/Una remera de Soda Stereo – Fin

Una remera de Soda Stereo – Fin

Ya habían pasado unos pocos fines de semana cuando a Gerónimo le llegó el mensaje que tanto estaba esperando. Era Emilse.

“Si te interesa el sábado hay un concierto de una banda tributo a Pink Floyd, en la Nave Cultural. ¿Queres venir?”

“Eso ni se duda. No soy muy fan de la banda pero quiero estar con vos lo que más pueda”, le contestó.

Y así quedaron de verse, y él que ni conocía a Pink Floyd, se puso a escuchar varios de sus temas para no desentonar.

Cuando Geronimo llegó a la Nave la vio toda vestida de negro y le pareció la mujer más linda que había visto. Tenía una remera de Metallica esta vez, pantalones cargo, con algunas cadenas colgando, y el pelo color azul eléctrico. Ella lo vio y se le acercó rápido, le dio un beso profundo pero corto y lo agarró de la mano – Vamos que está por empezar y hay que buscar un buen lugar.

– ¿Qué pasó con la remera, no tenés una de The wall? – le respondió él, mientras que iban entrando.

– Tenía. Se quedó en la casa de un ex. Y no la pienso ir a buscar – le dijo. No importó.

Aquel recital estuvo marcado por el coro que hacía Emilse de todas las canciones, y la mirada incesante de Gerónimo hacia ella, que con cada pestañeo se la quería comer a besos. Quería hacerla suya.

– Yo no voy a ser tuya ni de nadie, quiero que sepas eso – le dijo, casi como leyéndole la mente, cuando terminó el recital – Vamos a mi casa, quiero relajarme – y acto seguido ella le preguntó si tenía auto, y si podían ir a su casa. Él no lo dudó, y la llevó.

Era un departamento en el quinto piso de un edificio cercano al kilómetro cero. Ella abrió la puerta y los recibió un gato enorme de color gris y peludo.

– Es el único que dejo que viva conmigo, se llama Cerati.

Estaba todo el departamento decorado con poco entusiasmo, ropa tirada por todos lados y pósters de rock pegados en las paredes. Era un verdadero desastre a sus ojos, tan alejado del complejo privado en donde él vivía, y en donde una empleada doméstica limpiaba dos horas por día, todos los días. Pero por alguna razón, no le importó y se dejó llevar.

Ella sin pensar le agarró la mano y lo condujo a la habitación donde, después de correr más ropa fuera de lugar, lo acostó y lo empezó a besar. Era obvio lo que iba a pasar y ambos se dejaron llevar. Hizo que Gerónimo bajase y le hiciese sexo oral, y aunque en su vida monótona el que controlaba todo era él, el cambio le gustaba.

Ella lo iba guiando y él con su lengua iba dibujando figuras en su ser. ¡Cuántas veces había controlado todo, había tenido sexo monótono y después de acabar no le importaba nada más! Cuan equivocado estaba, ahora ella era la que estaba arriba y lo cabalgaba, y él solo era cómplice en el placer compartido.

Fueron una sola piel compartida. Fueron cómplices en lo que sentían, ella se movía a un ritmo hipnótico y él la acompañaba lo mejor que podía olvidándose del resto del mundo. Le besó todo lo que pudo. Sus pechos, sus labios, cada uno de los tatuajes que ella tenía en el abdomen, que eran muchos. Dejó, por primera vez, de pensar en su placer, y comenzó a pensar en el de ella y solo cuando ella llegó al orgasmo, ahí fue que llegó él.

– Me has dado una de las mejores, sino la mejor noche de mi vida – Le dijo, mientras que la miraba acostado en la cama a su lado.

– Mentira. Vas a tener noches mejores que esta – Y acto seguido Emilse se levantó de la cama, se puso la remera de Soda Stereo tirada a los pies, prendió un faso y quedó fumándolo al costado del balcón.

– Sos el paisaje más soñado – susurró Gerónimo mientras la veía.

– Pero tenes la certeza de que todo paisaje cambia, y que esta va a ser la última vez que lo disfrutes – le remarcó ella.

Entonces decidió no pensar, y sin importarle lo que pasaría después, sabiendo que esa sería sin dudas la mejor de sus noches, volvieron a hacer el amor a la luz de la luna, desnudos ante la ciudad, disfrutando cada momento como el último.

De regreso a casa, sonaba “No existes”, como un presagio de lo que iba a suceder.

FIN