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Historia de los boliches de Chacras

Sabemos que Vistalba siempre fué y será un sector y localidad ligada a los boliches bailables, y claro cada uno tiene su historia.


Pasando Chacras de Coria, por la ruta Panamericana, están los boliches que a pesar de no estar en Chacras igual se siguen llamando boliches de Chacras. Esto es así, según dicen las malas lenguas, porque muchos conductores despistados que tras feroz bailongo regresan de la zona de boliches, recién cuando el coche pasa por los caracoles de Chacras toman conciencia de dónde están y estuvieron parados.

De no ser por el speedy con vodka, seguramente hoy la gente llamaría «boliches de Vistalba» a los locales bailables de Chacras. ¡Señor lector, por favor, detenga su mala lengua y no empiece a putear! Le pido paciencia para que juntos recorramos esta crónica apócrifa del origen de ese lugar que siempre quisimos saber.


El 2 de septiembre de 1873, Américo Volantín Viagra Lucero Menta llegó a Mendoza. Huía de España porque decía que en el Lejano Oeste argentino «no era obligatoria la colimba, o sea» (sin ser mendocino ya hablaba como mendocino). Creyendo escapar de la vocación militar nunca advirtió que jamás renunciaría a su vocación de conquistador empedernido, aunque en aquellos tiempos, ser militar significaba ser conquistador. Apenas llegó a Mendoza y muy convencido de que el único territorio por conquistar era el «territorio del Amor», se lanzó con todo hacia esta aventura.

Años más tarde, una psicóloga alemana diría que la búsqueda del territorio del amor era un verso: en realidad lo que más quería era enamorarse de una buena mina y ser feliz. Y como las gallegas no tienen una tonada muy romántica y femenina que digamos (así lo indicaba su mentalidad prejuiciosa), puso su cabezota en el oeste argentino, con la idea de captar la sintonía del amor proveniente del corazón de alguna buena dama chilena, que sobretodo conservara su elegante, dulce, sincera, femenina, suave y auténtica tonada chilena (así lo indicaba el compendio de adjetivos de su bocho iluminado con luz ámbar).

Nunca se halló una documentación que explicara cómo fue esa primera vez, pero lo concreto es que la flecha de cupido hizo que el sueño de su bocho se hiciera realidad: se dio el gusto de bajarse un buen lomo mendocino, lo que contribuyó a que el ruido mórbico de la gula bajara de volumen para dejar fluir del silencio el maravilloso volumen de los latidos vivos del corazón enamorado.

«Todo indica que si aparece otro buen lomo no voy a dudar en morfármelo», dijo (así lo indican los documentos escritos por algún historiador improvisado, de corazón revulsionado, según parece).

Y allí apareció.

«Oiga don, ¿por aquí pasa el tróóóle?» (la «o» sonó muy espigada, como cuete de corcho recién destapado el champán).

Una pregunta futurista (porque el trole recién llegó unos cien años después) o una pregunta inventada por el narrador de esta crónica documentada, lo concreto es que sin dudas que esta mujer -llamada María, según indica el mismo cronista- era mendocina y bien mendocina.

Si bien no existen datos concisos y concretos (que es lo mismo), se cree que eso ocurrió en lo que hoy es la rotonda de Vistalba y Panamericana. Como saben, la ciudad estaba muy lejos de allí, tanto Américo Volantín como María no les quedó otra que pasar la noche a la interperie del sonido desparramado por la orquesta estelar, una música silenciosa compuesta para almas con el decodificador sentimental prendido, en una zona wifi de sueños (bueno, cortala con los condimentos poéticos).

Esa noche decidieron hacer un pacto de amor, pasara lo que pasara. Pero como ambos dos preveían que el ritmo del amor subiría de rating con una tibia peleíta, empezaron a discutir. Al fin y al cabo, la historia tenía que ser dramática, de a dos y entendible para toda la audiencia de Hollywood.

Sin saber que María nunca había escuchado una palabra en inglés, Américo lanzó palabras anglosajonas «porque lo había escuchado anteriormente en FM Colón de San Juan, en una corbeta que iba de Cádiz a Oregon, unos diez años atrás».

_ ¡Let’s Go!, ¡Come on, let’s go!
_ ¡Guachu pulenta, vete al diablo!

Así lo entendió ella. Son esos malentendidos que ocurren cuando dos personas no se conocen bien y ambos dos se rigen por el siempre equivocado termómetro del prejuicio. Y los dos pagaron la consecuencia de jugar con tanto con fuego, que de repente el fuego se apagó (otros documetnos afirman que sólo fue un corte de luz).

Los dos se tomaron un tiempo. Pero no sirvió: el amor ya había prendido fuerte y había más fuego oculto que cenizas a la vista (es lo que uno cree que pasa siempre en los momentos previos a aceptar la realidad).

Empezaba la primavera y las flores se abrían de par en par, exclamando cada pétalo el «sí te quiero» que durante todo el invierno esperó para decir.

Los caminos de la vida se volvieron a encontrar, o sea: desde esa noche mágica, María siempre recorrió el lugar en las bicicletas primitivas (marca nacional) de la época, en tanto que Américo sintió que la rotonda de Vistalba y Panamericana (sólo una huella en esos tiempos) era el único lugar del mundo donde su corazón podía pernoctar en paz, tras recorrer buena parte del planeta tierra buscando ese ingenio territorio del amor, que existió solamente cuando se dio cuenta de que el amor, más que un sentimiento, es una decisión.

Así fue como la volvió a ver cuando una tarde ella venía en bajada con su bicicleta. Américo hizo un esfuerzo sobrenatural con su corazón para sacar un puñado de fuerzas de su alma: él la frenó con el corazón y con voz de palomo mensajero le dijo: “My love, do you like to run with me?”. “Yes”, dijo ella (no era muy sonsa: por algo había aprendido inglés). “Pues runner with me”, cerró él. Entonces ella le dijo: “Runner, tu hermana, ¿quién te enseñó a hablar inglés, guachu pulenta?”. El guachu pulenta, al notar que se perdía la «Alquimia», le dijo: “María, no me mandes más al diablo y vamos a bailar”.

María recordó que una vez Vicentino le dijo que el amor no se puede pensar y respondió: “Yes, let’s go”. Al escuchar esto, el guachu pulenta pegó un grito de euforia: “¡Viva María, qué buen lomo tiene María, qué bien se comen los lomos en la casa de María! (esto último ya estaba de más y pudo haber echado a perder la relación por segunda vez”). Y se quedaron bailando en la montaña durante tres días y tres noches, como hacen en la ciudad colombiana de Cali.

Por alguna razón ambos dos entendieron que el inglés era para ellos lo que el latín significa para los clérigos religiosos: el lenguaje del alma. Y con el tiempo, las huellas de lo que ellos se dijeron e hicieron quedaron en ese lugar, donde años más tarde (unos cien, por lo menos) se construyeron los boliches Viva María, Let’s Go, Runner, Alquimia y Al Diablo.


Agradecemos a Mario Guillermo Simonovich

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