/La Tormenta | Último capítulo

La Tormenta | Último capítulo

 

 

 

– Tienes que escapar chaval, ahora mismo.

– Les dije que no lo iba hacer.

– Hijo por favor. Todavía no es tu momento, podes retractarte y huir – la mirada del padre de Javier era triste y llena de nostalgia. Observó a su hijo con un amor infinito que ninguno de los dos llego a comprender, pues ni él ni su padre habían expresado ese sentimiento tan primitivo en sus vidas.

Javier, al observar a su padre, comprendió que tenia que huir. Aunque seguía dudándolo, después de todo, hay veces que los hijos deben hacer lo que les dicen los padres sin entender el motivo y confiando absolutamente en ellos.

Un silencio incomodo inundó la penumbra de la caverna y el resplandor verdoso se intensificó en el interior. Sin decir nada Javier decidió obedecer a su padre y salió al exterior, la tormenta de nieve había acabado, parecía la calma antes de la tempestad.

Una multitud de miles de personas desmembradas, que les faltaban partes del cuerpo, se reunieron en la entrada de la caverna del español. Todos estaban en silencio, observaban a Javier con la vista perdida, como mirando a la nada. Javier se asusto un poco, presentía que ellos no lo dejarían huir, miró hacia atrás y su padre y Lorenzo lo seguían de cerca.

Giró en redondo, el borde del circulo no estaba muy lejos, se dirigió a la multitud, esperando que lo detuvieran y no lo dejaran escapar. Pero al llegar adonde ellos se encontraban abrieron paso para que él pasara. Recordó la imagen de Moisés abriendo las aguas y se impresionó, vio que la multitud se extendía hasta el horizonte del circulo. Hacia donde él tenia que ir.

Su padre y Lorenzo caminaban a solo unos pasos de él como haciendo guardia. Después de cinco minutos de caminar entre las montañas, una figura oscura resurgió en la cima. Lanzó un gruñido tan fuerte y estrepitoso que la nieve en las laderas se desprendió.

Observaron a la cima y el padre de Javier gritó con pánico – ¡Ya viene!

El titánico can saltaba entre las colinas con una agilidad temible, sus tres cabezas observaban con excitación y cizaña a Javier. Éste se dio cuenta que el animal deseaba devorarlo, su corazón latía a tal intensidad que lo escuchaba en sus sienes, ni el peso en su cuerpo, ni las moscas, las abejas , la lluvia o la nieve eran tan temibles como los espectrales ojos rojos de Cerbero. Empezó a temblar, como si sufriera una gran hipotermia

No pudo controlar su vejiga y se orinó encima.

– No te preocupes hijo, no voy a permitir que te lleve.

Javier se volteó, quiso decirle a su padre que las palabras no eran muy esperanzadoras, pero no encontraba el aire y la coordinación en sus cuerdas vocales para decir palabra.

El gigantesco can aterrizo en el medio del sendero, varias personas fueron aplastadas bajo sus enormes patas. El aliento del perro se condensaba en el intenso frío, un olor a putrefacción mezclado con hollín salía de los tres hocicos. De sus narices hervía una sustancia viscosa, se acercaba lentamente a Javier y su saliva caía al suelo incendiando la nieve con la que entraba en contacto.

El can murmuraba algo que ninguno lograba entender, los humanos se apartaban a su paso. Hasta que llegó solo a unos metros de Javier. Las tres cabezas lo miraban expectantes y al mismo tiempo al unísono articularon una frase con una voz grave y profunda que retumbaba en el interior de las personas. Era como si la voz del can pudiera surgir del diafragma de cada uno de los presentes allí.

-¿Así que hay un vivo caminando en mis dominios? – los hocicos se desfiguraron mostrando una sonrisa burlona.

Javier desvió la mirada al suelo, pensó que todo ya estaba perdido y en parte él lo quería. Solo seria un momento de dolor y después podría estar toda la eternidad con su padre.

-¿Así que no hablas? – dijo el can – Nunca te irás – La hediondez del aliento del animal descomponía y mareaba a Javier, estaba tan asustado que no podía levantar la vista. Solo esperaba el instante, estaba tan concentrado que no notó que las personas le cerraron el paso detrás de Cerbero.

– ¿Crees que puedes amenazar a mi hijo y no voy a hacer nada?

Él levanto su vista adonde estaba el padre de Javier – ¿Quién te crees miserable humano?

– Se que no soy nadie y que no puedo defender a mi hijo, pero antes de matarlo tendrás que devorarme a mi.

El perro sonrió, sus ojos se clavaron en el padre de Javier y se abalanzó sobre él. Entonces miles de personas se lanzaron sobre el perro, sosteniendo sus piernas y trepándose, a pesar que se incineraban al entrar en contacto con la piel de la bestia. Subían a su cuello y espalda. El can mordía y atacaba a los que lo desafiaban, pero eran demasiados. Javier cayó hacia un costado y las mismas personas lo empujaron hacia orilla alejándolo de a poco. El padre de Javier se escabulló con él.

