/La venganza – Capítulo 4: “Malos presagios”

La venganza – Capítulo 4: “Malos presagios”

Lentamente te levantas, atravezas toda tu casa temeroso, encendiendo todas y cada una de las llaves de luz. El amanecer no basta para calmar tu miedo y la imparable pesadilla que aún hace eco en los recodos de tu cabeza. Llegas a la puerta que da al patio, al final está la despensa. Su puerta entreabierta se abre y se cierra por el viento, los ruidos vienen de ahí. Son cosas que se están cayendo desde las estanterías. Alguien o algo las está tirando. Abrís un cajón de la cocina y sacas un enorme cuchillo. Desprevenido no te iba a agarrar. Prendes la luz del patio y salís.

¿Quién anda ahí? A la segunda vez que gritas el ruido amaina. Te acercas sigiloso a la puerta y la abrís de un solo empujón. En ese momento algo te ataca rápidamente y desaparece. Plumas de cuervo quedan volando en el aire. Luego de un par de cuchillazos al aire te das vuelta para ver el rumbo del atacante y ves como en el azul del amanecer se pierde un cuervo negro. Entras a la despensa y ves el desastre que ha hecho el pájaro atrapado… el corazón te deja de estallar en el pecho. Volves aturdido a la casa, el ruido del silencio matinal te aturde.

Entras temiendo encontrar a aquel nefasto hombre de negro. Revisas con el cuchillo en mano todos y cada uno de las habitaciones de tu casa. No es grande, no hay nadie. Entras al baño, es hora de retomar tu vida normal. Luego de una ducha relajante te afeitas. Te miras al espejo con espuma en la cara… estas arruinado, has dormido pésimo, tu cara de susto aún persiste. Cuando bajas a enjuagarte la espuma titubeas un segundo… sentís que cuando vuelvas a mirarte al espejo vas a verlo a él. La duda te deja agachado de miedo. El agua corre. Pasan unos segundos que se hacen eternos. Estas seguro que esta en esa habitación con vos, lo sentís, sentís de fondo el ruido espantoso de avión, sentís de fondo los lamentos, la piel se te eriza ¿estas imaginando cosas que no son? Todo empieza a oscurecer en el baño. Nuevamente abrís y cerras los ojos, el ruido pasa, la luz es igual, intensa. Decidís levantarte y mirar… nada, no hay nada más que vos.

Toda tu jornada pasa de la misma manera, sintiendo que te siguen, pensando que algo va a pasar. En el colectivo de ida al trabajo todas las miradas te parecen cómplices de tu miedo, inquisitivas, cazadoras, siniestras ¿Desde el cuando el miedo de una simple pesadilla se apodera de vos y tu mundo? No era la primera vez que soñabas con aquella sombra, llevas varios meses viéndolo entre dormido, pero esta vez la sombra te seguía, te atrapaba… eso nunca había pasado antes.

Día laboral atípico para un administrativo de tu talla. Tan atípico que salís de noche. Te sentís raro en la ciudad, decidís tomar un taxi. Vas por la calle San Martín mirando por las veredas, aún continuas sintiéndote extraño, ajeno a vos, ajeno a Mendoza. Pasas por la Peatonal Sarmiento y un escalofrío te recorre el cuerpo. El taxi se detiene en el semáforo de esa esquina. Miras hacia la plaza Independencia, ves oscuridad, negro profundo. Le pedís estúpidamente al taxi que apure el ritmo. Te sobas la frente, estas agotado. No ha pasado nada extraño, pensas. Te tenes que relajar. El viaje continúa normal, sin los sobresaltos que tu mente profesa.

Llegas a tu casa, te bajas del taxi. Aún te sentís ridículo por querer entrar con urgencia, pero es lo único que deseas en este instante. Entrar urgente donde te sentís seguro, la oscuridad de la noche te está pesando, percibís en el negro algo negativo, algo inusual. Buscas en los bolsillos y no encontrás las llaves. Te comenzás a desesperar. La noche te empieza a ahogar, buscas en la camisa, otra vez en los bolsillos, abrís tu pequeña carpeta con papeles de la oficina, pensando vanamente que la llave podría estar ahí. No está. En eso vuelve el taxi que te acaba de dejar, aún con las balizas encendidas. Joven, se olvido esto en el taxi. Son tus llaves. Te acercas a recibirlas, te das media vuelta confundido. Joven espere, también se olvidó esto…

Era un reloj de arena, era el reloj de arena de él. El taxista te lo dio apurado, no se dio cuenta de que estuviese en la posición que estuviese la arena seguía corriendo de una parte a otra, gris, aterradora, inalterable. Tenes el tiempo contado. Tus manos comenzaron a temblar, lo miraste con pánico, otra vez tu corazón, otra vez sudor frío, otra vez las imágenes de anoche, otra vez los ruidos, otra vez el miedo, pero esta vez no estas soñando…

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