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Típicos conductores que nos podemos topar en Mendoza

El pisterito

Seguramente tiene un auto tuneado o picante, y si no es picante tiene un escape que parte del múltiple, atronando la paz mundial y haciéndole creer a los oídos que viene un TC2000… cuando lo que viene es una caja de zapatos en bajada. El pisterito se cree que su vida es un Daytona, acelera a fondo en pleno centro, pasa autos por la derecha por calles de barrio, te atormenta a cambio de luces si vas por el carril de la izquierda y quiere pasar y te levanta a bocinazos si no te corres. Para en todas las esquinar y relojea a los costados, intentando buscar miradas desafiantes que le inciten a picar. Mete todos los cambios a altísimas revoluciones y gasta nafta como un cerdo capitalista. Maneja muy bien y casi nunca choca, pero cuando lo hace, destroza el auto y probablemente muere.

La vieja chota

Manejar para ella es un desafío. La presbicia se lo impide por naturaleza, su edad se lo impide por ley, pero a la vieja no le calienta y es feliz sintiendo que “todavía puede”. Entonces se pega el volante al pecho, se suelda al embrague, se centra en su objetivo y le mete marcha. No te pone un guiñe, no te respeta una sola señal, no conoce ni siquiera las manos de las calles. Va a sus cansadores 40km por hora tanto por ruta, como por ciudad. Atorando, molestando y ocasionando desastres. Te aparece en contra mano, se pasa los semáforos en rojo, dobla en sentido contrario en plena San Martín y te encierra en cada ocasión que tiene la oportunidad de hacerlo.

El viejo “todo me chupa un huevo”

Adora piantarse en el carril izquierdo de los accesos a 30km por hora. Tiene un auto viejo pero mantenido y lo cuida más que a sus nietos. Lo pueden estar levantando a bocinazos (el pistero, obvio) que al viejo todo le pasa por el forro de los huevos. No te escucha, no responde a tus súplicas de que se corra, se pega una siestita en algunos semáforos y Se estaciona en cuanto puente con una “E” tachada encuentra. El viejo está más allá del bien y del mal.

La aprendiz

El papá le regaló un auto para que la nena vaya a la facultad sin siquiera pensar que la pendeja no sabía poner segunda. En cada uno de los semáforos que separan la facultad de su casa, el auto se le para y está a instantes de ocasionar colisiones. El embrague sufre en cada cambio de marcha, jamás pone quinta, no mira a los costados nunca y si no tiene un espacio de unos 30 metros no estaciona. La pasa como el orto, sufre, grita, chiva y se pone loca, pero la mina sigue, persistente y fuerte.

El pendejo cheronca

El pendejo se ha comido el versito de que el auto “es el tercer huevo del hombre” (boludo importante que todos hemos sabido ser), así que por ello ha transformado su bólido en un telo y su actitud en la de un galán en permanente levante. Hace de todo para llamar la atención de la minita. Pone la música al palo, baja los vidrios hasta nevando para que lo vean, acelera en las paradas de bondi, sale escarbando en todas las esquinas, tiene olor a rosas en el asiento de atrás y anda siempre con unas canciones romanticonas, por si la cosa se le da. Se clava cuatro por día.

El estresado

El chabón con una mano va fumando y con la otra hablando por celular. Tiene el auto hecho un depósito de papeles, mugre, bolsitas de Lays vacías y botellitas de Coca. Anda al palo, distraído, perdido, quemado y arruinado. Hace movimientos bruscos en medio de las maniobras, se olvida el nombre de la calle a la que va, le pregunta a medio mundo como llegar, se quema con el pucho, lo enganchan  los municipales hablando por celular e intenta desmentirlo al tiempo que un “’¡hola!, ¿hola? ¡boludo estas ahí!” atronador lo delata frente al milico.

El músico

El flaco hace la suya, tiene un auto estándar pero con un sonido alucinante. No lo usa para caretear nada, incluso si no lo ven, mejor. Va con los vidrios cerrados y la música al palo, cantando a viva voz y utilizando todas las partes del auto como instrumentos. El volante es la batería, el cinturón de seguridad es la guitarra eléctrica, el tablero sobre el estéreo es el piano, sus dedos tocan los vientos en el aire y el habitáculo es su estudio de grabación. Se lo escucha cantar desde lejos y hasta baila al ritmo de la música. Suele ser hippie.

El luchador

Le pegaron tanto de chiquito en la cabeza que de grande lo único que sabe es atormentar a los demás, buscando cuanta posibilidad la vida le dé para bajarse del auto y cascar a cuanto humano pueda. Va enojado y serio, pispeando y esperando que alguien comenta una infracción para tirar el freno de mano violentamente y bajarse del auto con sus 100 kilos de puro músculo y su cara de perro malo. Si te bajas, cobras como chancho, si no te bajas, te revienta a patadas las puertas (especialmente la del conductor) y de llena de chichones la nave. Así que tenes que decidir… te rompe la cara el luchado o te rompe el bolsillo el chapista. El daño ya está hecho.


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