/Kimono rojo

Kimono rojo

| Furu ike ya
kawazu tobikomu
mizu no oto |

| Un viejo estanque
se zambulle una rana
ruido de agua |

Matsuo Basho

[Un concepto es una visión totalizadora de algo, es un fin en sí mismo, se trata de una palabra, de una noción que resume toda una idea e ideología]

[Concepto: Kimono rojo]

Caminaba lentamente mientras me introducía a través del portón herrumbrado. Éste estaba cubierto en partes por diferentes tipos de enredaderas, florecidas, hermosas, con tres tipos de colores. El sendero estaba armado con piedras lajas de distintos espesores y brillos; la hierba se abría camino entremedio formando pequeñas islas verdes, donde habitaban numerosos insectos, entre los cuales descubrí vaquitas de san Antonio y escarabajos peloteros. Árboles de hoja pequeña dejaban pasar pequeños destellos de luz, como una imagen impresionista.

El panorama lentamente comenzaba a abrirse, logre ver (indefinidamente) algo construido, una serie de techos de tejas. A mi lado me acompañaban estanques con peces de colores y numerosos bonsáis acomodados en pedestales de madera y granito, muy bien cuidados, añosos. Recordé un sueño que alguna vez disfruté mucho. Atravesé un puente de madera con barandas muy ornamentadas y pude ver con claridad la fachada haciendo juego de figura y fondo con colores otoñales, amarillos, rojos, producto de árboles de hoja caduca.

Al aproximarme descubrí que no se trataba de una residencia, de una mansión o de una gran casona, sino de un magnifico templo oriental. El mismo estaba rodeado de estatuillas, figuras grotescas realmente expresivas, con motivos orientales. Su estructura era por completo de maderas entrecruzadas, trabajando solidariamente, en un equilibrio silencioso. Sus numerosas cubiertas se apilaban en bandejas, protegiendo hermosos balcones. El edificio era alto, contaba con (al menos) cinco niveles, que se perdían entre la vegetación circundante que, a su vez, generaba un ingreso verde anticipado por un pórtico de columnas redondas rematado con una techumbre de tejas.

Reinaba el silencio, el mundo vegetal se comunicaba. No conmigo, o en realidad sí, pero no en un lenguaje conocido, podría decirse que comprendía un dialogo natural con el cual me costó entrar en sintonía. Una vez atravesado el pórtico seguí un sendero sinuoso a través de un bosquecillo de duraznos en flor (una imagen magnífica de rosados) hasta llegar a una gran escalinata que antecedía el gran templo. Pude visualizarlo en toda su magnificencia, obligado por la perspectiva del espacio, el edificio parecía fugarse hacia las nubes.

Subí las escaleras y pasé por debajo del alero para llegar a un espacio suspendido en el terreno, con una gran vista. Decidí no privarme un segundo de admirar lo que tenía alrededor y me recosté sobre mis codos en la baranda, observando el horizonte. No estaba completamente seguro de querer entrar, retrasaba el momento, por miedo, por incertidumbre (todos sabemos cómo se teme a la incertidumbre).

Me encontraba frente a la gran puerta de ingreso, completamente roja con bajorrelieves en tonos de dorado, con un picaporte enorme de un material que podría ser oro. Sin que la tocara, la puerta se abrió repentinamente y una figura se presentó frente a mí. Blanca como un cisne y con el pelo negro como el ébano, la geisha, habló:

– Estoy tan sola.

Tenía un kimono rojo, una mueca de tristeza atravesaba su rostro. Yo no supe que decir, me sentía un invasor, pero también ahora sentía un nuevo compromiso, el de hacerle compañía a esta señorita. Su mirada era serena, notaba como me invitaba, como me seducía, como lentamente, sin apuros, iba convenciéndome silenciosamente de que entrara en el templo. Mis pies parecían responder más rápido que mis pensamientos, al acercarme un paso ella habló de nuevo:

– Hoy es Hinamatsuri, festividad de muñecas, deberías pasar a tomar el té.

Entró. La atmósfera estaba cargada de ese aire extraño, y de fondo comencé a escuchar una melodía oriental que me costó reconocer, y que después conocería muy bien. Abrí la puerta y me aventuré dentro del hall, el espacio era alto, parcialmente iluminado y anticipaba una gran escalera de madera, roja, antigua y con detalles esculpidos en cada una de las mini columnas que sostenían una baranda facetada. Ascendía en espiral, quebrándose en ángulos rectos, habían ventanas en cada descanso y a través de ellas pude ver el jardín trasero: un gran huerto de duraznos, todos en flor, una imagen impresionante, una acuarela de colores rosados y flores estallando en armonía, que se extendía más allá del horizonte.

La noche anterior, había soñado con un puma y un leopardo, ambos sigilosamente se acercaban moviendo sus colas, después me atacaban, pero no me dolía, disfrutaba morir siendo presa de un animal tan sublime. Mientras terminaba de subir la escalera el recuerdo de ese sueño me hizo pensar en ese tipo de cosas, en las cosas elevadas, en el precio que se paga por llegar a cierto punto, y perdí el miedo.

Después de subir bastantes pisos, no recuerdo cuantos, me encontré en un gran salón, iluminado por velas ubicadas a ambos lados de una plataforma de siete escalones, cubierta con una tela roja donde habían muchas muñecas ubicadas una al lado de la otra. Su expresión era sublime, eran tan detalladas, vestían ropas coloridas con flores estampadas, o simplemente del color de la sangre. En el centro había una muñeca exactamente igual a la señorita que me había invitado a tomar el té.

El cielorraso era de madera, las paredes eran blancas con una tonalidad amarilla, el salón era hexagonal, y en una esquina, había una puerta que daba a un pequeño balcón. Desde adentro pude ver a la geisha apoyada en la baranda, de espaldas. Me acerqué. Me contó que hacía mucho que no veía gente alrededor, nadie visitaba este lugar, que se sentía muy sola y que le encantaría tener a alguien con quien charlar. Yo le respondí que no sabía cómo había llegado, pero que estaba encantado de haber encontrado tan mágico sitio. Sin decir nada se metió adentro, yo dudé y me quede mirando el campo de duraznos.

A veces hay momentos en los que uno puede abstraerse de las situaciones, y la vida pasa a ser un fragmento más de un pedazo de historia, solo nuestros pensamientos permanecen, ahí estaba yo atrapado en mi pensamiento, sólo un momento, y nada más. Me volví, abrí la puerta y descubrí que se hacía de noche, el sol del atardecer penetraba por una pequeña ventana que apuntaba al oeste, un haz de luz caía sobre la muñeca central, la muñeca de la geisha con kimono rojo.

– Estoy tan sola. – dijo la muñeca.

[Solo un momento, y nada más]

[[Un haz de luz sobre un kimono rojo]]

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