/Nena hagamos un rapidito

Nena hagamos un rapidito

Todos tenemos anécdotas e historias que contar, me refiero a esas que te marcan para toda la vida, esas que jamás olvidarás porque te pegaron fuerte, ya sea porque fueron vivencias que te llenaron de felicidad o te provocaron dolor, otras de las que aprendiste mucho… en fin experiencias inolvidables.

Esta que les vos a contar en particular, es una de las peores que me haya tocado vivir, por lo dolorosa en su momento y bochornosa, ni siquiera les puedo decir que aprendí algo de ella, siempre la quise mandar al inconsciente para no recordarla más, pero no fue posible, a pesar de los años, aún permanece fresquita en mi memoria y puedo compartirla con toda la gente linda de este mundo mendolotudo en el que tanto me divierto y tan bien la paso.

Tenía 19 años, era un sábado de verano a la noche y esperaba en mi casa a mi novio que viniera a buscarme, mientras mi papá me sometía al interrogatorio de siempre cada vez que salía.

– ¿A dónde van a ir?

– A bailar.

– Y yo digo una cosa. ¿No se pueden quedar acá? Ven una película.

– ¡Ay pa, queremos salir!

– ¿Y con quién van?

– Con Carina y el novio.

– Ojo a dónde se meten. ¿A qué lugar van?

– No sé papi, vamos a Chacras quedate tranquilo, siempre vamos a un buen lugar.

– A las cuatro te quiero acá.

– ¡A las cuatro! ¡Pero papi, a las cuatro es muy temprano!

– ¿Cómo que temprano? A mí no me llegás más tarde, porque las atorrantas llegan a altas horas de la madrugada a su casa y esta es una casa decente, mirá si hay algún vecino mirando.

Siempre la misma cantileta, respiré hondo para digerir el sermón y el timbre sonó, abrí la puerta y ahí estaba él, tan rico, vestido hermoso, con jeans ajustados y camisa a cuadros azul. Después de saludarlo y de escuchar las quinientas recomendaciones de cuidado que ahora mi papá le daba a mi novio, nos fuimos, nos encontramos con mi amiga y su novio y partimos rumbo a uno de los boliches de Chacras.

La noche estaba divina, el lugar era copado, tenía toda la onda, buena música, linda gente, bailamos, tomamos algo, nos reímos. Yo no podía dejar de mirar a mi novio que estaba tan lindo y olía tan rico, cómo me encantaba.

Pertenezco a la última generación que tuvo la suerte de que en los boliches, alrededor de las cuatro de la mañana, un rato antes, la música cambiara abruptamente para dar lugar a los lentos, era un momento esperado por muchos, momento del cachondeo si los había. Si observabas a tu alrededor, veías cómo las parejas comenzaban a “apretar” alevosamente, bueno ahora se dice “chapar”, “curtir”,  que sé yo, la cosa que se armaba una de aquellas, otros directamente se iban a tirar a los sillones de los rincones y hacían lo suyo. A mí me encantaba mirar esas escenas, me daba risa, no sé. Obvio que con mi novio no nos quedábamos atrás y esa noche les diría que nos sobrepasamos más de la cuenta. Ya es la tercera vez creo que les digo lo rico que estaba y me lo quería comer a besos y mucho más, cosa que hice y él no prestó ninguna resistencia, ya todos los sillones de los rincones oscuros estaban ocupados, sólo visualizamos unos tipo puff de los cuadrados desocupados, sería porque estaban ubicados un poco más hacia el centro y bastante iluminados, sin importarnos una nada, nos tumbamos en ellos de una y prácticamente lo único que nos faltó fue despojarnos de las prendas necesarias y coger ahí delante de todos. Por un momento nos fuimos a otro mundo, donde sólo existíamos él y yo y la voz de Whitney Houston cantando “I will always love you”. Nos estábamos matando, ya mis manos recorrían su espalda, le saqué la camisa del pantalón, le metí la mano por debajo para llegar a esa cola turgente que me enloquecía, sus manos subían y bajan por todo mi cuerpo, haciendo que me encendiera cada vez más y en cuanto siento que me levanta la remera para meterme la mano por debajo del corpiño, recupero la cordura y vuelvo al mundo real.

– ¡Nene basta! ¿Qué estamos haciendo? ¡Mirá el show que estamos brindando! ¡Uy Dios mío, las cuatro y veinte, mi papá me mata! ¡Vámonos ya!

Nos levantamos, nos arreglamos un poco la ropa, buscamos a nuestros amigos para saludarlos y avisarles que nos íbamos y partimos rumbo a Villanueva, con la angustia y el embole de tener que volver tan pronto a mi casa y la preocupación por haberse hecho más tarde del horario impuesto por mi papá. Con esos pensamientos durante el viaje, ya mi calentura había pasado, sólo quería llegar a mi casa y no tener problemas.

Por fin llegamos, eran las 4:50hs, nos bajamos del auto, yo con la esperanza de que mi papá no estuviera sentado en el sillón del comedor esperándome, como solía hacerlo algunas veces. No vayan a pensar que él me pegaba porque jamás me puso un dedo encima, pero yo odiaba sus sermones, eran tortuosos y exagerados y por mi desobediencia capaz que me dejaba sin salir un mes entero.

Abrí la puerta y solté el aire al ver que no estaba, reinaba el silencio, al parecer todos estaban durmiendo, ya más relajada me quise despedir de mi novio y me dice:

– Me quedo un ratito. ¿Querés?

– Bueno dale.

Entramos, nos acomodamos en los sillones y el muy zarpado…

– Mi amor, hagamos un rapidito.

– ¿Qué? ¿Vos estás loco? ¡Nooo!

– Dale, nadie se va a dar cuenta, están durmiendo.

– No basta, no insistas.

– Pero si no nos va a llevar más de cinco minutos, no va a pasar nada.

– No nene, no sé, me da miedo.

La verdad que los rapiditos mucho no me iban, yo necesitaba un tiempo para las caricias, besos y tampoco quería correr ese riesgo ahí en mi casa, con el peligro latente. Pero el muy alzado de mi novio siguió insistiendo.

– Nenita mía, no seas malita – y llevándome mi mano a su miembro, por de más duro y altivo-, mirá cómo estoy, no me mandés así a mi casa por favor.

Y sí, él sabía cómo llegar a mí, bastó que me dijera dulcemente “nenita mía” y tocar esa maravilla tan irresistible, para que cayera entre sus redes de seducción y al fin accedí a su súplica.

– ¡Ay! Está bien, pero esperame que vaya al baño.

Me saqué los zapatos, atravesé el pasillo en puntitas de pie tratando de no hacer el más mínimo ruido, entré al baño, cerré la puerta muy despacio y mientras hacía pis. ¡Oh sorpresa! ¡Andrés! Sentí un alivio, porque era la excusa perfecta para decirle que no podríamos hacer nada. Solucioné lo de “Andrés”, salí del baño, volví al comedor y le dije:

– No lo vas a poder creer.

– ¿Qué?

– Me vino.

– Ja ja ja, mentirosa.

– En serio tonto, me vino.

– No te creo, mirá si te va a venir justo ahora, qué casualidad.

– Bueno, es así, me vino.

– Bueno no me importa, hagámoslo igual. – Ahí me dí cuenta que efectivamente no me creyó, porque en esos días de “Andrés” no me tocaba ni con un dedo, le provocaba repulsión.

Les juro que me ganó por cansancio y a parte debo reconocer, que he sido una mina débil ante él, era muy difícil que le dijera “No” a algo.

– Bueno dale, hagámoslo de una vez y rápido.

Cerré la puerta muy despacio, nos acercamos a la mesa, él se desprendió el pantalón y lo bajó lo necesario, yo liberé sólo una pierna de la bombacha y el pantalón, me alzó y me sentó sobre la mesa y sin perder tiempo me embistió y comenzó a cogerme fuerte, yo apoyaba mi boca en su cuello para evitar que no salieran mis gemidos, no debíamos hacer ningún ruido, sólo se escuchaban algunos crujidos de la madera de la mesa, cuando de pronto sentimos el fatídico ruido del picaporte de la puerta que se abrió. Saltamos cual tostadas del tostador y nos agachamos bajo la mesa, mi novio rápidamente se subió el pantalón que mucho no le costó, sólo le quedó el cinturón desprendido, yo como pude y porque Dios tuvo la mínima piedad, logré meter la pierna en la bombacha y alcancé a subírmela, pero ya no tuve tiempo para hacer lo mismo con el pantalón ajustado que se me ocurrió ponerme esa noche, fue cuando pensé: “la puta madre, cómo no me puse una faldita, me hubiese simplificado tanto las cosas”. Dejé de luchar con el pantalón y me rendí. Tirada en el piso con los ojos cerrados y con la cabeza hacia abajo, invadida por el miedo, la vergüenza y la dignidad hecha pedazos, al sentir que alguien estaba parado junto a nosotros y creía saber quién era, fue entonces que tomando coraje, fui levantando la cabeza, abrí los ojos y ahí lo ví, pude ver en la mirada de mi papá el reflejo de la desilusión, volví a bajar la cabeza y cerré los ojos para dejar caer los borbotones de lágrimas, mi novio permaneció en silencio.

Mi papá no era violento, al contrario, se caracterizaba por ser el tipo más tranquilo del mundo y también era muy tímido. Sé que al él le dolió más que a mí esa situación. Avergonzado también, sólo abrió la boca para decirle a mi novio que se fuera y mandarme  a mí a mi habitación. Mi novio susurró un perdón y no le quedó otra que irse. Mi papá volvió a acostarse y una vez que pude incorporarme me fui a la cama, con el corazón hecho pedazos y la dignidad destrozada.

Obvio que no pude dormir nada, sólo cerraba los ojos y deseaba que al abrirlos todo hubiera sido una pesadilla. En algún momento pensé que lo de “Andrés” había sido una señal y no le presté atención.

Ya no importa contarles la charla que tuve con mi papá a la mañana siguiente, pero a partir de ese día, nunca más pude mirar sus claros y bondadosos ojos sin sentir vergüenza, ese fue el costo que tuve que pagar.

Con mi novio éramos de vivir situaciones extremas y arriesgadas, pero esta no valió la pena, el riesgo fue muy alto y el costo muy caro.

Sé que muchos puedan pensar que no fue para tanto y hasta les puede haber causado gracia, pero a mí en presencia de mi papá, la vergüenza me acompañó por siempre.

Por eso a los que estén en esa etapa de noviazgo, que hayan leído esta nota y les gusten las aventuras arriesgadas, les aconsejo que primero evalúen los riesgos para saber si vale la pena o no correrlos.

Escrito por Lore para la sección:

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