/Mi hermoso día con él: ¡Un año de mi Negro!

Mi hermoso día con él: ¡Un año de mi Negro!

Como ya les había contado, el Negro llegó a mi vida hace tiempo, precisamente un año y 5 días.

Hizo y deshizo como quiso, me cambió y dio vuelta la casa. (Si quieren conocer el comienzo de los comienzos, vean “Cruela de Ville y el Negro”)

Como buena madre que soy, olvidé por completo la fecha de cumpleaños. A veces pienso que no voy a cambiar más, me persigue el instinto anti-maternal.

Pero hay algo que recordé… y es que el haberme olvidado del cumple, es algo que llevo en los genes.

Vengo de una familia “conejín”, de esa época donde los padres no tenían televisor, pero sí abundante cantidad de comida para la cigüeña. Y cuando digo abundante, digo “zarpada” comida, es así. Somos una familia numerosa, sí, 6 hermanos, en escalerita de edad, en escalerita de cuchetas, en escalerita de todo!

Siempre la ropa fue ese pasaje en donde la mayor gozaba la fortuna de poder estrenar, mientras los más chicos coleccionaban parches…

La historia cuenta que cuando nació mi hermana número 3, a la que vamos a llamar “Gringa”, ya mi vieja nos ponía cartelitos para recordar los nombres.

La cosa es que un año después de nacida mi hermana tercera, mis papás decidieron festejarle el cumpleaños, el mismísimo día de su nacimiento, el 14 de febrero. Vinieron los primos, los tíos, los abuelos y los vecinos. Había torta, piñata con sorpresas y unos payasos hechos en cartulina que hacía mi Tata para decorar, además de unas guirnaldas en papel crepé. Ah! Como era verano, había jugo Mijú, porque los que cumplían en invierno tomaban chocolatada (de esa que se hace con las barritas de chocolate) y los de calor, algo fresquito.

Cuestión que jugamos toda la tarde con mis primos, hicimos tortas de barro, nos columpiamos en un “culumpio” que mi papá nos había hecho en el patio y jugamos a la pelota. Todos chivados y llenos de barro, corrimos hacia la piñata (que lo divertido para los “grandes” era ponerle harina, mientras nosotros nos quedábamos ciegos y estúpidos cuando explotaba).

Así pasábamos la tarde, hasta el momento de la torta. Mi vieja se encargaba de hacerla casera, con dulce de leche, crema y postres de colores. Siempre arriba iba un muñequito bonito, que daba risa y la vela, que no hacía chispas como las de ahora, pero que de todas maneras servía para pedir los 3 deseos.

Bien, parece que entre esos 3 deseos, la viva de mi hermanita pidió que mis viejos se equivocaran de fecha de cumpleaños.

Momentos más tarde, cuando “calabaza, calabaza, cada uno pa` su casa”, nos fuimos a acostar, mis queridos padres recordaron que la Gringa había nacido un 16 de febrero, 2 días después.

Para nosotros, los niños, nos vino genial volver a juntarnos, comer chizitos y volver a jugar a la mancha. Otra vez mi hermana pidió 3 deseos, sopló la vela y la familia se volvió a reunir.

Por eso me considero perdonada por la humanidad, por llevar en los genes la “despistadez”. Olvidé el cumpleaños de mi primer hijo-perro Negro. Al que pensaba hacerle una fiesta, invitar a otros perros y esas cosas que la gente común no puede entender (y hasta hace un año atrás, yo tampoco).

Por eso también me considero afortunada ¡qué gran familia me ha criado!

He leído y releído lo anteriormente escrito, ciento de veces. Y no puedo dejar de verme como niña, de escribir y leerlo con la edad de aquellos tiempos. Será que hacía tanto que no venían a mí estos recuerdos… Cómo ha pasado el tiempo…

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