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Las hijas de Lilith

Cuenta la leyenda que Lilith fue la primer esposa de Adán. Una mujer real, de carne y hueso, nacida de otra mujer. Habitó con su marido en el paraíso, disfrutando de los placeres de una vida pacífica y serena. Bajo la sombra del árbol seductor… único manjar prohibido en aquel Edén. La vida era libre y perfecta. Todo era hoy, no había mañana, ni ayer… no había mal en rededor.

El tiempo, tirano e implacable, fue oxidando la relación. Ese joven y suave muchacho se fue convirtiendo en un adulto recio… exigente, con brotes opresores y un deseo sexual abrasante. Era el dueño de su mundo, tenía el poder. Sentía la necesidad de adueñarse de todo lo que habitaba el paraíso… incluida Lilith.

Ella comenzó a ver con otros ojos a su marido. No había trato, no había gestos, ausencia de amor. El camino que siempre habían transitado juntos hoy se bifurcaba, crecían a destiempo. Lilith se veía perdida en un laberinto, donde cada aparente salida terminaba en un mismo lugar… la ausencia.

Había algo que se estaba zanjando entre los dos… y la mujer no estaba dispuesta a ceder. Adán le parecía cada vez más rústico, más retrogrado e intenso. Una tarde Adán comenzó a buscarla, de una manera tosca. Hacia tiempo que él no la tocaba. Su mirada torva se incendiaba en deseo. Lilith se asustó al principio… Adán se puso brusco y ella se enfureció. El hombre se puso violento. Lilith lo empujo, quitándoselo se encima. Adán se abalanzó contra ella con la excitación a flor de piel. Ella corrió asustada, sentía que su marido la perseguía como un animal salvaje, era una cacería, él era un lobo. Una raíz se anudo a sus tobillos y cayó de bruces al suelo, sintió estrellas y sangre en su boca. Entonces él, abrumado de deseo, saltó sobre el cuerpo de su mujer, la tomó de las muñecas e intento irrumpir en ella, apretando violento… desesperación, soledad, asfixia, dolor del alma.

De pronto algo se incendió en el interior de Lilith… vió rojo. Una tormenta de fuego explotó en su pecho, un torrente de energía corrió por sus venas, estaba presa de la ira y la furia. Su cabello rojizo pareció arder, como el negro de sus ojos profundos, donde florecieron los más oscuros deseos. Sus pupilas se convirtieron en la noche negra, cubriendo todo a su paso, devorando la luz y el sosiego, trayendo horror y destrucción.

Adán se quedó perplejo ante la mirada de su mujer… por primera vez en su vida sintió miedo, terror… presintió que el mal estaba en ella. Inmediatamente se detuvo y se puso de pie, su celo fue apagado al instante. Lilith estaba como un animal acorralado y herido, violento y mordaz. Tenía el ceño fruncido bajo sus cejas eternas y mostraba levemente las fauces en signo de guardia. Respiraba tempestades ardientes. Un temblor sacudió el cuerpo del hombre… que intento calmar a su mujer. Como una serpiente atacó la mano de Adán, quien tropezó retrocediendo. «No me vuelvas a tocar jamás» advirtió la mujer hecha llamas. Adán corrió asustado, sin animarse a mirar atrás.

A partir de ese día la relación entre los esposos comenzó a opacarse, algo se había roto, se había desatado la furia del huracán. Ahora la cuota de miedo la cargaba Adán. Ella estaba indómita. Cada vez que olvidaba el episodio y pretendía buscar a Lilith, de esa forma tan rústica, queriendo dominarla, imponerse ante su cuerpo, decidiendo sobre ella, la mujer se encendía y con palabras virulentas lo ponía en su lugar. Adán temió de este estado, se supo humillado, por ello decidió hablarlo con Dios. Lilith estaba fuera de sí. Poseída. No quería una mujer así.

El primer hombre quiso que Dios expulsase del paraíso a la primer mujer… quien no estaba dispuesta a someterse a sus caprichos. Lilith supo de este pedido… y la duda de Dios, la complacencia hacia su compañero. Por ello decidió que nadie la iba a expulsar, sino que ella se iría por su propia cuenta.

Una mañana se levantó decidida y probó la manzana, sin importarle lo que Dios o su esposo pensasen o dijesen… entonces Él apareció para cumplir sus advertencias… Lilith fue despojada del paraíso, exiliada al mundo terrenal, directo al Mar Rojo, donde habitaban demonios de todas las calañas e iba a sufrir todos los males posibles. Ella partió sin mirar atrás, dejando en el paraíso aquellas sucias cadenas que la habían oprimido durante tantos años. Estaba tan liviana que podía levitar.

Dios pensó que Adán necesitaría una compañera… que fuese un objeto de su propiedad, que responda a él y sus caprichos y que este dispuesta a someterse al hombre. Entonces le quitó una costilla e hizo a Eva… a imagen y semejanza de Adán, pero mujer. Una mujer sumisa, sencilla y abnegada.

Lilith, lejos de padecer los males del mundo, los transformó en placeres, relacionándose con todos los demonios que quisiese, cuando le diese el gusto y sin explicar nada a nadie. Sembrando el terror en los abusivos y condenando el maltrato. Esa era su forma de revelarse ante el hombre que había querido abusar de ella y al Dios que permitió esto y no eligió defenderla. Les demostró que ni siquiera en el infierno la iban a corromper. Esta era su venganza, su lucha, su rebelión, su grito. Batallo en las huestes del Diablo pero también defendió a los Ángeles de los abusos demoníacos, siempre bajo su propio mando, su iniciativa y placer, su opción. Expulsada de aquella mentira, había decidido jamás depender de nadie, ni dar su vida por ningún hombre. Primero estaba ella, porque a ella se debía todo lo que era y tenía. Luego el resto.

Se enamoró perdidamente de Artemisa, la diosa griega de lo salvaje, de la noche, una cazadora… quién traía y aliviaba de las enfermedades a las mujeres. Así dieron a luz a cientos de guerreras a lo largo de la historia. Hijas luchadoras, enemigas de la opresión, combativas ante las injusticias, ningún hombre las dominaría jamás… sería de igual a igual, porque ni Dios ni el primer hombre pudieron con ella.

Las hijas de Lilith son especiales, son de temer, de una convicción absoluta y una firmeza impiadosa. No son la media naranja de ningún hombre, son fruta entera y madura. Pero también son la belleza, la naturaleza hecha mujer, el petricor, la musa de los hombres sensibles, la luna plateada en medio de la noche oscura, un faro, una compañera de vida que camina a nuestro lado. Ni delante, ni detrás.

Aulla y embiste, llora escondida, no sabe enajenar pasiones, única, libre, viva, espléndida… derrochando amor. La hija de Lilith… un sueño perfecto, el café de la mañana y la última imagen previa al descansar.

Mujeres auténticas, de verdad, nacidas de una mujer… no de una parte del hombre, capaces de destruir todo a su paso, de abandonar el paraíso por convicción, dispuestas a amar fuerte y a fondo… tan frágiles y apasionadas.

NDA: Recomiendo que escuchen esta canción de Ismael Serrano que se llama «Hija de Lilith», la letra es impresionante y tomé prestadas algunas expresiones: