/La venganza – Capítulo 15: “Una encrucijada más”

La venganza – Capítulo 15: “Una encrucijada más”

Previo a leer este capítulo, recomiendo que se pongan al día leyendo el número 14 haciendo clic acá. Ahora los dejo con el capítulo 15 que continúa así:

Esconderte en las alcantarillas no era buena opción, además desconocías aquellos laberintos subterráneos, si Peñaloza te seguía por ahí no podrías escapar seguro. Además sería el primer lugar donde la policía arrancaría con su búsqueda, ahora eras un preso prófugo de la ley.

Decidiste escapar en medio del caos. Sirenas de bomberos, ambulancias y policías estaban llegando a la zona, te agazapaste contra uno de los muros del zanjón y comenzaste a correr corriente a bajo, sorteando cataratas de inmundicia que caían desde desagües. A unos varios metros del puente te diste vuelta para observar, te desesperaba no saber en que había terminado Peñaloza luego del accidente. Desde arriba del puente algunos policías cruzaban creyendo que habías escapado antes de que la camioente caiga. Entre el fulgor de las llamas y la luz de las sirenas que iluminaba intermitentemente de azul, rojo y verde la zona pudiste ver a una sombra desprenderse del puente, para hurgar en la camioneta destruida que Manuel había robado. Contuviste el aliento y te diste cuenta que era él. Peñaloza no encontró tu cuerpo entre las latas de la camioneta y comenzó a caminar en torno a ella, te pegaste más aún al costado del zanjón, la oscuridad y la sombra te sirvieron como escondite. Desde arriba del puente nadie lo podía ver ¿Cómo ibas a salir de acá si te comenzaba a seguir? No te animaste siquiera a correr una vez más.

Frente a vos viste una especie de enredadera que bajaba desde una plaza que contorneaba el zanjón Frías, podías subir trepando por ahí si la planta aguantaba tu peso, pero tenías que cruzar hasta el otro lado. El agua no importaba, lo que importaba era que del otro lado no había sombra, quedabas expuesto a que Peñaloza te viera y, con menor importancia, que algún policía también te descubriese entre el caos. Quedarte ahí no era solución, porque en cuanto aquel infierno terminase de inspeccionar el área que rodeaba la camioneta intuiría que habrías escapado hacia abajo, por lo que decidiste arriesgarte y tratar de subir.

Corriste rápidamente, saltaste para agarrarte lo más alto de la enredadera y comenzaste a trepar. Nada tardó Peñaloza en verte atravesar el zanjón. Segundos después venía por vos. Llevabas medio camino escalado cuando las raíces de la enredadera comenzaron a ceder, tramo a tramo sentías como la tierra crujía. Peñaloza apuró su marcha. Un poco más, solo un poco más, pensabas. Ya habías pasado la mitad del trayecto cuando de repente la enredadera terminó por cortarse, caíste unos tres metros hacia abajo. Tus pies absorbieron el impacto, pero la herida de bala que tenías en el muslo se incendió de dolor, pegaste un alarido infernal.

El accidente estaba infestado de gente, pero había mucha más policía, había varios oficiales heridos y un par muertos. Tu grito llamó la atención de algunos curiosos, de pronto uno de los policías reconoció a Peñaloza, pero no alcanzaron a verte a vos que estabas más alejado. Hizo caso omiso al grito de alto, estaba con la idea fija de venir hacia vos. Volviste a probar agarrando otro tramo de la enredadera, volvieron a gritar ¡alto! y Peñaloza continuó hacia vos. Uno de los policías abrió fuego y bastó para desencadenar un tiroteo feroz contra un aturdido Peñaloza que ahora desaparecía entre las sombras que antes te habían ocultado a vos. A duras penas terminaste de subir y viste como había desaparecido con la penumbra como manto.

Caminaste unas cuadras y paraste un taxi, los pies te dolían, tu herida ardía, el conductor venía escuchando una fm musical, aún no se enteraba de la tragedia que acababa de ocurrir y de que había presos prófugos, heridos, muertes y descontrol. Te tocaste al bolsillo, aún tenías la cajita con el corazón de Peñaloza, lléveme a la plaza Pedro del Castillo por favor, dijiste. Ya estaba oscuro, tenías que entrar a las ruinas de San Francisco. Recordaste que el cura de la iglesia te había quedado en conseguir la locación de la tumba de Peñaloza hace un par de días atrás, ¿Cómo ibas a hacer en medio de la noche si no tenías ese dato? Era demasiado tarde y peligroso para volver a la iglesia, Peñaloza seguía tus pasos de cerca y toda la policía de Mendoza debía estar buscándote ahora, era hora de terminar este asunto urgente. No parabas de mirar por las ventanillas de los costados y la trasera, temías que en cualquier momento apareciese un enfurecido Peñaloza persiguiéndote nuevamente, o un móvil a balearte en medio de la nada. Llegaste a la plaza, completamente nervioso, era la hora de la cena, un mundo de gente que iba y venía, salía del trabajo a su hogar, visitaba la plaza, caminaban por la vereda. A unos metros, las imponentes ruinas de San Francisco, justamente siendo fotografiadas por turistas. Imposible ingresar ahora, pensaste entrar en el café de la estación de servicio frente a la plaza, desde afuera viste imágenes del noticiero donde pasaban la tragedia ocurrida en la tarde, no era el lugar ideal. Caminaste un poco más y decidiste agazaparte en un bar que había frente a la plaza, se veía vacío y solo desde afuera. Entraste, era un lugar lúgubre y sucio. Te ubicaste al fondo, en la última mesa, desde donde estabas no se veía la calle, por lo que desde la calle nadie te vería a vos. Pediste una cerveza y te sentaste a descansar, estabas a escasos metros del lugar donde debería estar enterrado Peñaloza, las sienes te latían, por tu frente corría un sudor frío. No tenías más herramientas que tus manos, ¿como ubicar en medio de la noche aquella tumba tremenda? Lo que ocurriese después con la policía no importaba, debías terminar este asunto ahora mismo.

Entró la noche, se fueron los pocos clientes rotosos del garito de mala muerte en el que estabas, pagaste la cerveza que no tomaste y saliste a la calle. Un frío invernal había sumido toda la zona, una tenue neblina opacaba la visión y emborronaba las luces de las farolas de la plaza, miraste el cielo, estaba rojo, nublado y rojo. Comenzó a caer una hiriente llovizna, más que apabullarte te dio ánimos, así sería más fácil cavar, ¿pero donde? Ya era de noche, no sería problemas moverte entre la oscuridad, ¿habría podido el cura conseguirte el lugar exacto de donde estaba enterrado Peñaloza? ¿Entrabas o te volvías a la iglesia? Toda la policía de Mendoza te estaba buscando a esta hora, pero tampoco querías estar mucho tiempo en aquel tenebroso logar que eran las ruinas de San Francisco, menos buscando una tumba, cavando pozos y moviendo escombros. Caíste en la realidad…

NdA: si debajo de la encuesta se les aparecen links, no hagan clic a ninguno, es “el costo” por usar el servicio de encuestas de otra web. Son publicidades pelotudas que nosotros no podemos evitar.

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