/Piter el Pez | Pandemónium ó Manso Quilombo

Piter el Pez | Pandemónium ó Manso Quilombo

Estaba contento, más que contento, eufórico. Cansado, pero con la ansiedad por el techo. Había conseguido una abundante provisión de frasquitos. Tenía dos cajas blindadas, provistas por el Elefante, del tamaño de una caja de zapatos en su departamento y una remesa de quince en una caja de seguridad de un banco que no voy a nombrar para evitar el pillaje. El mero recuerdo de los efectos del líquido rojo podría desequilibrar a cualquiera y provocar el asalto con un tramontina a cualquier entidad bancaria.

Pensó un momento en los colores. El rojo provocaba deseos incontrolables altamente eróticos en los heterosexuales. Y el elefante, la primera vez, me dio de esos. Pero ahora, luego de los “eventos” que sucedieron, al pagarme por mis servicios me entregó además de los rojos un pequeño contenedor con una variedad de azules, verdes, amarillos, blancos, marrones, naranjas, etc: “por si algún día te pinta variar”, dijo en su grave y nasal voz.

Los hechos que sucedieron luego de la llamada a los, perdón, las detectives Sculli y Molde se constituyeron en una escalada que terminaron en un terraplén arriba del barranco donde se semienterraba la nave del Elefante. Rodeado de personajes cuya diversidad rayaba con lo bizarro.

Para aquellos que no siguen mis crónicas, y que por alguna razón, no tienen interés en releer mis notas, o les da paja, voy a detenerme brevemente a describir los que ya estuvieron presentes en mis investigaciones.

Primero conocí al “empleado municipal”. Petizo, rengo y de espaldas anchas. Abundante pelo. Con un olor penetrante a mate cocido y a grasa rancia. Aroma que se hacía apenas tolerable en su oficina del sótano del palacio municipal, en donde me mostró aspectos bastante extraños sobre la Reina de las ratas. Luego me condujo en su Renoleta hasta su casa, donde tenía guardada en una jaula blindada y alimentada a conciencia, un enjambre de pericotes unidos por las colas. Un Rey de las ratas. O de pericotes. Da igual.

— La encontré en el sitio en donde supuestamente vivía la Reina. —afirmó reiteradas veces.

Las agentes Sculli y Moldes empezaron a recorrer la Argentina en busca de un ser extraño que afectaba profundamente en su sexualidad a las personas. Las “trans” formaba. Las alteraba. Eran, diferentes, luego de unas horas con esa entidad. En ese reguero de travestis y gays dieron conmigo tras la pista del Elefante, a raíz de que había publicado un par de historias, basadas en leyendas urbanas, producto de mis investigaciones.

Luego de la visita al galpón en el pedemonte, en donde yacía semienterrada la nave de un comerciante interestelar de feromonas, custodiada por un lascivo puestero, la cosa cambió para los agentes. La oficial Moldes renunció a la Federal y puso una agencia privada de investigación, tapadera de una agencia de de prostitución VIP que chantajeaba a famosos, luego de rociarlos con pequeñas dosis de los frasquitos. Había amasado una pequeña fortuna, pero, se le había acabado el elixir.

El, ahora la, desafortunada Sculi, no pudo volver a los EE.UU., porque se pasó de mambo con el elixir y no pudo financiar una operación de cambio de sexo. Trabajaba para Moldes. Confesaba entre sollozos que no era la misma luego de una reveladora, profunda y abarcadora charla con el puestero: además de mi honra le entregué todo los que soy. —terminaba siempre el relato del encuentro con el habitante del puesto.

Charlando en el comedor del municipal, mirando un mapa esquemático de las zonas por donde se movía la Reina trazábamos un plan de acción para tenderle una trampa.

— Ella cree que el rey está muerto. Lo tengo allá atrás y encerrado para evitar que le llegue el olor. Quizá si le hacemos llegar algo de aroma, la podamos mover del centro.— dijo mientras le sebaba un mate a Sculli. Este sonría exageradamente.

Empezaba a hilvanar una idea cuando me sonó el celular. No tenía agendado el número.

— ¿Perez Grullo?

— Si ¿quién habla?

— Mierda. Por fin te encuentro. No sabés mi nombre, pero te conocí en la Rodríguez Peña una vez que salías de servicio.

¡El travesti extraterrestre! Una de las primeras criaturas bizarras que encontré. Y quizás la punta del ovillo que me llevó a comprender el underground faunístico urbano de Mendoza. Poseía extraños poderes telepáticos, además de enlazarse límbicamente con quienes hubiese tenido relaciones sexuales. Habilidades que primero lo alejaron de la ciudad hasta el Paraguay, y en un caótico derrotero de vuelta terminó ofreciendo sus servicios en el carril industrial del Gran Mendoza, juntando plata para recuperar su lugar en la nave del Elefante.

—Está por venir a la ciudad Pol.. ¿Ubicás quién es?

Pol. Los que vieron la película Paul, el extraterrestre, sepan que es una versión aggiornada de un ser de la misma especie del travesti del Rodriguez Peña. Había abandonado a los suyos y había hecho carrera en la industria del cine de Hollywood. Se ve que venía a reencontrarse con la misión.

—Parece que se le acabó lo que le robó al jefe de la expedición—dijo. Los frasquitos como móvil de todo lo que rodeaba a aquella iniciativa bizarra.

Lo cierto que en la plataforma del pedemonte nos encontrábamos todos los anteriormente mencionados. Sumado al puestero, una pelopincho  con Piter asomándose mientras se fumaba un atado de Parisiennes de los nervios. En ese mismo recipiente un delfín giraba cansinamente.

Y la jaula con el Rey de las ratas custodiada por dos infantes de marinas que habían sido cambiados por los frasquitos al tratar de incursionar en el puesto harán dos o tres años. Ahora servían, en todos los sentidos, al Puestero.

Conmigo habían venido varias amigas, teniendo en cuenta que el arma final del elefante constituía un rociador de elixir que esparciría en varios kilómetros a la redonda. Por eso también la acompañante de Piter.

Jhonatan había movido todas sus influencias ganadas por el cambio producido por el enjambre de pericotes para conseguir las cosas necesarias y los requerimientos de los participantes de la expedición. Por ejemplo: abajo en la cabina de la nave habían dos elefantas. El se había traído las mejores empleadas que había conocido, y eran, sencillamente, terribles hembrones.

—¡Conseguiste un delfín! —le dije asombrado.

—No fue fácil. Dijiste que Piter quería un pez inteligente…

—Los delfines son mamíferos…

—¿Pero viste lo contento que está Piter?—era cierto. Los nervios del pez no eran solo por los eventos que estaban por suceder. Un pez fumador y zoofílico, pensé mientras sonreía.

En realidad, ni siquiera el paquidermo pensaba en los eventos: se resolverá rápido. Apenas entre en la tarima rocío a todo el mundo de aquí hasta los barrios más cercanos.—dijo mientras veía algún documental de Nat Geo.

Teniendo en cuenta los efectos de la lluvia que se desataría, la cosa estaba más o menos así: Piter esperaba por el Delfín. Jhonatan por sus compañeras de trabajo. Yo por las dos amigas que había traído. Los enanos travestis se miraban entre sí y de vez en cuando a Jhonatan. El agente Sculli añoraba al puestero. La agente Moldes le pintaron los ex infantes de marina y como estos y todas las mujeres de la iniciativa, pensaban en el excesivamente grande miembro del elefante. Este a su vez, tenía solo intensiones con las elefantas. El o los únicos indiferentes a todo esto, eran los pericotes del Rey de las Ratas. Dóciles, relajados y con la aparente estupidez de una ameba.

—Ahí vienen —se escuchó por una radio.

Se encendieron los reflectores y se vieron por unos segundos una infinidad de ojos rojos rodeándolos. Una pluma levantó la jaula, y la colocó entre la entrada del puesto y la Reina de las ratas. Al posarse, se abrió la tapa superior.

En pocos minutos el aroma les debía haber llegado, porque se sintió un chillido agudo y una tropel de pericotes encabezado por la Reina atacó el puesto. Pasaron por arriba de la jaula ignorándola.

