/La estructura de una duda III

La estructura de una duda III

Para volver a casa del laburo tengo que atravesar ciertas partes de la ciudad que no son agradables. Callejones, calles sin iluminación, hay muchos perros por todos lados, tantos perros. A dos cuadras me pareció ver a alguien agazapado en mi puerta, sentí su mirada. Cuando estuve más cerca no había nadie, pero vi una sombra alejarse y pensé que tal vez era el uruguayo. Vana hipótesis. Tanto en vano.

Cuando entré anoté algo:

Vano sentirpara

Vano vivir                              sufrir-amar

Vano vivir

Vanas arquitecturas               morir                       la construcción más preciada.

Ansiedad y depresión son sentimientos bien familiares. Estuve tres horas acostado sin haberme bañado con el celular, mirando esa maldita pantalla. Pensando en cómo nos sentimos vigilados por enormes lámparas negras, invisibles, de luz amarilla o ámbar, lámparas que salen de nuestra propia médula espinal para iluminar nuestro camino y hacer que nos replanteemos las cosas, y a veces, hasta iluminamos a los demás. La luz está sobrevalorada, no quiero estar bajo la luz, bajo ninguna lupa, la oscuridad es más discreta.

Amodorrado en la cama, cansado, de nada, pero justamente cansado e irracional. A veces siento que la cama es húmeda, me hundo, cierro los ojos y empiezan las imágenes. Es difícil de explicar, de repente puedo visualizar imágenes, escenarios diferentes, pequeños paisajes surrealistas que se suceden unos a otros y me dejo llevar por lo que espontáneamente mi cerebro figura delante mío. Estas imágenes van mutando hasta que siento que estoy muy profundo, y es entonces cuando siento el vértigo de lo desconocido, ese vértigo de saltar al vacío, ese vértigo de aquello que no comprendemos, el éxtasis que quema, me asusto, por el momento no quiero quemarme.

La mañana estaba espléndida, me había levantado de muy buen humor. Mastiqué una manzana que no terminé y fui caminando al estudio. En la puerta me crucé con dos tipos, eran nuevos, nunca los había visto. Saludaron como si me conocieran. Prendí la computadora y abrí YouTube. Me gusta trabajar y escuchar viejas entrevistas, armar mi propio programa de radio. En el noticiero virtual volvieron a pasar una noticia sobre el extranjero desaparecido. Lo que yo no entendía era por qué lo buscaban tanto ¿eran los familiares? ¿era el estado? ¿el FBI, la interpol?

Pasé gran parte de día editando imágenes en adobe. Es algo que me encanta. Sabía que iba a ser un buen día. Hasta la vieja lapicera Lamy que hacía años no funcionaba hoy parecía responder perfectamente. Quedé con Sofía para ir a tomar una birra. Cuando salí del estudio no saludé a nadie, pero en la puerta no pude evitar fumarme un pucho con esos dos magníficos personajes nuevos, que no sé muy bien por qué me caían tan simpáticos. También decidí seguir caminando, soy rápido caminando, me entrené a base de barrios enteros de arqueología arquitectónica. Llegué, el bar estaba iluminado con la última luz cansina del atardecer, Sofía aparecía recortada sobre las cortinas rojas de la ventana que daba a la calle.

– Ey Joan ¿cómo andas?

– Muy bien la verdad, hoy me siento bien – murmuré.

– Bueno que bien, viste, se hace difícil encontrar días así, vos me entendés – dijo agarrándose un mechón de pelo.

– Si claro que sí, pero bueno, hoy estoy bien.

– ¿Cómo te ha ido en el laburo?

– Bien, bien – dije un tanto orgulloso.

– Bueno me alegra Joan, te veo bien.

– Si – dije orgulloso.

– ¿Y tus parejas, compas? hace mucho no ves a nadie me parece

– Si tenés razón, estoy como en un momento de castidad, digamos ¿Vos?

– A mí me encanta coger, pero si a vos no te importa la verdad es que me resulta bastante normal.

– ¿Por?

– Y porque no tenés grandes problemas en tu vida, verdaderamente pareces fluir, un burguesito depresivo con la vida solucionada, y a veces, sabés, el sexo es una cuestión para lavar penas, para ganarle a la puta ansiedad para poder sentirte único, aunque sea tan solo un momento. – dijo lapidante.

– Que fuerte Sofi… tenés razón, igual también necesito ganarle a la puta ansiedad como decís. No por ser un careta voy a estar feliz, que tampoco lo soy, no soy ignorante, tampoco soy un pelotudo, creo. Siento de todos modos que quiero amar, no quiero tapar penas, me quiero quemar Sofi, me entendés, llegar a eso que está más allá del placer, morir supongo que debe ser bastante parecido.

Sofía se reía muchísimo de mis crisis existenciales, ella es mucho más práctica que yo. Las birras se enfriaban, y no podíamos parar de hablar, hacía mucho no nos abríamos tanto el uno con el otro, muchas de las veces que nos juntábamos las charlas eran bien protocolares. De algún modo sé que me caes bien, le dije. Ambos estábamos algo calientes, las miradas, pequeños gestos, el roce con el codo o el olor del ambiente, ese olor salado, agridulce, suicida. Fuimos a mi casa y cogimos un montón, olvidamos las penas, y todo estuvo bien. Le dije, trascendemos el amor romántico, Sofía, vamos más allá, nos queremos y somos compañeros de vida, y la vida es una sola, imagínate lo importante que son los compañeros que te acompañan en este camino único, esto es el postamor ¿de dónde sacaste eso? ¿lo leíste? Me respondió, y me dijo que era un poeta y que eso a veces le molestaba mucho.

La volátil línea que va detrás, esa que silenciosamente une todo, coordina los sucesos, los griegos, o los pinches griegos como dice Quim Font, esos le dicen destino. Anoté en el celular mientras se cambiaba Sofía. Se fue y tenía tanta energía que me puse a limpiar todo. Di vuelta hasta las sillas. Primero sonreí bien todo y después lloré. Es ese momento de híper lucidez en donde la realidad es demasiado real y todas las cosas, simultáneamente, parecen ser súper normales y tener sentido. No normales como norma, como normalizado, no. Es demasiado similar al absurdo. Además de cobrar total sentido, todo parece sereno, hasta la cosa más turbulenta y terrible parece serena. Mirar al cielo, esa inmensidad y sentir que todo es tan light ¿por qué mis cosas son tan importantes?

Hoy no voy a hacer nada. Salí a comprar comida. En la vereda me crucé con un señor arrugado. El súper estaba lleno de gente, lleno de colores y caras, fui a la cola de una y solo compré una bolsa de pan. Me llamó Javier, sonaba un poco ansioso, me dijo: Joan necesito ayuda. Le dije que no había problema. Supongo que en algún momento tendré que hacerlo. Gracias, dijo, y colgó.

Continuará mañana…