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La navidad, una vulgaridad ineludible

Todos los putos 24 de Diciembre pasa lo mismo. Mi familia en un lugar y la de Laura en otro, se juntan a comer como búfalos y a decirse «feliz navidad» con impostado cariño.

Mientras se acercan los 24 de Diciembre el síndrome es el mismo, pero cada año más fuerte.

Empieza cuando Laura me dice. ¿Donde pasamos la navidad?, ¿con mis viejos o con los tuyos? Eso sucede generalmente una semana antes del aciago 24 y mi respuesta es habitualmente un lacónico -«Donde vos quieras, es la misma mierda».

A partir de ese momento tengo la ineludible sensación de estar atado a una vía de tren y que la locomotora, lentamente se acerca a pisarme.

Los que me conocen saben, que desde hace unos años he abandonado casi todos los compromisos sociales, no voy a casamientos, ni cumpleaños, ni bautismos, ni ninguna poronga de esas, he logrado gambetear también el festejo familiar del año nuevo, yéndome de vacaciones siempre la primer quincena de Enero, siempre comenzando a fines de Diciembre.

Pero para Navidad, no tengo salvación, año a año, debo estar rodeado de cuñados, primas y todos esos personajes que hacen que la familia sea una miseria en cooperativa intolerable.

Esa gente se desloma para hacerme sentir bien, pero lo único que logran es hacerme sentir culpa, por no compartir esa hipocresía de la alegría obligatoria.

Señores parientes y entrenados: Todos Uds. están demás. Para mí, la mejor situación que puede existir, para cualquiera de las 365 noches del año es; en mi casa, con Laura y mis hijos.

Por lo que cada vez que algún pelotudo me saca de ese idilio, para obligarme a ver primas y tíos, es odiado, aborrecido, puteado y maldecido, aunque lo haga en el nombre del niñito Jesús ése al que ellos le rezan.

Otro si vale: Métanse los pepeases de angelitos y papanoeles en el upite.

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