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Los hombres y yo (o típicos boludos que una mujer se topa en la vida)

Escuché por ahí que la soledad no es buena consejera. Por eso, trato de no quedarme sola. Mi próximo hombre es ese alto del supermercado, el que me mira en la cola del banco, el bañero, el que casi me choca en la calle, el que me saluda en internet.

Tiene 20, 36, 49, 27 y 61 años. Es alto, bajo (¡pero con ojos azules!), gordo, chueco, deportista, angosto de cadera, pelado o con las rodillas atadas. Profesional, amateur, sexópata, flemático, ansioso, callado y débil. Se viste como el orto, usa bufanda en verano y zapatillas Pony, nunca se saca el traje o usa la remerita del cocodrilo con alpargatas.

Los hombres de mi última vida se dibujan como en una caricatura. Quizás ya te los hayas cruzado…

El fiel amigo de toda la vida, que no quiere ni espera nada de nadie, excepto una horita de goce corporal. Más cerca de los 50 que de los 40, corre años para mantenerse en forma. Musculoso, bien vestido y con el auto de tus sueños. No va con vos ni a la esquina porque no quiere que lo vean las otras. Te da todo. Te quema por dentro y por fuera. Es atento y servicial, experimentado y hasta dulce en el después. Te besa como un novio, aunque no sienta nada. Se pasa horas acariciándote como el mejor masajista tailandés y se va con una sonrisa y la certeza de tu próximo llamado. Una pena que Dios no haya sido más generoso con él.

El lobo disfrazado de cordero. Pobre él, tuvo la mala suerte de dejar embarazada a la amante y muy pocos huevos para blanquear la situación con la mujer. Se prende como garrapata cuando ve que, en vez de correrlo con una escoba, le hacés un lugarcito en tu cama. Te quema el teléfono con llamadas y mensajes. Se te hace el novio querendón y te plantea 417.000 temas trascendentales por día. Como ve que vos no te enganchás igual, te hace 260 planteos. Te cansa mal. Y cuando deja de darte bola, oh no, te das cuenta que en realidad algo enganchada estabas. Tarde. Se te vuela el pajarito. Pero con el tiempo te das cuenta de que lo mejor era dejar la jaula abierta. El que gorrea una vez…

El temeroso nene de mamá. Grandote y peludo ya, todavía no decide qué hacer con su vida. El pelo crespo y tupido como un kilo de virulana, y el peor vestido de todos. Rata hasta para mandar mensajes. Agaradecés si te invita un cafecito o una viandita vegetariana, porque todo lo demás se paga a medias. Siempre tiene un problema distinto o alguna dolencia física que lo lleva hasta el hospital más cercano. Es de los que te tiene los viernes hasta las 9 de la noche sin definir su vida, y por ende, la tuya. Cuando ya te decidís a mandarlo a cagar e irte de joda con tus amigas, te llama para decirte que pasa por vos en 10′. Te tiene a fuego mínimo durante 1 mes y el día que lo ponés en pedo para que se afloje, no logra elevar su autoestima. Le das dos oportunidades más y no lográs descifrar si es gay o si definitivamente te odia. Cuando le pedís que te dé datos sobre qué es lo que pretende con vos, te dice que no está preparado para encarar una relación con una persona que “ya tiene una historia”. Lo mandás a cagar. Y cuando ve que inmediatamente salís con otro, te llama arrepentido. Nunca atendés.

El melancólico depresivo adicto a todo. Se queja de lleno. Tiene 30 y pico y vive con los padres. Guarda plata hasta debajo de las plantillas de las zapatillas para invertirla Dios sabe en qué. Es un soñador nato. Vive haciendo castillos en el aire mientras se sigue quejando de lleno. Los fines de semana se instala en tu casa y de vez en cuando te invita a comer a una bodega. Te engancha con el discurso soñador de formar una familia y que seas la madre de sus hijos. Un día es una pila y al día siguiente se traga la lengua y se cuelga una alpargata en la cara, y vos nunca lográs descifrar por qué. Va al baño 17 veces por día, siempre con el celular en el bolsillo, pero desconfía de los 3 mensajes que te llegan al mes. Chupa y fuma como hijo de puta y hace papelones en todos lados. Con la promesa de que va a cambiar, lo perdonás 14 veces, hasta que se te llena las tetas y lo mandás a la concha de su madre. Pero te arrepentís toda la vida porque en la cama es una fiera y, después de todo, ¡vas a ser la madre de sus hijos!

El pendejo cararrota. Es amigo de tu ex. Tiene 10 años menos que vos pero te trata como si fueras la hermana. No tiene dónde caerse muerto y es posible que hasta tengas que ir a buscarlo en tu auto. Te hace chistes pelotudos de los que te reís como una pelotuda. Tiene un lomo que parte la tierra, cara de pelotudo, como sus chistes, pero esos ojitos de pendejo travieso te vuelven loca. Te provoca todo el tiempo y promete hacerte ver las estrellas. Y sabés que si aceptás, es probable que las veas. Dudás porque, justamente, tu cuerpo tiene 10 años más que el de él y, aunque sabés que podés enseñarle un par de cositas, no te animás. Le das 10 vueltas y le ponés mil excusas y así y todo, ¡sigue insistiendo! Se va a España a buscar a su novia, y vos te quedás con ese gustito a fósforo y con tus 10 años más taladrándote la cabeza.

