/Mendoza Dixit – Capítulo 2: Alguien mira

Mendoza Dixit – Capítulo 2: Alguien mira

La puerta crujió, como crujen las cosas que hacen mucho no sienten interacción humana. La luz de la media mañana empezó a colarse entre el pórtico que se separaba de a poco, abriendo a su paso un haz de luminosidad que reflejaba un suelo de extrañas baldosas colmadas de tierra.

Mirando para sus costados y su espalda con el sigilo de un bandido, Tomás se apresuró a entrar. Se quedó sólo unos pasos adentro de la habitación y decidió dejar la puerta abierta, no se atrevía a quedarse totalmente a oscuras, puesto que en el interior la luz escaseaba.

Lo primero que se alcanzaba a divisar, era una sala de estar de grandes dimensiones, donde el techo se perdía en la oscuridad. Al final de todo el salón, se asomaba nada más que una puerta. Una sola puerta para conectar lo que parecían las demás habitaciones.

 Pero lo que llamaba más la atención, era la cantidad de muebles que todavía permanecían en el interior, estancados en con el desfilar de los años. Varias sillas de respaldo alto, dos sillones, armarios y espejos. Cuatro espejos. Uno en cada una de las paredes.

– Es raro que nada haya sido robado, o arruinado por inadaptados- pensó Tomás.

Todo lucía cubierto con una espesa capa de polvo, como si los zondas y los años, se hubieran encargado de barnizar en gris el paso del tiempo. Todo lucía así, menos uno de los espejos. Esto sin duda fue lo que llamó, aún más, la atención de Tomás.

Se alejó de la puerta, y se adentró dando pasos lentos mientras levantaba cortinas de polvo en cada caminar. Cuanto más profundizaba, menos luz había y más nervios aparecían. Claro que estaba nervioso ¡Estaba entrando en una casa ajena!

A tientas llegó a su destino. El espejo en cuestión estaba a la derecha de Tomás. Si bien tenía polvo en las orillas, el medio lucía límpido. Como si alguien hubiese pasado la mano en el centro para encontrar el reflejo. Alguien…y parecía que no hacía mucho tiempo. En el bajo del Espejo, yacía una madera atornillada a la pared, algo así como una repisa improvisada. Sobre la repisa, descansaban unas figuritas de porcelana. Tomás no pudo descifrar de que se trataba, eran algunos animales, pero extraños, como si hubiesen sufrido alguna especie de deformación. Sin contener su curiosidad, levantó uno de los figurines, lo limpió contra su remera y trató de observarlo con más detenimiento. Por supuesto, la escasa luz se lo impedía. Fue ahí que se acordó que llevaba consigo la linterna del Siglo XXI: el teléfono celular. Sacó el celular de su bolsillo, y prendiendo el flash de la cámara, alumbró de cerca el “adorno” de porcelana.

Mientras observaba con más detenimiento la figura de porcelana, notó algo extraño. Empezó a sentirse observado. Miró rápidamente hacia el exterior, donde la puerta aún permanecía abierta. Giró a su izquierda, a su derecha, pero nada. Sólo su propio reflejo borroso sobre el centro del espejo. Y fue en ese instante que los nervios se transformaron en miedo.

 Hacía menos de diez minutos que Tomás estaba en el interior de aquella casa cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo:

-Estoy adentro de una casa ajena, qué mierda hago acá adentro ¡Todo por un sueño! Dejate de joder Tomás, vámonos de acá antes de que algún vecino llame a la cana, o…no sé, que pase algo…- se dijo Tomás, entre dientes.

Dejando la figurilla en su lugar, se aligeró a marcharse. Vio con cierto alivio la puerta de calle y empezó a caminar con prisa. Mientras seguía levantando polvareda con cada paso, se dispuso a guardar el celular; y fue con torpeza que le erró al bolsillo de su pantalón. El celular tropezó varias veces en el piso mientras la luz jugaba con las partículas de tierra, y finalmente se quedó estático en el suelo, con la pantalla encendida apuntando hacia abajo.

-¡La puta que me parió!- Gritó Tomás.

Se agachó a recogerlo, lamentándose por anticipado de la cantidad de mugre con la que iba a encontrarse. Pero pronto se dio cuenta de que la mugre, era nada más que un plus de lo que iba a descubrir. Cuando alzó su teléfono, la luz de la pantalla dejó al descubierto las extrañas baldosas. O lo que él pensaba que eran baldosas. Un fondo de muchas fotografías reposaba por todo el suelo de la habitación. Pero no eran fotos tiradas al azar; sino que el piso en la totalidad de aquella extensa habitación, estaba forrado en fotografías. Fotografías de una persona en particular. Una persona que él reconocía: la mujer del sueño.

No gritó porque no podía, porque no le salía la voz. Pero hubiese deseado gritar con todo el fuego de su pecho. Pegó un salto hacia atrás, mientras el celular hacia malabares sobre sus manos. No aguantó el equilibrio de sus piernas, y se dejó caer sobre una silla ubicada como estratégicamente a su espalda. Una nube de humo se levantó cuando el cuerpo se desplomó, y el aire levantado empujó la tierra del piso; develando aún más el suelo lleno de fotografías con la presencia de aquella mujer.

Ya había tomado la decisión. Sin salir de la casa, y sentado como estaba, marcó el número de Aníbal – su dentista – en el celular. Aquel que figuraba en la fotografía con la mujer del sueño.

El celular sonó una vez, sonó dos…sonó cinco. Y nadie atendía del otro lado.

-¡Atendeme el teléfono, Anibal, la concha de tu madre!- gritó nervioso, Tomás.

Colgó y probó de nuevo. Pero otra vez, nadie atendía.

-No puedo tener tanta mala leche… ¡Qué mierda está pasando! ¡Qué mierda está pasando, Dios!- empezó a gritar aún más nervioso.

Se paró de la silla y como rendido, se echó de rodillas al suelo. Alumbrándose con ayuda del celular empezó a revolear fotos de un lado a otro, mirando atónito cada escena: en algunas, a aquella mujer se la veía sonriendo, posando para la cámara; otras fotos estaban sacadas totalmente infraganti, como si alguien hubiese estado espiando a la mujer. Fotos de diferentes épocas, de diferentes estaciones, fotos actuales, fotos amarillas, fotos donde estaba sola, fotos donde estaba acompañada. Pero siempre fotos de ella.

-Ya está, ya está…tengo que hacer algo. Tengo que llamar a la cana. Esto no es normal- pensó Tomás, y agregó -Pero no puedo estar acá…voy a quedar re pegado ¿Y cómo voy a explicar esto? ¿Qué estoy acá por un sueño? ¿Por qué me equivoqué de bondi?…tengo que llamar. O no. No sé. ¡Que mierda hago!-

Sin digitar todavía el 911, Tomás decidió que era tiempo de dejar aquel lugar tan misterioso y buscar respuestas. Esas respuestas la tenía Aníbal…o al menos el principio de una. Se dispuso a dejar la casa, pero en su interior tenía una pequeña vocecita. Esa que le decía que no se fuera, que había que seguir investigando. Sólo había estado en una habitación y tenía la impresión de que había más para investigar.

-¿Investigar?- pensó -¡¿Quién soy yo para hacerme el investigador?! Esto es rarísimo. Tengo que averiguar lo que pueda y salir cagando. Nada más.-

Corrió hasta la puerta, se detuvo en el pórtico; y asomando la cabeza echó un vistazo para los costados, intentado observar si alguien había advertido la interrupción a aquella casa. Pero no había nadie.

Dio un paso hacia el exterior y se detuvo. Esa vocecita interna le decía que no siguiera, que se fijara un poco más. Pero su cerebro y sus instintos le decían que saliera, que dejara enfriar un poco las cosas. No estaba seguro de lo que tenía que hacer. De lo único que estaba seguro, era que su futuro próximo, todavía no estaba escrito.

Continuará…

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