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Tiembla la «General Las Heras»

Las pulseras sangrientas | Por María Romero

Cuenta la leyenda, que en el viejo hospital Central, los pacientes entraban pero no salían, y si lo hacían no era con vida. Esta historia me la contó Tomás, uno de los pocos sobrevivientes de la masacre que hubo.

Tomás era un joven médico, que estaba haciendo su residencia en dicho hospital, el cual no tenía muy buenas referencias, pero Tomás hacía poco que había llegado a Argentina y necesitaba con urgencia un trabajo, así que hizo caso omiso a los rumores.

El hospital, tenía una estructura algo sombría, las paredes una vez blancas eran ahora oscuras por la falta de mantenimiento, los pisos tenían sangre que nunca fue limpiada entre otras cosas.

Como ya dije, Tomás se rehusaba a creer en los rumores, hasta que comenzó a notar cosas raras. Algunos pacientes tenían unas pulseras de color negro y eran tratados únicamente por doctores que tenían las mismas pulseras con una “V” grabada en rojo. Cada cierto tiempo, venían unas personas y se llevaban expedientes médicos, lo cual era raro porque estos son confidenciales y se supone que no deben salir del hospital.

Tomás no entendía nada de todo esto, el por qué estos pacientes eran diferentes a los demás, al igual que los médicos que los “trataban”, quienes por cierto no parecían tener ningún conocimiento de medicina. Todo le parecía muy extraño y aun así lo ignoró, hasta que se dio cuenta de que estos pacientes con las pulsera negras dejaban de existir cuando eran “tratados”.

Un día el chico decidió averiguar a donde iban los pacientes y se encontró con un sótano cerrado con grandes candados, él acercó su oído a la puerta, pero no se escuchaba nada, había un silencio algo aterrador, como si lo que sea que estuviese allí dentro no tuviera vida.

Tomás comenzó a indagar ¿Quiénes eran estos doctores y de dónde habían salido?, y se encontró con la noticia de que todos ellos habían sido contratados por la misma persona, Mason Stein, el director del tétrico hospital.

Stein era un hombre adulto de aproximadamente 50 años, pero cuya mirada inspiraba esa sensación de que tenía en ese mundo muchísimo más tiempo. Era un hombre alto y delgado con un toque atlético, tenía la voz fría y algo aterciopelada que inspiraba desconfianza y misterio, sus movimientos eran lentos y cautelosos, como si tuviera todo planeado y su rasgo más raro y extraño eran definitivamente sus ojos rojos y su tez pálida, casi blanca.

El director de hospital, tenía un pasado poco común, al igual que Tomás hizo su residencia en el Hospital Central, pero en su primer día ocurrió algo que lo convirtió en el monstruo que era. Al ser su primer día, Mason, no conocía casi nada del lugar y mientras buscaba la sala de radioloía se encontró con un sótano, este no tenía buena pinta, pero su curiosidad fue mas fuerte y entró, una vez dentro, vió una especie de laboratorio abandonado, estaba todo mugriento y había poca luz, el aire se sentía pesado ahí dentro, con algo de miedo se volvió para salir, pero la puerta se cerró de golpe, estaba intentando abrirla con desesperación, cuando escuchó una voz muy fría.

-¿Te vas tan pronto?- dijo la rara voz en tono burlón- Hace mucho que no tengo visitas, encerrado tanto tiempo, pero ahora fui recompensado con un sujeto perfecto para mi experimento continuó la voz.

Dicho eso, el cuerpo de Mason, comenzó a moverse solo, había perdido todo control. Hasta ahí llegan sus recuerdo, todo se volvió negro. Lo siguiente que recuerda es despertar en su cama cubierto de sangre, para su sorpresa la sangre no le causaba repulsión, en cambio parecía causarle hambre, ignorando esto, bajó a la cocina para encontrarse con algo que lo dejó horrorizado y hambriento a la vez. En el suelo habían tres cadáveres, cuyos cuellos estaban completamente destrozados, fue allí cuando recordó lo ocurrido, como él drenó los cuerpos hasta que quedaron sin una sola gota de sangre y así fue como pasó de ser un dulce y amable joven a un monstruo despiadado con una sed de sangre como ningún otro.

A medida que fue pasando el tiempo, se llenó de odio y rencor hacia sí mismo por cómo era, un ángel de la muerte. Vio morir a todos los que alguna vez amó y juró vengar de alguna manera todo el sufrimiento que le fue causado. Trabajó duro y se convirtió en el director del hospital, mientras que en el sótano tenía un laboratorio clandestino donde convertía a más personas como él. La ambición fue muy grande, convirtió a más de los que podía controlar. Ideó un sistema de pulseras, le colocaban pulseras negras a aquellos pacientes que podían ser drenados y los llevaban al sótano, donde los succionaban hasta que la vida dejaba sus cuerpos.

Eran monstruos, pero no asesinaban a pacientes que no llevaran la pulsera negra…o por lo menos así solía ser. De ser cientos, ahora eran miles, Mason, ya no podía controlarlos, muchos se revelaron y se quejaron de que sus reglas eran estúpidas y empezaron a matar a todo aquel que se moviera sin importar las consecuencias.

Un día, se perdió el control por completo y la también la discreción, mataron a casi todos, las personas de afuera se dieron cuenta de lo que pasaba por medio de personas como Tomás que lograron salir en busca de ayuda, llamaron a las autoridades y demás. Al llegar al lugar y ver de qué se trataba, decidieron mentirle al público y decir que fue un asesino en serie para no generar pánico, y pusieron al hospital en contención. Con el paso del tiempo fueron exterminando a los vampiros que allí habían quedado atrapados.

Años después…. Una vez que los vampiros no estaban y el escándalo del supuesto asesino había mermado, abrieron de nuevo las puertas del hospital, totalmente remodelado, a excepción del sótano que no fueron capaces de tocar y cerraron con grandes candados.

El hospital fue abierto al público y todo volvió a la normalidad, o bueno, casi todo. Hoy en día hay personas que dicen escuchar voces, ruidos de mordisco, gritos y aseguran que ven personas con pulseras negras que ruegan por ayuda, solo que cuando viene dicha ayuda ya no hay nadie, en lugar de encontrar a los pacientes se encuentran con una sensación horrible y un mal presentimiento.

La muchacha de mirada triste | por Rocío Peña y Paula Quinteros

Cuenta la leyenda, que en el actual cine del Mendoza Plaza Shopping deambula el alma de una muchacha penando.

El shopping se empezó a construir en 1985 y se terminó en 1992. Durante la construcción, los empleados comentaban que sucedían cosas extrañas, había cosas que volaban por encima de sus cabezas, las herramientas desaparecían y ninguno podía explicar lo que pasaba.

Mi hermano, Daniel, comenzó a trabajar en la obra, al principio creía que lo que se decía era un invento de sus compañeros para asustarlos, pero luego de estar trabajando allí algunas semanas, el miedo lo envolvía cuando veía a una muchacha que se aparecía.

Él dice que era joven, tal vez tenía unos 23 años, sus ojos se veían claros, grises o algo así, su piel blanca como la leche, tenía el cabello negro hasta la cintura, no era muy alta, tal vez medía 1,58mt, vestía una camisa celeste y unos pantalones negros acampanados, con una voz muy suave y en un tono muy bajo se oía que llamaba a su madre.

Mi hermano llegó un día a mi casa aterrorizado, él la había visto y me comentó, yo no le creí hasta que una noche me dijo veníacompañame, yo me prendí, total para mí era una joda.

Cuando llegue al lugar la ví, era Lucía, estaba parada mirando con cara de tristeza, sus ojos bañados en lágrimas, la reconocí, era ella, mi compañera de trabajo, mi amiga, quien había desaparecido hacía un año y dos meses. La miré, me quedé helada, no pude decirle nada.Esa noche llegué a casa y no pude dormir.

Pasaron años y años, hasta que decidí volver al shopping, ya terminado, había quedado hermoso, todo marchaba bien como si nada hubiera pasado. Pero yo seguía recordando esa vez en que la vi viva por última vez.

Una muchacha comentó que en el baño del subsuelo, en el espejo se reflejaba una muchacha con la misma ropa que Lucía que gritaba en voz baja “Mamá vení, vení que vos me llamaste”.

Cuando escuche ese comentario, decidí ir a la casa de la madre de Lucía. Cuando llegué, su madre me recibió con una sonrisa y muy contenta me dijo ¿la viste? ¿Viste que está hermosa como siempre?, yo estaba en shock, no entendía nada.

La mujer me contó que ella había matado a su hija justo ahí en el subsuelo, pero que estaba arrepentida y por eso hizo un pacto con el diablo para volver a verla.

Semanas después, la madre de Lucía se suicidó en el baño de su casa con la foto de Lucía.

Tal vez les parezca rara esta historia, pero no saben lo que me costó escribirla, estoy internada en un manicomio, la situación me perturbó la cabeza, pero hay algo de lo que estoy segura, si ustedes van al baño del subsuelo del shopping y llaman a Lucía ella estará allí esperándolos, en el espejo, de donde nunca se fue.

El portero | Valentina Herrera y Lautaro Yañez

Cuenta la leyenda, que en el cementerio de la capital de Mendoza sucedió un hecho espeluznante.

En el lugar trabajaba Mariano, el portero, era muy sociable y amigable con los vecinos y la gente que visitaba a sus muertos en el lugar. El cementerio es bastante grande, tiene puertas de rejas de unos tres metros de alto, su pintura roja está desgastada y tiene escaleras caracol que conducen a distintos pasillos, llenos de cadáveres con sus respectivas lápidas. Desde los pasillos, se puede observar el inmenso patio lleno de fallecidos y sus visitantes llorando sus partidas.

Un día, Mariano, como todos los días, iba por los pasillos limpiando las lápidas llenas de polvo, cuando una de ellas llamó su atención, era la tumba de una mujer que había llegado hacía solo dos días, Gabriela Hidalgo, sus flores estaban completamente secas. Mariano continuó su recorrido restándole importancia, cuando notó que en otras tumbas las flores también estaban totalmente secas, entonces, leyó los nombres, todos tenían el mismo apellido, Hidalgo.

Le pareció muy extraño lo que acababa de ver y se dirigió a su oficina, allí se puso a investigar en internet sobre los Hidalgo, apenas presionó el botón del buscador le aparecieron miles de noticias e imágenes, se sorprendió, puesto que nunca había oído sobre el caso. Había sido una masacre, toda la familia murió, excepto una de las hijas, cuyo nombre era Gabriela, la cual se había encerrado en un armario de la casa. El autor del hecho había desaparecido al instante, no había dejado huellas, ni testigos, excepto la pequeña niña que dijo haber visto a un hombre matar a su madre de un disparo en la cabeza.

La niña fue llevada a una casa cuna, donde presentó comportamientos extraños, como golpear a sus compañeros de cuarto, levantarse por las noches a las tres de la mañana y encerrarse en el armario de la habitación, donde se la oía hablar sola hasta muy temprano en la mañana. Fue enviada al hospital psiquiátrico El Sauce, luego de haber intentado asfixiar a una compañera con una almohada mientras dormía, años después se suicidó en el hospital.

Mariano quedó perturbado, más que nada porque esa noche le tocaba la guardia nocturna, intentó no darle muchas vueltas al tema y se dispuso a salir de nuevo, tomó su linterna y caminó por los tétricos y tenebrosos pasillos. Mientras caminaba, pudo oir algunos ruidos extraños, se escuchaba como si las puertas se cerraran de golpe, temblando pasó por la tumba de Gabriela Hidalgo y su cara se desfiguró cuando vio que la tumba estaba escrita con sangre “Yo los maté, ahora que lo sabes es tu turno”, la linterna se le cayó y empezó a correr a su oficina, no encontraba las llaves y muy asustado se metió en un armario, pero jamás se imaginó que allí los esperaba Gabriela. Te encontré le dijo.

Esta historia que les cuento es real, yo era quien reemplazaba a Mariano por la mañana para tomar el turno siguiente, las tumbas siguen allí con las flores secas, nadie las visita y nosotros tampoco las limpiamos.

 

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