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Interferencia

Caminando descalzo de un punto a otro incierto de mi habitación, jugaba nervioso con el cable del teléfono, el mismo que se enredaba entre sillas, libros y demás artilugios sueltos por ahí. Pasaron minutos y sin darme cuenta horas, pero no devolvió la llamada que, con tanta insistencia, me decidí a hacer.

Yo, desde otro lugar físico de la ciudad, marcaba repetidamente su número. Sé que estaba, lo presentía y necesitaba dejar al descubierto mis sospechas. No podía darme el lujo de ser aquel que juega con la duda, porque nunca fui así.

Nunca devolvió aquella llamada. Llamé y llamé, pero nunca devolvió aquella llamada. Sé que estaba ahí, detrás de la puerta de su departamento. Escuche los pasos sigilosos tratando de escapar a su sombra, escuche su aliento, ese que contenía para no despertar sonido alguno. Sé que estaba en su casa, no soy ningún idiota. Sé que escuchaba el timbrar del teléfono, pero se ocultaba del mismo.

¿Me estaba volviendo paranoico? Pareciese que últimamente, tanta televisión y tan poca lectura no solo había afectado a mis ojos, sino también a mi cerebro. Me sentía agobiado, pero con ganas de vivir. Sensaciones extrañas que el cuerpo manifiesta en dolores. Parece mentira que cuando más ganas tenemos de hacer las cosas, peor nos sentimos.

Sé que no fue coincidencia. Encontrar el número en un bolsillo de algún pantalón de invierno ya olvidado por las estaciones, es solo un presagio de que el destino juega a mi favor, entonces porque dejar pasar la oportunidad.

Volví a marcar su número una vez más, y una vez mas no paso nada. Deje deslizar mi fe antes de que caiga: decidí dejar de insistir.

Me sentí más mal aún, me sentí vencido por una incógnita. Me sentí patético ante la incertidumbre, me sentí el bufón de los que idealizan sus premisas. Todo por una simple llamada no devuelta. Melodramático me dirán algunos, extasiado y con ganas de vivir lo llamo yo.

Las hojas del calendario empezaron a caer y los meses se tornaron cortos con exageración. Me vestí esa mañana con aquel pantalón de invierno, que ahora había recuperado protagonismo victima de de un crudo frio. Salí a la calle y cuando anduve tres cuadras mirando el pasar, me tope con la dueña de aquel teléfono que nunca se contesto. Nos reconocimos al instante y después de jugar con los buenos modales y los formalismos, me anime a reclamarle con sutileza mi intento fallido de telefonearla.

-Debe haber sido una interferencia- dijo mientras me reclamaba el no insistir otra vez algún otro día con la llamada. Pobre ilusa…

Antes de alejarse me explico que ahora había cambiado su teléfono, que tenía un número nuevo. Saco un papel y un lápiz, y sin prisa lo anoto junto a su nombre. Se despidió casi suplicando que la llame.

El mismo bolsillo de aquel pantalón albergo otra vez su número telefónico, pero esta vez no lo deje pasar por las estaciones. No deje que fuera víctima del tiempo o que me confundiese con falsos destinos. Esta vez solo duro unas cuadras. Cuando me aleje lo suficiente para perderla en el horizonte, metí mi mano al bolsillo y arrugando el papel lo tiré al suelo.

Me di vuelta como si buscase algún testigo. Sonreí picaresco, me acomode las solapas de mi campera y sin darme cuenta, mi boca soltó una frase.

-Debe haber sido una interferencia-

Seguí caminando y sonreí aún más, porque había experimentado ese pequeño placer que nos da la vida de saber que no necesitamos de ciertas personas para valernos por nosotros mismos.

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