/La ultima sinfonía

La ultima sinfonía

Subí, solo lograba vislumbrar la claridad matinal filtrada por las ramas de acacias. Camine lentamente hasta tropezarme con un escalón, el terreno presentaba un desnivel considerable resuelto con una serie de escalinatas que a la vez hacían de gradas de un gran teatro griego emplazado en medio de la nada.

Había detenido mi auto en ese lugar en busca de señal para el celular, ya que necesitaba hacer una llamada urgente a mi mujer. Como les contaba después de subir los medanos surrealistas estaba parado en medio de un teatro cubierto por la sombra de los arboles circundantes. Me pareció un extraño descubrimiento, ya que es difícil encontrar teatros en medio de la ruta. Siempre fui muy curioso, muy observador. Me arrime al centro escenario y comencé a tomar una panorámica con mis ojos, mientras pensaba como explicar lo sucedido. Sin señal, con el auto roto, transpirado y en un lugar inusual.

Seguí investigando, que podía hacer, no me quedaba otra. En cierto momento vi algo colgado de la rama de uno de los árboles, era una especie de iguana de color naranja, un reptil que nunca antes había visto. Soy de ver documentales en discovery pero ese animal no me resultaba para nada conocido. Me miró fijamente con una mirada de ojos violetas intensos y, aunque ustedes no lo crean, dijo:

–          Ven tócame, no te voy a hacer daño, al tocar mi piel podrás experimentar un montón de sensaciones nuevas. El teatro es bueno, te va a gustar.

Bueno, solo traten de imaginar lo que puede llegar a ser tal situación. Lo primero que pensé fue irme al lado de mi auto y encerrarme, lo segundo que pensé fue que estaba alucinando, lo tercero que pensé fue en hacerle caso.

El reptil continúo su escrutinio sobre mi persona, con tal intensidad que fue difícil elegir. Tercera opción, temeroso me acerque a su lado y observe como ladeaba su cola hacia mí para que pudiera tocarla. Estire mi mano y sentí un calor insoportable, la textura rugosa estaba al rojo vivo pero no quemaba mi piel… sentí lentamente como el mundo comenzaba a distorsionarse, como las cosas tenían una cierta vibración espontanea, intercambio de colores en diferentes ángulos. El teatro ahora tenía toda una puesta en escena, se arrimó un camello con frac que me invito con su pezuña a acompañarlo hasta mi asiento numerado. Lo más extraño es que todo me resultaba tan normal como el carburador roto de mi 147.

Tome asiento junto a un pavo real que parecía entretenido conversando con otro ser que me costaba reconocer. Se apagaron las luces y en el escenario apareció iluminado por un haz de luz una especie de avestruz de plumaje tornasolado que empezó a cantar con unos sonidos espectaculares, una opera de la naturaleza y parecía ecualizar cada sonido alguna vez emitido por algún animal que habite el planeta tierra. Una sinfonía sin fin, un canto al mundo acompañado con un fondo boreal de luces y sombras. Para mi sorpresa lloré desconsoladamente, no podía creer lo que estaba viendo, era algo demasiado hermoso para ser real. Volteé la cabeza y vi todo un público de animales expectantes, como hipnotizados, sollozando de emoción y cantando cada uno con sus sonidos guturales.

No se cuánto tiempo paso, olvide donde estaba, sentí que mi cuerpo no era mi cuerpo, sentí que mi vida se iba, la muerte misma me estaba tomando, levantándome de mi asiento. Su mano era un cúmulo de huesos y carne en descomposición, no tenía miedo. Los animales del teatro ahora me miraban y bestializaban saludos que solo en ese momento podía comprender… era la sinfonía de mi propia desaparición, mi reencuentro con la naturaleza, el volver al polvo de donde había salido…

Ese extraño ser que tomaba mi mano me condujo por un sendero hasta que la luz desaparecio, la oscuridad también, la nada era algo y algo era nada y vi todo lo que tuve que ver y sentí todo lo que alguna vez tuve que sentir…vi a mi familia, mis nietos, mi casa en corralitos, mi mujer regando los bonsáis, vi como conducía por la ruta, como se descomponía mi auto y también vi como mi corazón se detuvo mientras manejaba, como había deambulado incorpóreamente hasta el teatro donde la sinfonía de la muerte me despidió cordialmente de todo lo que conocí y conoceré.

ETIQUETAS: