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Solicitudes inoportunas

Era el cumpleaños de la hermana del Chori. Nos había invitado a todos los vagos y estábamos desde temprano, meta pizza, cerveza y chizito. La hermana del Chori no es muy agraciada que digamos, por lo que lógicamente se venía cumpliendo al pie de la letra una de mis teorías básicas: las feas se juntan con las feas.

Por lo demás, típico modesto cumpleaños de veintipocos, bien de barrio. Olor a pavimento mojado porque la vieja del Chori había regado la calle por “la calor” de la tarde. Prepizzas compradas en el minimarket de don Cholo con una fina capa de cuartirolo y un toque salsa casera oreando la gilada, cerveza bien fría depositada en un tacho de esos de aceite de 200 litros con muchísimo hielo y sal para que dure el frío y gaseosa Talca Pomelo (que es la única que zafa) para las chicas y los pocos abstemios. Todos alrededor de un tablón armado en el patio con vasos, servilletitas de papel y platitos con palitos, chizzitos y papitas, el piso de concreto, tierra y pasto salteado. Una luz amarillenta iluminando la velada llena de bichitos volando en torno al foco y, sin lugar a dudas, rock rolinga previo a las 12 y cumbia al momento de sacar la mesa y comenzar a levantarle polvo al patio.

Cantamos el cumpleaños, llegaron de a tandas las amigos y los amigos de la hermana del Chori, se fueron los viejos a ver Tinelli, arrinconamos el tablón contra la pared, con restos aún de chizzitos, apagaron el foco y se armó el bailongo.

Los menos amigos del Chori enfilaron para el boliche en cuanto se apagó la luz, actitud desagradable, más para un vago como el Chori que es de esos indefraudables que uno se halla en la vida, le hermana todo bien… pero el Chori es el Chori. La cosa es que nos quedamos, bailamos con algunas de las pibitas que estaban ahí y nos resignamos a que iba a ser una noche sin sobresaltos, de alcohol, amigos y anécdotas.

En eso se abrió el portón y entró la Estefi… suerte de gacela élfica con más curvas que los caracoles de Chile y una cara de gata monumental, pero no de gata barata o de turra, sino de felina, de Peugeot, esas caras de ojos achinados y verdes, cejas bien marcadas, boca perfecta… cara de gata pero no para la joda, sino para el casorio, para tener nenes y levantarte todos los días por las mañanas a contemplarla durmiendo y agradecerle a Dios que esa criatura se haya cruzado en tu miserable vida. No esas caras de gato como para contarle a tu viejo el terrible gatienzo que te estas comiendo, sino para presentársela a tu mamá, a tu nona, para dejarla tomando mates con las viejas mientras vos te vas a agradecerle a la vida… esa cara de gata, no la de puta.

¡Un lomo la Estefi! ¡Pero que lomo señores! ¡Señor lomo! Piernas largas, cola parada, cinturita de avispa, tetas redondas, bastas, justas, un pelo que riega toda su espalda tallada y un quiebre de cintura que parece anormal. Encima risueña, divertida, inteligente y buena onda. Si Dios fuese mujer sería la Estefi.

Entonces apareció la Estefi y fue como si la música se cortase, como si todos se callasen al unísono, como si el mundo se hubiese detenido un segundo para dejarla entrar y para que todos veamos lo agraciada que es la genética con algunos. Nuevamente se cumplió una de mis segundas reglas: si una fea tiene una amiga linda, esta es sobrenaturalmente linda y encima sobresale del rebaño a la legua.

Todo lo hermoso, alegre, ensoñado, iluminado, todo el coro de querubines, las saetas de cupidos, los suspiros de amor, las miles de promesas, todo el amor del ambiente de disipó al ver que la Estefi venía con su novio… el Turco.

El Turco es una especie de gigante de las cavernas, enorme, rústico, duro, terco y lo peor de todo, mal vago. Pero no malo de esos que cagan gente o que son traicioneros, sino que malo de malvado, malo de que le pega a medio mundo, malo de que esos que son buenísimos para las piñas, ese tipo de maldad, malo de los que reparten… y re duele. Todos decimos que la Estefi está con el Turco porque tiene guita, pero en el fondo sabemos que no es así, que el Turco tiene lo suyo y la sabe llevar a la Estefi, sino no haría como tres años que están juntos.

Todos bajamos la cabeza y seguimos en lo nuestro, mirando por el rabillo del ojo a Dios y el Diablo ahí en el patio de la hermana del Chori, la Estefi hacía todo bien, hasta saludar. El único que no conocía a la Estefi era el Garabito, que ya estaba borracho y divagando. En un momento se dio vuelta y se la topó de frente, con esa delantera que partía la tierra. Abrió los ojos como sorprendido, al tiempo que la Estefi le dedicaba una sonrisa de Colgate. En el momento que estaba por abrir la boca me le acerqué como un relámpago.

– ¡Veni Garabito!, veni conmigo – le dije mientras decía un “hooolaaaa” de borracho y yo lo corría de la manga de la camisa.

– ¡Para loco! ¡Dejame saludar a la minita! ¿viste lo fuerte que está? – me dijo balbuceando.

– Si papa, es amiga de la hermana del Chori, esta de novia con ese gigante – le contesté mientras le señalaba al Turco.

– ¡Baaaa…! Tampoco es tan grande, ¿Cómo se llama? – me preguntó.

– No se, pero le dicen Turco.

– ¿Queeeee? ¡jurame que es un travesti! ¡te juro queeee… pero te jurooo… – me dijo el Garabito haciendo señas obscenas.

– ¡Te juro que nada boludo! Turco le dicen al chabón, la minita se llama Estefanía, es amiga de la hermana del Chori – le dije entre risas.

– ¿Estefanía cuanto? – me pregunta cansador el Garabito.

– ¡Que se yo! Todos la conocemos por Estefi – cierro la conversación y lo dejo al Garabito solo en un costado contestando mensajitos por el celular.

Pasaron varios minutos, todo seguía en orden y de pronto, en el silencio que hay entre tema y tema del equipo Aiwa del Chori, se escucha un ruidito de un celular, como un ringtone. Disimuladamente veo de donde venía y observo a la Estefi manoteando el celular de la cartera. Por algún extraño motivo, o porque sinceramente era de una belleza innegable, algo me hizo mirarla. Saca el aparatito, toca un botón y levanta la vista hacia el público en general, vuelve a mirar el aparato y se acerca lentamente a la hermana del Chori. Cuchichean algo entre las dos, la hermana del Chori se ríe y la Estefi se pone media colorada. Levanta la mirada y no ve nada. Solo yo puedo observar que el Garabito no le saca los ojos de encima.

La Estefi guardó el celular y al toque volvió a hacer el mismo ruidito, entonces se percató el Turco y le sacó el celular a la hermosura. Entonces levantó la cabeza y miró entre todos los presentes y nada, relojeó enojado y nada, estaba tieso, las fosas nasales se le abrían como un toro, miraba encendido, la Estefi le pidió el celular y le dijo algo como “ya está gordo, quédate tranqui” cariñosa, pero tímidamente. Entonces el Turco sacó su propio celular y comenzó a escribir.

En ese momento se me arrima el Garabito a pedirme cerveza, con su celular en la mano. Le serví y de pronto le sonó, lo miró y me dijo…

– Loco la encontré, como amiga de la hermana del Chori – me asegura.

– ¿A quien? ¿Qué encontraste? – le pregunto dubitativo.

– A la Estefi, Estefi González se llama. Hace dos horas que le estoy mandando solicitud de amistad en el Feibú’ y ahora me agrega un tal Samir Abdul, ¿Qué mierda le pasa a este chaboncito? – me dice enojado el Garabito. Entonces caigo en la realidad… Samir “El Turco” Abdul.

– ¡Choto es el novio de la Estefi! ¡Te va a matar! – le digo tratando de sacarle el celular.

– ¡Va a matar! ¡Capaz! – me grita y me manotea el aparato toqueteando botones.

De pronto el Turco gritó “¿Quién mierda es Luis Ferrer?” y mi mundo se derrumbó como Haití en el 2010.

Entonces se cumplió otra de mis teorías inalterables: todo cumpleaños de barrio, en el que haya mucha cerveza y cumbia, si aparece una rica, termina en piñas, lesiones, policía, un gigante detenido, un flaquito internado y varios cancheros consolando a la minita. Es ley.

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