardecer: “No existe mejor manera para dar de nuevo en la vida, que junar las cartas olvidando la mano anterior. No hay azar para las reconciliaciones cuando los lazos siguen vivos…”, y en mí, ella nace cada mañana.

¨Es lógica la reacción, Rubén, entendela¨, dice en la sala de espera de las ideas, un pensamiento a otro, despacio, buscando consuelo, buscando el regreso.

Continua el libro diciendo: “Cuando alguien se le escurre a la vida y se le pierde, la vida debe continuar para no perderse de nosotros, debe continuar por si se nos ocurre regresar. Porque la vida sin nosotros, es su propia muerte. Porque nunca es tarde para regresar.”

Fiorella había mantenido el negocio como siempre nos propusimos, y sola… Siguió el camino de la vida a la que me escurrí, continuó luchando por lo que yo caí rendido, sacó pecho sin esconder sus lágrimas y en gran medida, es la razón por la que si hoy puedo regresar, la vida me esté esperando. Aunque no sea con Ella.

Cuatro macetones upan jazmines, y envuelven el lugar en su aroma, sobre las esquina del deck de madera caoba. La fuente, por la que tanto hinchó la Fiore, se conserva como el día de la inauguración, bajo las sombrillas marrones, de guardas blancas y letras amarillas.

¨Vas a ver cuando vuelen los chorritos, y se mezclen con el brillo del sol mañanero, como me das la razón, Rubén…¨, me había dicho. ¡Y lo logró nomás!

Mmmm…, y esa brisa que sale del interior, que nos invita a cosechar granos de café tostado con la imaginación. Quizás no hice bien en venir sin avisar, pero si en jugarme la única ficha que tengo en ella.

La Fiore es decidida con lo que se propone, fuerte, audaz, con bastante carácter, eso sí. Pero quién no tiene sus cositas… No le vayas a hablar a la mañana porque te ladra; no le digas que está equivocada, porque menos aún da el brazo a torcer; ni te metas en sus decisiones, porque piensa que le querés manejar la vida.

¨Manejarle la vida…¨, a los ponchazos podía con la mía, mirá que me iba a meter en la suya. Salvo en las cosas que tenía derecho, obviamente.

–Seguís acá, veo –me dice sin mirarme, mientras acomoda una silla de la mesa de al lado, que está prácticamente a escuadra–, ¿todavía no te traen el pedido?

Le muevo la cabeza, tragando lo que el recordarla sembró sobre mi garganta, y respiro profundo. Fiorella se manda para adentro arremangándose las mangas, y el Carlitos recibe otra descarga eléctrica de la petiza. ¡Está más flaca! ¨Flaca¨, ja…, no quiero ni pensar en ese nombre.

¡Sigue igual, qué la parió! En dos minutos sale de la cocina con mi café con leche preparado, toma tres media lunas del mostrador, y prepara un café mediano, un goteado mediano, mejor dicho y sin azúcar, como lo toma ella.

A velocidad crucero se detiene un paso antes de llegar a la mesa. Mis manos entrelazadas dejan de hacer circulitos con los pulgares, y se congelan, como rezando, sobre la parte de espectáculos del diario de hoy.

–Lo único que te pido, es que si te has dignado a aparecer, cosa que me aterra, pero en el fondo, muy en el fondo me gusta, al menos hoy no volvamos a lo mismo, Rubén. No quiero hablar de lo que ya sabés, no hoy, ¿puede ser?

La silla se corre para hacerle un lugar en la mesa, y en mi corazón. Ella se sienta sin decir más, revuelve el edulcorante que nieva sobre el café, y mira para la 9 de Julio y Garibaldi, sin dejar de revolver.

–¡Bueno tampoco es para que no digas nada, hombre! –dice, sonríe y prueba– A todo esto, ¿qué haces a esta hora de traje? ¿Te me has puesto de novio, Cincuentón?

Su vida viaja en diapositivas sobre sus ojos, desde la primera a la última vez que nos vimos. La emoción me colma la capacidad de aguantar la alegría, y saboreo el comienzo de un chaparrón en el lagrimal, y me doy cuenta que para perdonar, no hace falta decir ni una palabra.

Ella me sigue mirando, mientras sucede mi primer sorbo.

–Estás más lindo así, sin barba, aunque… ¿qué hija no ve lindo a su papá? 

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