El internauta pobre. Con aires de artista y alma de hippie, vago de mierda. Dice que vive en un loft, pero te lleva a un galpón que huele a establo donde exhibe sus “obras de arte”. El caos es su premisa, desde la ropa hasta el pelo hasta el montón de basura acumulada en el “loft”. Te lleva con la excusa de cocinarte como un chef, pero se para en la despensa de la esquina, compra una prepizza, una botella de salsa y 250 de cuartirolo. Ojo, se lleva el atadito de rúcula para darle el toque chic. Te habla de viajes por el mundo, de compra y venta de ropa y de una amiga con la que se fue a Perú a la vuelta de Europa. Te invita a ver tele pero, oh, la tele está en la habitación que huele a vaca muerta. Para zafar, pedís pasar al baño y cuando ves las pinceladas de mierda decorando el inodoro y te secás con una toalla que apesta a humedad, te preguntás mirando al cielo: ¿Qué carajo hago acá? La excusa del padre enfermo siempre funciona.

El cuasi médico vendedor de vinos dueño de restorán sin habilitación. Un dandy. Habla de filosofía, de medicina, de artes marciales, de anarquismo, de petit mignon y de ocho cuartos. Parece interesante. Te cautiva con el discurso y la pinta de loco bohemio. Habla hasta por el culo pero con voz sensual. Usa un vocabulario elevado que te recuerda a todos los libros que leíste en tu vida. Tiene los ojitos azules como el cielo, aunque las entradas le llegan a la nuca y las disimula con un despeinado de viento zonda. Te invita a cenar pero da más vueltas que la calesita. Antes de pasarte a buscar te llama 8 veces para contarte un contratiempo distinto. Te pide que lo acompañes a un evento importantísimo cuando lo único que quiere es que le oficies de chofer. Ante la negativa, te invita a “degustar” unos cortes de carne que servirá al día siguiente en su restorán trucho, siempre con la promesa de ir a comer después. Terminás comiendo pizza (sí, otra vez pizza) en el patio del restorán junto con dos empleadas y cuando anunciás que te retirás a las 2 am (todavía con la esperanza de que te lleve a comer) se hace el ofendido, insistiendo con que te quedés y prometiendo un desayuno en la cama al día siguiente. ¡NO! Salís por el hermoso portal del salón, te das vuelta para saludarlo con una sonrisa y sentís las puertas estamparse en tu cara. Llegás a casa con la sonrisa todavía intacta y nunca más le contestás un mensaje.

El casado que “ya” se separa. Eterno llorador de inconvenientes familiares variados. Un incomprendido. Te cuenta sus penurias para que lo entiendas. Su mujer es la más hija de puta, que quiere sacarle la casa, el auto, el sueldo, la ropa y encima quedarse con sus hijos. Una yegua. Te dice piropos de adolescente, te encara en el ascensor, te roza el brazo cuando pasa por tu lado, siempre con la sonrisa ganadora en la jeta. Busca excusas para quedarse a solas con vos. Te llama por cualquier pelotudez y remata con un “¿Te dije que hoy estás hermosa?” Te cansás de rechazarlo hasta que un día te engancha en pedo en un boliche. Como todo te chupa un huevo, aunque no tengas, decidís que hoy es el día en que finalmente le vas a dar su merecido. Un premio a la constancia y al trabajo de hormiga. Pero lo traiciona la emoción y después de un despliegue de audacias bucales y de destrezas innecesarias, se va solito en 37 segundos. Lo tachás.

El cordobés de la tonada entradora. Te habla y te hace brillar los ojitos. Te encara en un boliche con la frase que estabas esperando desde el día en que naciste: “¿Sos moooodelo?”A diferencia de los masculinos del lugar, te llena de piropos, te persigue toda la noche y te compra 4, sí, CUATRO tragos. Te gana con la sonrisita inocente y esa tonadita que se te mete por los poros y te hace reír como tontita de 15 años. Respetuoso y considerado, te acompaña hasta tu casa y te despide con un beso en la mejilla con la promesa de volver. ¡Y vuelve! Te lleva a comer al restorán más caro de la ciudad y luego a bailar y te compra ¡4 tragos más! Habla con altura de temas variados, aunque cuenta poco de su vida y no muestra mucho interés por la tuya. De todas maneras, terminás en la cama del hotel en el que se hospeda agradeciendo al destino. Cuando empezás a creer que esa va a ser “la noche” notás que la acción se acelera de manera vertiginosa y a los 10 minutos lo tenés roncando. No podés dejar de preguntarte si el reloj habría marcado 5 minutos o si hubieras intentado cronometrarlo y decidís que esa es la experiencia sexual más breve de tu vida. Te vestís sin hacer ruido y salís con los zapatos en la mano y mientras caminás por el pasillo hacia la puerta de salida donde el conserje te mira con sorpresa, no podés evitar pensar que deberías haberle cobrado.

Sigo sola, aunque mi amigo me visite cada tanto. Con la oferta en vidriera, quizás la soledad no sea tan mala consejera después de todo…

Escrito por Miss Tica 

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