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Los problemas de la memoria

Porque a todos de un modo u otro le concierne este tema en su entidad, meritoria son las prosas que evocan a este problema. La pérdida de la memoria, que técnicamente parece ser una cuestión clínica neuro-mental, a pasado a ser un fenómeno social de carácter constante.

Véase, situaciones siguientes:

I

  • ¿Hola? Clarisa, estoy donde acordamos, hace ya una hora aproximadamente.
  • ¡Oh! Había olvidado que nuestra cita era a las 7.

II

  • Aquí está el contrato, solo debes firmar abajo, lee el contenido, no es más que todo lo que acordamos.
  • Ah… ah.  A ver… ¿Y esto? No recuerdo que lo hubiésemos hablado.

III

  • ¡Buen día jefe!
  • Buen día, ¿Los informes?
  • ¡Los hice jefe, juro que los hice! Pero no me va a creer, los olvidé en casa.

IV

  • ¡¿Hija, cómo estás, llegaste bien al hotel!? No he recibido noticias tuyas ni nada.
  • Lo olvidé pa, estoy  bien.

V

  • Fabi. ¿No estás lista? Alístate, apresuradamente. Hoy día almorzábamos con mis padres, y ya tendríamos que estar en aquel lugar.
  • ¡Lo olvide por completo! ¿Cómo lo voy a olvidar? Se hace tarde para ellos, y yo tardaré. ¿Y si no vamos nada?

La pregunta es: ¿Por qué las personas apelan al “olvido de” a la hora de elegir una excusa? Tal vez responsabilizarse de sus actos, es pedirles demasiado.

En efecto, es alarmante la desvalorización de la palabra, por que de apariencia es sobre la palabra, y no en su sentido de ser. Veámoslo de éste modo: el sujeto, valoriza en términos incotizables a una persona memoriosa, vinculándola (por lo general) en cualidad de “sabia” ya que el que mucho recuerda, mucho sabe sobre lo que conoce recordando conocer. De éstos, tenemos dos casos:

Los abuelos o padres antecesores. Como en la tercera edad sus facultades útiles se han visto deterioradas con el tiempo, se remiten a hacer de su presente un vivo recuerdo,  que por canas y peladas que delatan un trajín experimental, se sienten citas de autoridad y bajo este parlamento ejercen poder.

Es el método para tolerar la vejez; burlan la repugnancia de las arrugas y las limitaciones que a puesto la naturaleza biológica del cuerpo para con el mundo, construyendo un reinado, donde su casa es un palacio donde la plebe inferior e inexperta lo visita de vez en mes.

Los consejos: su retóricas, tan así son de aliados por que son las herramientas prácticas de sus saberes, alias historias. A menos que se encuentren artistas en su familia, no habrá nadie que día tras día acceda a sentarse a escuchar: “En mis épocas…..”. Por ende, podría decirse que todo padre o abuelo consejero, es tan inteligente como patético. ¿Qué son los consejos después de todo? Una forma de melancolía… es sacar del bote de basura, un pasado, que se va a pulir, retocar, para que de alguna forma u otra sea de utilidad. Hondamente hablando: es un recurso desesperado.

Dado el caso, daré una analogía para luego llegar al punto: ¿Qué sentido tendría, recurrir a Hegel, para hacer filosofía? Leeré a Hegel, pero no puedo pretender que sus letras resuelvan el arte, me aclaren la existencia viva, o me guíen para resolver los dramas dados. Hegel, es hijo de su tiempo, lo cual no quita que no deje de ser una musa, pero su filosofía responde a problemas de época, por el simple hecho de que sus teorías han sido fundadas en base a las necesidades más profundas de su tiempo. Querer llevar a Hegel, puramente a Hegel, a nuestra contemporaneidad, no solo recae en una evidencia práctica de imposibilidad notable, sino que también coloca a aquella persona en la cumbre del idealismo. La mejor forma de seguir a Hegel, (y digo Hegel, como podría haber dicho Marx, Freud, Kant), es inspirarnos en ellos para recrear, reivindicar, la filosofía, eso sí que es traerlos correctamente a la época; pues de esa forma si se puede ser Hegeliano o Kantiano y etcétera. De la misma forma que aquellos padres y abuelos, no deben ser modelos a seguir, correctores eternos, o archiveros de consejos que debemos aplicar a nuestra vida, si no musas sobre las que nos hemos de inspirar (en la medida que sea posible), y aquel debe ser nuestro aporte para que continúen soportando la existencia, caso contrario no solo caemos en el error, si no que perdemos autonomía. Atroz. Con cuanto amigo, amante, he compartido días, días donde nunca vi un atisbo de autonomía; una fatalidad.

Volviendo al tema, el otro caso: Los jóvenes adultos brillantes, ágiles mentales, conocedores del mundo y de la gente. ¿A quién no le da gusto compartir una taza de café con alguien audazmente inteligente? Se valora a aquella persona por su capacidad, se admira, y se apela a eso en el acto.


En estos dos casos estamos valorizando a la memoria (adjunto a las otras constantes),  a el significado en estado consciente, y a la palabra en sí en sentido inconsciente, esto es posible en la medida que traducida a su referencia, se reduce a una percepción de desvalorización asignal, puesto que en fines útiles es cuando se efectiviza lo tratado. Véase: La memoria es algo sagrado, por ende, la perdida de la misma es una fatalidad, se podría decir que cuando una persona pone como excusa a “el olvido” para justificarse, hace una mención denotativa en el sentido de que aquello que se olvido  con respecto a el otro, era tan pero tan importante, que para que se olvidase solo podía ocurrir únicamente una eventualidad lo suficiente grave como para responder a esa falta, precisamente: perdió algo muy sagrado (la memoria) como para que aquello pasase.

Sí, loable. Pero no se da así en la mayoría de los casos, al menos de forma consciente; creería, siempre, creería.

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