/Mendoza Dixit – Capítulo 14: Fugitivos sin causa

Mendoza Dixit – Capítulo 14: Fugitivos sin causa

El Ruso irrumpió con la velocidad de una saeta. Adentro de la “piecita” estaba su amigo, Tomás, petrificado, boquiabierto, mirando el suelo y girando la cabeza repetidamente en señal de negación.

-¿¡Qué pasa Tomás!? ¿Qué viejo? ¿El viejo, el que cuida acá? ¿Qué tiene?- preguntaba el Ruso, tratando de darle crédito al grito de su amigo.

-Si…el viejo. Se escapó. Pero es el viejo, el viejo hijo de puta este. Es él, Ruso. Se escapó, lo teníamos agarrado de los huevos y se nos escapó- decía Tomás, nervioso, sin contacto visual.

El gran amigo observó la escena de la ventana rota y lo entendió todo:

-No te puedo creer ¿Este viejo se escapó por acá?-

Tomás asentaba con la cabeza.

El Ruso caminó un par de pasos por la habitación buscando algo. No sabía bien qué, hasta que Tomás volvió en sí y tomando la iniciativa, agarró la foto que aún se sacudía por la brisa del viento y la acercó a la mano de su amigo:

-¡Mirá!-

Los ojos del grandote no daban crédito a lo que tenía enfrente. Parecía que habían buscado esa fotografía por tanto tiempo, que resultaba hasta irrisorio adquirirla tan fácil.

-Este viejo se escapó porque somos unos pelotudos, Tomi- dijo el Ruso sin dejar de mirar la foto.

-¿¡Qué!?- contestó su amigo.

-Sí. Este viejo se escapó porque pensó que éramos canas ¡Le dijimos que éramos policías, boludo, no entendes! ¡Se cagó en las patas!-

Cuando Tomás Mendoza escuchó la palabra “policía”, recordó la llamada que él mismo había consumado: “-Señor, señor…hola. No se mueva, la policía va para allá ¡Hola señor, señor!…-”

-Ruso, la cana viene para acá.-

-¿Qué? ¿Qué te fumaste, loco?- le dijo el Ruso extrañado.

-Sí, había un llamado…no sé. No entiendo. Tengo mil preguntas. Salgamos de acá que viene la cana, hermano. Volemos.- Y antes de pronunciar la última palabra, Tomás ya se había puesto en marcha en dirección a la calle. Cuando pasó por al lado del Ruso, le arrebató la fotografía de la mano y, doblándola por la mitad, se la guardó en el bolsillo.

-¡Pará!- dijo su amigo poniendo una de sus grandes manos en el pecho del ahora maltrecho Tomás.

-¿Qué pasa?-

-No te digo que no nos vayamos. Pero pensalo; este viejo tiene como 100 años. Vamos por donde se fue él. Por acá por la ventana.- El Ruso señalaba el cristal roto –Creo que si nos apuramos, podemos llegar a agarrar a este hijo de puta.

Tomás no lo pensó demasiado. Su amigo tenía la total razón y se lo hizo saber al proporcionarle una pícara sonrisa de cómplice.

Con la mano derecha agarró una pila de revistas y las enrolló creando un cono macizo de papel. Se acercó a los restos de vidrios que quedaban en el ventanal, y comenzó a derribarlos con el artefacto que había creado. Su amigo lo ayudó con certeras patadas a los marcos de la ventana. En ese momento, estaban convertidos en dos vándalos, en dos ladrones haciendo las peores fechorías. Pero ninguno en su interior negó que lo que estaban haciendo, era una divertida picardía dentro de la mar de problemas que los acaecían.

Cuando consiguieron despejar casi por la totalidad el marco de los cristales, salieron. Primero fue el Ruso, el bueno del Ruso, adelantándose a los pasos de su amigo –Si hay algún problema, me lo fumo yo primero- le había dicho el gran hombre antes de revolear sus piernas por la ventana con dirección al exterior. Después siguió Tomás.

En la parte de afuera, la oscuridad se lo devoraba todo. “La Fogata” estaba construida en un terreno enorme, por lo que en los fondos se encontraba un total descampado. A lo lejos se observaban algunas telas verdes que denotaban un precario cierre perimetral que daban a la calle.

-Vamos para allá, Tomi.- dijo el buen amigo, señalando una veta abierta en la tela verde.

Los dos amigos corrieron raudamente en la oscuridad. Atrás quedaba la tenue luz de la piecita del encargado en “La Fogata”.

-Ruso, este tipo se nos fue.- decía Tomás mientras trotaban por el pedregoso suelo.

