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Todos los viernes del mundo – Parte 3

Negrita mía:

No sé por qué de entrada puse ese título posesivo a esta carta, será que tengo ganas de tenerte, bueno, no es ninguna novedad, Mercedes.

¿Te acordás como nos conocimos? Si ¿cómo no te vas a acordar? Yo no me acuerdo como me conocí, a veces es más difícil conocerse a uno mismo. Que ganas de volver al tiempo en donde todo era tiempo y todo era espacio, llenándonos hasta agotarse en la nada misma.

Y yo estaba tan perdido, tan desencontrado cuando te vi a través de la ventana. Sabías que había sufrido un accidente y te asomabas tímidamente al jardín del fondo para ver como estaba. Que tierna que eras, que tierna que sos. Ahora las cosas son muy diferentes, que raro, no hace tanto. Me miraste tímidamente, estaba jugando con una pelotita de tenis, levantaste tu mano siempre bien puesta en esa pulserita de lana roja, y me saludaste “hola”. Hola, ¿cómo estas? Te gustaría venir a hablar un poco, decirme cuál es tu color preferido, contarme quien sos, recién me estoy acostumbrando a esto, no recuerdo bien las cosas.

Y como me hubiera gustado que hubieras venido de inmediato, solo para sentir un apretón de manos o un beso en la mejilla. Como me gusta tu mejilla, cuando sonreís o te pones tersa o te enojas o me das un beso, y la acaricio con las yemas de mis dedos ásperos.Fue eso solamente, un saludo a la distancia.

Y recordar estas cosas me hace sentir un poco mal, me acuerdo de esos sueños recurrentes, de ese lugar en el que no me encontraba a mí mismo, de esa familia de extraños. Vos sabes como me sentía, desde antes de conocerme supongo que lo sabías, siempre lo supiste, siempre me esperaste inconscientemente. Ahora conscientemente, allá, y yo acá sin encontrar respuestas todavía.

Hace frío, empezó el otoño y la nostalgia, ellos empiezan a perder sus hojas y yo empiezo a perder la paciencia. Que amarillo, que naranja, que sol tibio, que solcito lindo que me calienta la cara en la mañana por la ventana chiquitita de la habitación. ¿Viste que en esta época podes mirarlo fijo sin que se te quemen los ojos? Bueno, es como en el momento en el que uno se da cuenta de algo importantísimo, es tan revelador y tan importante que debería dejarnos cegados y atónitos, pero no, estamos preparados para eso… no sé muy bien porque lo siento así, debe ser por la esperanza que tengo de encontrar ese momento revelador.

Bueno, y sigo acá en esta búsqueda de algo que sé que tal vez no voy a encontrar, por lo menos tengo la esperanza de que me respondas esta carta. Está fresco, el encargado del hostel esta medio enojado conmigo, dice que no le gusta mi aspecto aunque sé que a vos te gustaría, o bueno, eso es lo que esperaría.

Espero que la vida te trate un poquito mejor que a mi. Te quiero, te aprecio, te mando un beso… los viernes son tuyos.

Ramiro

Changuito:

Es difícil recuperar tu relato después de este vaivén de preguntas y sin respuestas que darles, más que ese sentimiento compartido de tanta inestabilidad. Inestable por no saberme tuya, o de alguien más, prefiero saberme mía y compartirte mi entrega. Siento angustia, y no sé si es distancia o es olvido, o que toda acción implica una renuncia. ¿Vos sufrirías siendo orilla y dejando al río correr? No, que estás diciendo Mercedes, no me hagas caso changuito.

Si es como el sushi o es algo más, si eso extraño es lo que provoca intriga y después de ese primer pedacito pierde interés, no querría creer que así de efímero es el amor, ¿verdad? Aunque muchas veces así lo siento, tan intenso como efímero a la vez, sin bases y condiciones de uso cuando se es auténtico. Tiene eso de antagónico el dejarse vivir en el otro. O dejarse nacer.

Vos prosa y yo momentos; momentos esperando ser vivimos más que palabras esperando ser leídas, eso querría ser… Como ahora, por ejemplo: va a pasar una señora, distraída se chocó al nene de la esquina que tenía el último diario de ese domingo, una chica en bicicleta le toca bocina (¿tiene esas bicis inglesas con bocinita viste?) mientras él se agachaba a buscar el diario, y ahí vengo yo, soy la mirada sonriente de ésa chica cuando cruza en la otra esquina, y ahí se ven, se sonríen, y el tiempo es ese guiño del destino que podría haberlos desencontrado. A ese nene no caérsele el diario, esa señora no tropezarse, y ella pasar por la otra esquina a destiempo.                Sin embargo allí estaban: a esa hora, en esa calle esperando mirarse. Ésa señora, ese niño, esa muchachita bienaventurada, podrían decir que sólo fue un saludo a la distancia. O tal vez el amor.

Como la nuestra, Ramiro. Como esa mirada a través de la ventana, yo sin palabras más que un Hola, entendeme che, era chiquita. Quién iba a pensar que ese vecino a quien siempre espiaba desde la casita del árbol que daba a su ventana iba a ser a quien hoy le escribo estas cartas. Cada pequeñísima decisión nos puso hoy acá: tus sueños, el accidente, nuestras preguntas existenciales y esa búsqueda constante de conocerse a sí mismo, a nuestra identidad. Yo sé que es difícil preguntarte sobre todo esto ahora, reinventarte. Es un barajar y dar de nuevo, pero cualquier certeza tardía es más temprana que una mentira aletargada. Hay algo que tengo que contarte, no quiero hacerlo sin antes tener más información, pero encontré algo. Ahora me cierra todo. No quiero doblar tu ansiedad pero tampoco puedo contarte sin confirmar lo que ví. Tengo muchas esperanzas de que se descorra esta incertidumbre, y sé que vas a estar preparado porque siempre pudiste mirar el Sol a sus ojos. La semana que viene prometo tener nuevas noticias. ¿Será que la verdad nos dejará salvar estas distancias?, ¿Elegir un lugar cualquiera y que ése sea? ¿El lugar lo encuentra a uno o nosotros nacemos y ya tenemos que tenernos por encontrados? Yo también me siento inestable geográficamente, Ramiro. Me siento en todos lados y en ninguna parte.

Espero encontrarme, y encontrarte. Te espero, te pienso.

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