Pero el Rey reaccionó. Saltó con su decena de patas al unísono y se puso a perseguir a la reina. Cuando esta llegó al terraplén, el Rey saltó sobre ella. Fue un ovillo de piernas, cuerpos y colas. Algunos pericotes atacaban al Rey. Mientras tanto, desde todos los lados en la plataforma entraban pericotes, palomas y aguiluchos. Con lo que teníamos los íbamos matando. La cosa estaba perdida. Hasta que el elefante hizo lo suyo…

… Sentí sobre mi rostro un rocío fresco. Automáticamente sentí un calor en el bajo vientre y una erección instantánea. Miré a mi alrededor. Todos estaban quietos. Hasta los roedores. Los gestos que pude distinguir, los humanos, pasaron de la sorpresa, la expectativa, la euforia y …

… se desató el pandemónium.

Los enanos travestis se trenzaron en un abrazo feroz. Y rodaban toqueteándose. Sobre ellos dos saltaron varios más, miembros de la tripulación original ocultos. El amasijo de roedores abandonó la pileta y siguió rodando, refregándose y dándose masitas. En el centro de aquello estaba la reina. No creí posible que pudiese sobrevivir. Tanto el Rey como los pericotes la deseaban con frenesí. Piter y la Delfín hacían que el agua de la pelopincho entrara en ebullición. Las mujeres gritaban y corrían hacia donde estaba el elefante. El puestero se abrazó con los infantes de marina y el agente Sculli en una escena digna de un porno bizarro gay. En menos de veinte segundo ya había contabilizado una decena de violaciones anales. Jhonatan y yo contemplábamos congelados aquella orgía interracial, interespecie, interplanetaria, cósmica. Pero no teníamos partenaire. El municipal se había bajado el pantalón y comenzó a acogotarse el ganso. A los segundos sentimos el griterío de las mujeres que volvían del sótano. Abajo se escuchaba el bramido de los elefantes.

Las chicas se repartieron nuestros favores. Y si no podían esperar, se favorecían entre ellas. Después mi memoria tornó nebulosa. Y color carne. Las imágenes están veladas tras voluptuosas formas femeninas, gemidos y olores …

… el sol me empieza a dar en la cara. Allá a lo lejos, atrás del entumecimiento y el sopor escuchaba la voz de alguien.

—¡Flaco! ¡Hey! ¡Che!

Miro hacia un costado y veo a un pez asomándose por sobre la pelopincho. Después de eternos segundos donde me percataba de mi propia existencia tomé conciencia de donde estaba. En un costado de la tarima, estaba la gigantesca mole del elefante mirando el resultado de todo. Juro que estaba sonriendo.

Conté cuatro enanos, entre ellos mi conocido de la Rodríguez Peña y Paul, separando de los restos de roedores aplastados los cuerpos de la Reina y las partes del Rey. Tenían puestas máscaras y metieron los restos dentro alguna conservadora como las heladeritas.

Cuando más o menos todos estábamos despiertos nos llamó a Jhonatan, los agentes y a mi a la  parte inferior. Allí nos agradeció todo: fue un placer, dije. Y todos soltaron la carcajada. Nos comunicó que faltaba un miembro de la tripulación que llegara y se irían. Se desharían de lo que quedaba de la carga, ya que usarían una nave de escape. Así que, repartió todo.

—Yo les aconsejo se vuelvan rápido. —nos dijo el paquidermo mientras bajaba palancas y activaba pantallas. Un leve zumbido recorrió toda la estructura. —El restante miembro de la tripulación que vuelve ya entró en la ciudad. Si se cruzan, creo que saben que puede pasarles —y miró a los agentes. —Viene con su pareja. La encontró. ¿Les señalé que en realidad la presencia de los humanos me parece repugnante?

Cuando me levanté esta mañana, tras las nubes que cubrían toda la precordillera una serie de relámpagos anticipaba una tormenta que nunca llegó: se fueron, murmuré. En las noticias de los días posteriores se mencionó al pasar una explosión cerca del pozo donde la policía decomisa la pirotecnia. Así como un año después una asistente social comentaba el problema de plagas en los barrios del oeste, y de la cantidad de embarazos de los barrios respectivos y denuncias de abusos, violaciones, estupros y abusos intrafamiliares. Por suerte la misma era asidua consumidora de productos esotéricos y la mención de la influencia extraterrestre se mezcló con energías sutiles. Nadie la tomó en serio.

El timbre del departamento sonó. Yo coloqué unas gotas del elixir color rojo en el aromatizador automático arriba de la heladera. Abrí la puerta, y entró la primera, en orden alfabético, que estaba entre mis contacto en el celular. Era tiempo de retomar algunos vicios.

FIN