-No seas pesimista, la concha de tu madre, vamos, apuremos el paso.-

Después de un mediano trote, llegaron al hueco en la tela. Un hueco causado a propósito por algún material cortante, sin duda alguna ejecutado a propósito. Otra vez primero lo atravesó el Ruso -no hizo falta decir nada esta vez-. Tomás después.

-Estamos en algunas de las calles de atrás de la Arístides.- comentó Tomás mientras se secaba la transpiración con la muñeca y miraba a diestras buscando al “viejo”.

-Nunca supe cómo se llamaban estas callecitas de mierda, te soy sincero- Le respondió el Ruso.

– ¡Te dije Ruso, te dije que este hijo de puta se nos escapaba!- le contestó enojadísimo, Tomás.

-Que queres que haga, pelotudo. Al menos le pongo onda.- Los amigos empezaban a discutir, cuando dos móviles aparecieron a toda velocidad.

Los corazones de los dos se paralizaron. Entendieron que hasta ahí llegaba su novela, era imposible contarles una historia tan descabellada a los policías. Una historia sin principio, sin final…una incógnita más que una historia.

Pero todo pasó rápido. Los móviles siguieron acelerando cuando pasaron frente a ellos, ni siquiera repararon en los dos amigos asustados, que los miraban como cuando alguien ve a un fantasma.

-Zafamos de pedo, hermano. De pedo.- dijo el Ruso.

-Vámonos de acá Ruso. Vamos para el bar del chaboncito que me hablaste más temprano; para lo de Álex. Tenemos que parar un poco la pelota.-

Los dos amigos, nuevamente caminaban con paso acelerado a la misma calle Arístides que antes lo había visto llegar. No habían alcanzado a doblar la esquina para volver, que Tomás reconoció en un auto que pasaba, una cara familiar. Una cara que lo dejó helado como tantas veces aquel día:

-El viejo ¡Ruso, el viejo va en el auto!- gritó.

Efectivamente, el hombre de “La Fogata” viajaba de acompañante en un Renault 12 desvencijado. Los miraba fijo, con esas miradas que parecen detenerse en el tiempo.

-¡Mirá la patente Tomi! ¡No te duermas!- dijo el Ruso al darse cuenta que su amigo estaba en shock.

-¿Mirar una patente? ¿Servirá de algo en este punto? ¿Qué voy a hacer con una patente, llevársela a la policía? Estoy demasiado cansado como para acordarme de algo así.- La mente de Tomás se llenaba de dudas, dudas que no cerraban.

-¿Pudiste ver al que manejaba?- dijo Tomás a su amigo mirando la parte trasera del auto.

-No. Estaba muy oscuro ¿Vos?-

-Tampoco-

Llegaron cansados a la esquina de la Arístides, desde donde esa intersección veían como los policías irrumpían “La Fogata” y la gente curiosa se agolpaba para jugar a Sherlock Holmes. Dieron la espalda a los hechos y caminaron serenos (aunque por dentro morían de nervios) hacia el bar de Álex.

Cuando los vio entrar, Álex no se contuvo al reconocerlos:

-¡Muchachos! ¿¡Cómo andan!? Qué bueno que vinieron a verme-

-¡¿Qué haces Álex!? Andábamos por acá y pensamos en pasar un rato.- Mentía el Ruso.

Se acomodaron en la barra del bar y quedaron cara a cara con Álex que en esta velada oficializaba de barman.

-¿Qué van a tomar muchachos? Vos nada Tomás, por lo que veo estas medio hasta la pija ¡Mira la cara que tenes! Jajaja- Bromeó el joven barman.

El Ruso volteó para ver porque Álex gastaba a Tomás, y vio que la cara de su amigo estaba desfigurada mirando a alguien en la multitud.

-¿Qué te pasa, hermano?-

-Ruso, ahí está Martina. Ahí con el grupo aquel de minas.-

-¿¡Quién?!- Preguntó el Ruso, tratando de hacer memoria.

-¡Qué memoria de mierda, Adrián! –otra vez Tomás llamaba a su amigo con el nombre de pila -Martina, boludo. La enfermera de Aníbal, el dentista ¡La mina que me puteo por teléfono!-

-Ahhh sí, me acuerdo. Perdón, es que tengo la cabeza revuelta ¿Qué pensas hacer?-

Tomas Mendoza estaba ante lo que más odiaba, los dilemas. Sabía que Martina ya había dado la última palabra, pero ¿Era realmente la última palabra? Ahora tenía en su poder la fotografía, una pista irrefutable que ni siquiera Martina podía discutirle. Pero también estaba Álex, el barman que conocía los movimientos de la calle Arístides, y tal vez también, los movimientos de “La Fogata”. Todo esto en un mar de sueño que lo carcomía: no dormía hacía ya varias horas, y si elegía dar un paso cansado, podía terminar siendo un paso al vacío.

Continuará…

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