– ¡Corramos hijo! – gritó.

Javier reacciono en ese momento con un estallido de adrenalina, las personas le abrían paso a él y a su padre. Como podían lo ayudaban a escapar y lograban frenar a Cerbero, que se zafó fácilmente de su primer obstáculo. Venia corriendo cerca e ellos, pero las personas le lanzaban rocas, se ponían al frente, se trepaban de su lomo y lo ralentizaban. Salían volando a los costados como si fuesen pequeños insectos. Cerero se dio cuenta que existía la posibilidad de perderlos. Javier a pesar de ser obeso, se movía con mucha velocidad. El miedo lo motivaba a huir.

De la nada las abejas y las moscas llegaron para atacar a Javier, un par de abejas casi lo pican, pero las personas que estaba ahí ayudándolo, se lanzaban sobre las alimañas, siendo picados y quitándoles los aguijones, los cuales eran usados después para atacar a Cerbero. El perro recibió un par de aguijonazos, a pesar de que era inmune a su veneno, lo detenían, era tan grande la multitud que no podía avanzar.

El padre de Javier volvió su cabeza hacia atrás y vio como el can de apoco se frenaba y que delante de ellos las personas los alentaban a huir. Cerbero al verse en problemas comenzó a trepar por la cima de las montañas, entonces Javier con su padre llegaron al borde.

Javier se detuvo, miro a su papa y sabia que si se movía un paso mas adelante, no lo volvería ver nunca mas.

– Papa – dijo con tristeza – no te quiero dejar.

– Pero tenes que hacerlo. Cambia de vida, no seas como yo.

Javier se volvió y abrazó a su papa, no quería marcharse. El abrazo duró mucho y fue algo que Javier hizo a propósito, porque soltó a su padre cuando el can llegó hasta donde el estaba.

– Te dije que no ibas a escapar – dijeron las cabezas enfurecidas y lazaron una mordida mortal a Javier. Su padre se interpuso en el medio y con sus manos solamente logro detener la mordida. No entendió porque, pero hizo algo que ningún humano pudo o podría volver a hacer. Las personas que quedaban ahí lo ayudaron para que las fauces del animal no se cerraran.

Entonces Javier comprendió que el infierno también hay piedad, se dio cuenta que aunque amara a su papa, no podía dejar que el sacrificio se perdiese. Salió del borde del circulo, y vio la entrada al abismo por donde cayo. Se volvió para mirar por ultima vez a su papa, que peleaba para no ser devorado. Levantó su brazo como queriendo sacarlo del infierno y llevarlo con él. Los sollozos se intensificaron y comenzó a llorar. Su papa lo vio justo en ese momento y le guiñó un ojo.

Javier cayó de rodillas al suelo, y oyó la voz de su papa en su cabeza, como la escuchó un par de veces después de que el murió. – Hijo todo va estar bien, decile a tu mama y a tu hermano que los amo mucho.

Javier giró estando de rodillas y aun llorando, se levantó y caminó hasta la pared, ya nada le importaba, ni el material viscoso que lo frenaba, ni la pared que lo lastimaba como vidrios afilados mientras trepaba. El dolor, su sangre, todo era insignificante comparado con la sensación de volver a perder a su padre. Trepó y trepó, hasta que por fin llego a la cima.

La casa seguía ahí, como un ente solido. Tuvo la sensación que seria empujado otra vez al interior. A pesar de que su ropa estaba rota y su cuerpo sangraba, corrió por ultima vez, abrió la puerta con las pocas fuerzas que le quedaban.

Cuando salió al exterior vio que la lluvia no había cesado, él sabia que estuvo cerca de un día o un día y medio en el infierno, pero se dio cuenta que en este mundo no habían pasado ni cinco minutos. La casa lo atraía de vuelta, quería arrastrarlo otra vez al infierno. Sin embargo esta ya no podía hacerle nada. Caminó desorientado hasta el medio de la ruta, mientras que la lluvia lavaba su sangre, se paró en el medio de la calle con las manos extendías, las lágrimas se mezclaban con la lluvia y pensó: “Papa”.

Entonces escuchó el ruido de un motor, un auto se aproximaba lentamente. Javier le hizo señas para que se detuviera, pero la persona en el auto mal interpreto los gestos y doblo en dirección a la casa. Javier gritó lo mas fuerte que pudo y salió corriendo en dirección al vehículo intentando detenerlo. Pero vio que la casa lo observaba amenazante como esperando que él volviera, comprendió que ya no podía regresar y huyó en dirección contraria. Libre.

Fin.