/La venganza – Capítulo 3: “Pesadilla”

La venganza – Capítulo 3: “Pesadilla”

Agonizando te enderezas y tratas de ponerte firme, sentís que el estómago se te incendia, esto debe ser lo más cercano a la muerte que debe haber. Miras nuevamente aquel rostro infernal, oscuro y vacío, pero cargado de maldad. No ha hecho falta que emita una sola palabra, más bastaron aquellos sonidos infernales que manaban de él, como suplicios eternos, para que sepas que esa presencia oscura era tu enemigo.

Encendiéndote con los últimos vestigios de energía y valentía que quedaban en tu cuerpo arrancas en estampida contra el hombre de negro. Acompaña tu embestida un grito de guerra, de guerra y desesperación, de guerra perdida, de guerra y terror.

El hombre sigue inmutable, con el implacable reloj de arena en su mano derecha. Vos arremetes contre él con toda tus fuerzas, estás a unos metros de aquel cuerpo lánguido y negro, levantas la guardia colocando tus manos como un muro, cubriéndote a la vez el rostro y parte del pecho con los codos, vas a chocarlo y luego tratar de reducirlo, al menos eso pensas mientras avanzas. Ya está, es tuyo, lo tenes medido, un último paso te impulsa a abalanzarte hacia él como una catapulta temblorosa, saltas, estiras tu guardia, estás en el aire, ves como vas a embestirlo, es tuyo… algo agarras, el hombre de negro se te escapa como la arena, se esparce, al tiempo que sentís que miles de cuchillas te cortan la cara y las manos, caes de bruces al suelo y rápidamente te das vuelta ensangrentado. Todo a tu alrededor está cubierto de plumas y sangre, plumas negras, plumas de cuervo. No entendes que ha pasado. Estás horrorizado y confundido. El hombre de negro ha desaparecido. Lo has golpeado y se ha transformado en una bandada de pájaros que escaparon de vos al tiempo que picaron tu piel, aquel siniestro hombre se ha convertido en cientos de cuervos que ahora vuelan por sobre vos, en círculos, al rededor de su presa que está en tierra firme, alrededor tuyo.

De pronto el círculo se empieza a cerrar, los cuervos se van acercando entre si, la bandada se empieza a concentrar a metros tuyo, se van juntando, se van agolpando, se van fusionando, unos con otros, al tiempo que un graznido espectral te hiela la sangre. Todo se vuelve confuso y oscuro, hay plumas negras por doquier, el calor es insoportable, todo el paisaje mendocino de ha transformado en el mismísimo infierno. El amontonamiento de cuervos comienza a tornar forma, una forma lánguida… una forma negra… y ahí está otra vez él, convertido en ese espantoso cazador que te viene siguiendo, ese que no te ha dado respiro los últimos minutos de tu vida, ese que te tiene a su merced. Ahí está, otra vez parado, otra vez inmutable, otra vez tranquilo, con aquel reloj de arena en su mano derecha, el cual no ha dejado de correr.

Vuelven los gritos de fondo, vuelve a sentirse esa especie de motor de avión, volves a sentir los miles de lamentos y entre todos esos sonidos sentís que el hombre de negro emite unas palabras. Tenes los ojos abiertos de par en par, el miedo, la confusión y el cansancio te han dejado tirado en el piso, tieso, espantado. Las vas a pagar, ha llegado la hora de la venganza. Estas seguro que escuchas eso, todo tu cuerpo tiembla.

Con la mano que el hombre tiene libre te señala, se estira su dedo índice y de aquella uña negra comienzan a salir espantosos cuervos hacia vos, son cientos, son miles, sus ojos están inyectados de furia, te atacan, vos no te podes mover, a los primeros los espantas a manotazos, a los segundos no…

Sentís como te van cortando la piel, como afiladas cuchillas, sentís como comen de vos, como tiran tu piel, tus entrañas, tu viceras, sentís como te pican por todos lados. Gritas intentando espantarlos y uno de los cuervos entra en tu boca, te muerde, te muerden todos, el dolor es insoportable, y vienen más cuervos, el corazón te estalla de dolor, ya tenes huesos a la vista, todo es dolor, todo es muerte, tu muerte…

5:39 am… abrís los ojos. Te falta la respiración, estas completamente sudado, agitado y confundido. Es tu habitación. Estas en tu casa, en Godoy Cruz, es viernes… aún falta casi una hora para arrancar tu jornada diurna. El corazón te late fuerte. Te tocas la cara, agradeces que haya sido una pesadilla… en ese instante escuchas un ruido en la despensa de tu casa. Miras el picaporte de tu habitación. Está sin llave. El corazón te empieza a latir más fuerte, se están cayendo cosas, el ruido se vuelve a sentir, temblas de miedo…


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